El portavoz parlamentario de Nueva Canarias, Luis Campos, no suele ser demasiado persuasivo, pero nadie puede decir que no lo intenta, aunque no esté en su naturaleza. Ayer, cuando llegó su turno en el debate de la nacionalidad (¿cuándo podremos llamarlo debate sobre el estado de Canarias?) Campos exploró uno de los mantras más exitosos, agotadores y agotados de la legislatura. Ya se sabe: la malvada Coalición Canaria llevaba un cuarto de siglo en el poder y los indicadores sociales que dejó el Gobierno de Fernando Clavijo fueron los que fueron. De verdad que es divertido, porque Campos insiste mucho en la unidad de acción que en estos tiempos de tribulación debe exigirse a las fuerzas políticas, y sin embargo olvida sistemáticamente (como tantos otros) que en esos 25 años solo cuatro y pico gobernó CC en solitario. El resto del tiempo lo hizo con el PP y con el PSOE, algo que olvidaban en su día los conservadores y que ahora olvidan los socialistas. El olvido más tronchante es el de Campos, incapaz de recordar que su líder, Román Rodríguez, fue presidente del Gobierno de Coalición Canaria entre 1999 y 2003, y que NC no es otra cosa que una escisión –limitadamente exitosa– de CC. Rodríguez y muchos de sus compañeros grancanarios dispusieron de cargos públicos en equipos de Coalición Canaria, a la que pertenecieron doce años. Campos, como es obvio, lo sabe perfectamente, pero se hace el loco, porque un loco es un hombre que ha perfeccionado su memoria selectiva. Por supuesto que la mayor responsabilidad (para bien y para mal) en la gestión gubernamental entre 1993 y 2019 corresponde a CC. Pero tanto el PSOE como el PP son corresponsables: participaron en la misma en distintos momentos y unos u otros respaldaron parlamentariamente los presupuestos autonómicos. Tampoco está de más recordar que CC es una organización que está en el poder (o en la oposición) gracias a los votos de los ciudadanos, igual que sus adversarios electorales.

Campos aludió a que las cifras de pobreza, desigualdad, paro o dependencia con las que llegó el “pacto progresista” al Ejecutivo. “Cifras malas, graves, preocupantes, y no había covid”. No le falta razón. Pero debería practicar aquello que demanda a la oposición: considerar los contextos y evaluar los factores exógenos. Canarias ha sufrido dos crisis económicas brutales. En 2007 el desempleo era del 10%, y aunque en los últimos dos años del mandato de Adán Martín el avance se había ralentizado, los indicadores económicos canarios –salvo la productividad-- seguían convergiendo hacia la media nacional. Los recortes presupuestarios y la amputación de programas de inversión condujeron hacia los recortes propios y su impacto en los servicios sociales fue terrible y su coste socioeconómico, muy elevado: entre 2008 y 201 el PIB cayó un 6%, y conviene no olvidar que entre 1997 y 2007 la población del Archipiélago había aumentado en más de 300.000 personas. A esa compleja y angustiosa situación debió enfrentarse Paulino Rivero, con un primer gobierno con el PP (vicepresidente José Manuel Soria) y un segundo con el PSOE (vicepresidente José Miguel Pérez). La recuperación (como en otras comunidades autonómicas) fue insuficiente, erizada de problemas y tensiones sectoriales, y no comenzó a consolidarse hasta 2016.

Lo que habría pasado en Canarias sin la crisis 2008-2016 es difícilmente imaginable. Pero el incesante ejercicio de reinventar el pasado –y legitimarse así durante un cuartito de hora más– no sirve para nada, ni en términos políticos ni intelectuales, a los que padecen amargamente el presente.