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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

La trituradora de Rajoy

La caja B del PP viene a ser el tótem de los tótem, un núcleo duro junto al que envejecemos y nos contagiamos. Los apuntes de Bárcenas son una prueba arqueológica de la corrupción: material diamantino que es ahora mismo una perturbadora grafía de un partido que no existió ni para Aznar ni para Rajoy, casi una cultura antropófaga sin vestigios. De ahí que todo dios niegue y reniegue sobre la caja B y los sobresueldos, que sólo están en la cabeza del extesorero, ungido ahora de monje de El nombre la rosa, amanuense demente al que hay que ponerle una camisa de fuerza dado su empeño en corporeizar una alucinación. La teoría de la fuga del delito hacia el territorio de la nada quedó presente en la declaración de Mariano: “Yo no he triturado lo que nunca tuve en mis manos”, afirmó. Un rompecabezas logístico que es, a su vez, una potente máquina destructiva: ni existió el artilugio mecánico que disolvió el papel corrupto, por lo que nunca lo manoseo, ni tampoco existió el interlocutor que se lo puso delante. No hay nada de nada. Existen tres tipos de trituradoras: de línea recta, que permite la reconstrucción del documento eliminado; una segunda, llamada de corte cruzado, más segura y de compleja reconstrucción del documento, y una tercera que convierte el papel en partículas. La del antecesor de Sánchez no es ninguna de las tres, es más perfecta, incluso más que el fuego de una chimenea o el bidón de ácido. Sus manos están blancas, iluminadas y más limpias que el cañón de una escopeta acabada de engrasar. Dos ideas: “no he triturado”, y a continuación, como ratificación absoluta, “lo que nunca tuve en mis manos”. La evaporación exquisita del cuerpo del delito. El exgerente del PP, angustiado por el encarcelamiento de su esposa, desea fervientemente poner ante la fiscalía una prueba fehaciente de la contabilidad en negro. Una hazaña tan gruesa como fue encontrar las conexiones de la Logia P2 con el Vaticano, la negativa de la negativa, y una vez más, pese al esmero del monje en apuntar en su libreta las altas y bajas de comisiones y sobresueldos. Y encima la trituradora tiene una función diabólica: entre juicio y juicio, entre testimonio y testimonio, con el paso del tiempo, semanas y meses, también estaciones, crece la mustiedad del arrepentido, que sigue hablando y peleando por un fin que se pierde en la niebla. ¿Bárcenas? ¿De qué Bárcenas me habla usted? No lo conozco de nada, vaya al pabellón dos, allí están los obsesos y melancólicos.

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