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Juan Francisco Martín del Castillo

La culpa de ciudadanos

En términos religiosos, la culpa es una acción en contra de la conciencia. No es difícil averiguar si, justo en estos momentos, los representantes de Ciudadanos, tanto en Murcia como en Madrid, experimentarán este sentimiento, que Nietzsche, en uno de sus celebrados aforismos, describía como el cruel mordisco de un animal de presa. La culpa horada la moral, la autoestima personal, e incluso la percepción de la realidad. Nadie duda que el instante político que se vive, en su dimensión histórica, es más que apasionante. Si lo entendemos como un juego, los convocados están en una situación parecida a la que acontece en vísperas de un match deportivo de altura. Y son estos los partidos que no se quiere perder el jugador, como también los ansía el espectador. Supongo, visto el percal, que los espectadores no es que anhelen el encuentro entre políticos, al igual que tampoco entienden la disolución de la Asamblea de Madrid como la oportunidad del siglo, pero lo que es impepinable es que los candidatos de las diferentes agrupaciones en liza sí comprenden que esta nueva época que ahora se abre dibuja un panorama incierto y, por ende, fascinante dentro de la política nacional. No obstante, en este juego político no todos van a partir de la misma casilla de salida por más que se intenten convencer de lo contrario. Y es aquí donde la culpa juega su propia partida. Unos, los miembros de las listas del Partido Popular, no se ven invadidos por la sensación de traición a la conciencia, a la ideología de unos principios determinados, si se quiere. Otros, en cambio, y me refiero expresamente a los integrantes de Ciudadanos, la percibirán hasta el extremo de ahogar su moral de victoria y la consiguiente pretensión de excluirse de la demanda de principios que infunde fuerza y valor a los populares. Doquiera que se ubiquen los representantes del partido naranja, la culpa halla su propósito y hogar. Han incumplido acuerdos, pactos y consensos en busca de una supervivencia que, en estos momentos, se antoja aún más comprometida si cabe. Y bien cierto es que, en la contienda política, o ganas o mueres, y Ciudadanos, con su órdago a la grande, está más próximo a lo segundo que a lo primero. En todo caso, el tiempo dictará sentencia. Cosa distinta es cómo se valora este movimiento desde la calle. Mucho me hace temer que la partida de Arrimadas y compañía vaya, precisamente, en su contra. Quizás hubiera debido calibrar mejor la estrategia a la espera de la baza del morador de la Moncloa y, sobre todo, la reacción de unos socios de legislatura, que serán de todo, pero ingenuos desde luego que no. Así que resulta que la opción de los naranjas corre el peligro real de desaparecer del arco parlamentario, o eso dicen los expertos en demoscopia, al menos para Madrid, por significarse en exceso a favor del socialismo. Un error supino que, a las alturas que nos encontramos, puede ser letal en el desarrollo de la formación a meses vista. Y todo por la maldita culpa, ese fenómeno, entre religioso y moral, que aplasta al individuo y debilita su espíritu. ¿Dónde quedarán los seguidores de Arrimadas, dónde los votantes de Ciudadanos, al saberse traicionados en su conciencia? Ay, la culpa que vuelve a los señores esclavos, y a estos últimos en héroes de su tiempo.

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