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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Ciudadanos llama al notario

Ahora que se ha legalizado la eutanasia Inés Arrimadas debería levantar la mano y llamar al notario. Lo de Ciudadanos da grima. Comparativamente la demolición de Unión de Centro Democrático fue una elegante pavana sostenida por coreógrafos respetables: un día se marchaba Fernández Ordóñez después de comer con los hermanos Solana, otro Miguel Herreno se alejaba dando brinquitos transidos de una rítmica maldad, en fin. Esto de ahora es la carrera de una gallina descabezada mientras diputados y senadores venden públicamente sus propias tripas al mejor postor. Hace años Ciudadanos simula ser un proyecto político, pero solo ha sobrevivido como agencia de relaciones públicas, y son malos tiempos para las agencias de relaciones públicas: solo les va bien a Iván Redondo y a Miguel Ángel Rodríguez.

Los cargos y militantes canarios observan el apocalipsis zombi de ciudadanos –son zombis que se ignoran zombis y siguen peroratando gruñidos pestilentes– entre el terror y la incredulidad. Aquí Ciudadanos entró antes en agonía pero, por alguna razón ignota, creían que podía seguir así, agonizando cómodamente, muriéndose sin prisas pero sin pausas, durante las próximas cinco legislaturas. Es la actitud del señor Arriaga, vicepresidente del Cabildo de Tenerife, por ejemplo. Arriaga ha estado convencido que siempre quedará Ciudadanos, un fisquito apenas de Ciudadanos, el suficiente, sin ir más lejos, para que él continúe siendo consejero del Cabildo y quién sabe si llave de una nueva mayoría. Para conseguir seguir muriéndose sin morirse del todo Arriaga ha estado celebrando reuniones telemáticas en las últimas semanas para predicar al centenar y medio de militantes que quedan en Tenerife que pudrirse en vida en una forma aceptable de vida, una promesa de resurrección, quizás un futuro lema electoral. Muérase con Ciudadanos y tal vez resucite un día en los verdes campos del PP. O no. Es necesaria la fe. Arriaga tiene mucha, aunque sabe que jamás resucitará en el PP. Ni menos en el PSOE.

Las razones de esta triste carnicería final no son muy oscuras. Primero: ese líder imposible, Albert Rivera. Sin duda un partido de centro, socioliberal moderantista y dialogante, hubiera contribuido decididamente a salvar al sistema político constitucional, cuya crisis cada vez se antoja más claramente terminal. Rivera, un diletante, apareció por primera vez en un cartel electoral desnudo, y nunca de despegó de esa frivolidad más narcisista que egomaniaca. Creyó alucinatoriamente que podía superar al PP, igual que Pablo Iglesias, con más lecturas y menos percha, pensó en 2015 y 2016 que podría superar al PSOE. Gracias a Rivera ser de derechas –él llevó a Ciudadanos a un derechismo de centro, no a ningún centro derecha– pareció durante unos pocos años ser realmente cool, y para probarlo comenzó a elegir candidatos y candidatas con los criterios propios de un casting para vender yogures, faldas o corbatas Nadie supo nunca lo que pensaba sobre nada –y en especial sobre Canarias– la exdiputada Melisa Rodríguez, pero resultaba innecesario. Al final Rivera huyó con Malú, es decir, atropellando silencios sin necesidad ninguna.

Ciudadanos no dejará ningún legado a la política española, no se diga a la canaria, porque jamás supo cohesionar equipos ni proyectos atendiendo a la realidad de distintos territorios y sensibilidades, porque siempre fueron oportunismo a toda velocidad y jamás lo justificaron desde un sentido constructivo de la oportunidad. La única política en construcción que ha dejado en Canarias ha sido Vidina Espino, al que los mismos dirigentes pasados y actuales de Cs intentaron destruir. Qué tropa.

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