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Ánxel Vence

crónicas galantes

Ánxel Vence

Paseo por el humor y la muerte

No es cierto que en la lápida de Groucho Marx se lea “Perdone que no me levante”, pero en cambio es verdad que alguna otra gente no tan conocida ha afrontado la muerte con humor. No hay más que ojear algunas esquelas de las últimas semanas para constatar que el ingenio post mortem goza de buena salud.

Da prueba de ese humor póstumo el aviso de defunción en el que fallecido ruega a sus amistades una ronda en su honor, “que ya pasará él a pagarla”. Otro difunto hace constar en su esquela que “lo pasé muy bien con vosotros, pero ya me cansé de aguantaros. A rascarla. Me voy.” Suena como la despedida habitual entre colegas tras una agradable tarde en el bar. Difícil será que no arranque una sonrisa al lector.

Cierto es que esas esquelas y algunas otras se publicaron en Galicia, donde el vecindario mantiene una relación desinhibida con la muerte. Los difuntos están exentos, por ejemplo, de cumplir el toque de queda cuando salen a pasear en Santa Compaña. Son los vivos quienes se ocupan de sus necesidades, dejándoles dinero en los petos o huchas de ánimas para que a las almas en pena no les falte un euro que gastar en la taberna durante sus correrías nocturnas.

No se trata, sin embargo, de una actitud exclusiva de los gallegos, por más que en el viejo reino de las brumas, de las náyades y de las ninfas esté más generalizada.

Las esquelas que se publican en otras partes de España dan fe de que el humor y la muerte no tienen por qué estar necesariamente enfrentados. Muchas de ellas las recogió hace años Luis Carandell en su divertido libro: “Tus amigos no te olvidan”.

El autor de “Celtiberia Show” concluía que la gente se muere estupendamente en España. No hay como estirar la pata para que a uno lo colmen de los elogios que acaso le escatimasen en vida.

Es en las orlas mortuorias donde muchos españoles dejan correr su creatividad con rasgos de humorismo a veces no deliberado. “Falleció en contra de su voluntad”, aclaraba, por ejemplo, uno de esos ciudadanos que escriben su esquela antes de fallecer. Tampoco falta quien pida perdón a sus exigentes familiares por atreverse a “morir sin su permiso”, antes de prometer que “no lo hará más”.

Otras veces son los deudos del difunto quienes le hacen cariñosos reproches. “¡Te vas sin dejarnos la receta de tu paella de escabeche!”, amonestaban sus parientes al fallecido tras recordar que entre sus virtudes figuraba la de ser un excelente cocinero. Por no hablar de los nietos que despidieron a su abuela evocando sus costumbres: “Toda la vida leyendo el periódico por la página de esquelas y para un día que sales, no vas a poder leerla”.

Afloran también las inquietudes políticas y hasta futbolísticas en otros avisos de óbito. Así lo demostró un incondicional del PSOE al dejar constancia de que se había muerto “con la pena de no poder ejercer el derecho democrático al voto, a José Luis Rodríguez Zapatero”. O la esquela de un madridista de corazón que falleció después de haber disfrutado “de una vida plena y de once copas de Europa”.

Puede que algunos no entiendan o encuentren inapropiado este humor de ultratumba; pero lo cierto es que el ingenio siempre resulta de agradecer. Siquiera sea por una vez, en el viejo conflicto entre Eros y Tánatos, amor y muerte, el que triunfa es el humor. Esa vieja vía de escape para todo, incluyendo lo que ya no tiene arreglo.

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