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Ángel Tristán Pimienta

La línea recta, la espiral y el arabesco

Se le adjudica al catalán Josep Pla la frase de que en España la línea más corta entre dos puntos es el arabesco. Ya sé, ya sé, es una metáfora o, mejor, una caricatura. Pero convengamos en que hay caricaturas y chistes gráficos que son auténticos editoriales que valen más que mil palabras.

La estrategia nacional, y por ello, autonómica, interinsular y hasta municipal contra la Covid19, tiene mucho de todo esto. A lo que hay que añadir la suma de propuestas a veces contradictorias y deslavazadas, una cosa y su exacta contraria en cuestión de minutos, de los y las ‘bienqueda’ en busca del voto idiota, y los distintos intereses económicos en liza.

O sea, que el Estado de las Autonomías, que tantas virtudes tiene frente al tan mal recuerdo del centralismo franquista y de las JONS, ha degenerado ‘mutatos mutandis’ en nuevos grupos caciquiles regionales que quieren ser ‘estaditos’ de pacotilla dentro del Estado.

Cada vez que toco este tema me acuerdo inevitablemente de un día de verano en Agaete, donde pasábamos unas semanas cuando las hijas eran pequeñas, y en concreto de una procesión, supongo que de la Virgen de Las Nieves. Pues bien, las autoridades estaban escoltadas marcialmente por la tropilla de Protección Civil, con sus vistosos uniformes. Patético. Y a este loco baile de ombligos ávidos de fama se apuntan hasta los que de boca para afuera mantienen discursos más críticos con semejante relajo.

Pero, ya ven, quienes más han cacareado la necesidad de que gobierne la lista más votada, y quienes más han abominado contra los alternativos ‘gobiernos de perdedores’ no tienen empacho ni pudor en doctorarse ‘cum laude’ en tales prácticas. ‘Ande yo caliente…’

Pues si la atomización de la estrategia antivirus en su modalidad de ‘autonomización’ y ‘autonosuya’ dificulta la batalla, eso es como si en una guerra convencional cada general fuera a su aire sin un Jefe del Estado Mayor Conjunto, Montgomery y Patton sin Eisenhower de Comandante Supremo Aliado, imagínense con un territorio insular. Las fuerzas locales en tensión se multiplican no siete ni ocho ahora con la Graciosa, sino ‘n’ veces.

Cada sector tira para lo suyo, sea la hostelería, el deporte, la educación… hasta la religión, que ya está visto que los obispos confían más en las vacunas que en los rezos y hasta se cuelan para el pinchazo sin tener en cuenta que en esta pandemia no hay privilegios, que el virus se mete por cualquier grieta.

El resultado es que la suma de ocurrencias y egos y vanidades de todos los gobiernos autonómicos vacían de poder directo y efectivo a la ‘conferencia interterritorial’ de Sanidad, aunque a mal tiempo el Ministerio ponga cara de palo. Díaz Ayuso en Madrid va a su aire, confunde la libertad con la frivolidad y parece no tener en cuenta que lo que se haga en la comunidad que alberga a la Capital de la Nación afecta a las limítrofes, y éstas a su vez a sus colindantes, y así sucesivamente…

En cuanto a Canarias, los ‘semáforos’ insulares parecen haberse vuelto chifletas. Un día están en rojo, y otro en naranja, y sin llegar al verde vuelven al encarnado. La industria hotelera y la de bares, cafeterías, restaurantes y ocio nocturno… confiaban en que tras los confinamientos en la Semana Santa y en verano pudieran volver a hacer caja. Pero el tira y afloja y el atender a todo dios no ha dado resultado. Ya se sabe que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. O el virus se ha acostumbrado a este truquito, y reaparece cuando se han bajado las defensas, o cuando se abre la mano se relajan las costumbres y se pierde todo lo que se ha ido ganando con y tanto esfuerzo y miedo a la ‘bilateral’.

Y encima tenemos a los negacionistas, que prueban que Íñigo Errejón tiene toda la razón cuando pide en el Congreso que aumente la atención de la Sanidad Pública a las patologías mentales. Pero además de esta variante de los conspiranoicos tenemos a los irresponsables que acuden a una terraza no para jincarse un ron o pasar una hora con recurrido cortado sino para quitarse la mascarilla y charlar ‘a grito pelado’.

Hoy viernes a las ocho de la tarde, cuando escribo estas líneas, aún estoy cabreado con un grupo que debía de ser una boda o un festejo del Día del Padre en un local interior de Santa Brígida. Las mesas y sillas guardaban la distancia, pero los comensales, vestidos de fiesta, estaban en pie, juntitos, hablando a menos de medio metro de boca a boca… y mirando con cara de chanza a los que íbamos embozados y utilizábamos el gel al entrar o salir de los aseos. El problema no es lo que les pase a ellos, que con su pan se lo coman; es que contagien a los demás.

La cosa es que Mallorca ya recibe a miles de alemanes, y Canarias no, aunque esperaba hacerlo confiando su recuperación a la vacunación europea y a que este Euromillones con bote también llegara a la ultraperiferia macaronésica. Decididamente, sin embargo, la experiencia y el día a día, y la tropa que tenemos, nos abocan al pesimismo. Hasta que la vacunación no esté completada vivimos amenazados por esa invisible espada de Damocles. Mucho me temo que si continúan los dientes de sierra, porque el ejemplo de las curvas ha sido sustituido por la figura del serrucho de carpintero de toda la vida, el Gobierno autonómico no va a tener más remedio que volver a tomar decisiones guiadas exclusivamente por criterios objetivos de salud pública. Los muertos solo benefician a las funerarias. La economía estable depende de los vivos.

Como le dijo el presidente USA Joe Biden al gobernador de Texas, partidario del “fuera mascarillas’: “La última cosa que necesitamos es un pensamiento neandertal”, que no se sabe cómo pero regurgita en el siglo XXI.

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