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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Cuatro fracasos

En los últimos veinte años, España suma cuatro proyectos fracasados que explican nuestra situación actual.

Visto en perspectiva, se diría que la gran oportunidad de nuestro país se echó a perder en la primera mayoría absoluta que obtuvieron los populares, allí a principios de siglo, cuando Aznar tenía todos los ases a su favor. En lugar de aprovechar el ingreso en la moneda única para acometer un reforma profunda del modelo económico –como hizo la Alemania de Schröder, azuzada (todo hay que decirlo) por la difícil absorción de la Alemania del Este–, Aznar decidió empeñarse en una campaña internacional a gran escala que concedió una inusual visibilidad exterior a España y múltiples ventajas en la lucha antiterrorista, pero que hizo poco –o muy poco– por afianzar un proyecto económico sólido y de largo alcance. Los vientos soplaban a favor del crecimiento –como también sucedería durante el primer gobierno de Rodríguez Zapatero, otra oportunidad perdida–, gracias al desplome de los tipos de interés y a la sobreabundancia de fondos europeos. Aquella larga década sirvió para desplegar una imponente red de infraestructuras y para alimentar otra burbuja descomunal: la del sector inmobiliario, con su correlato en la banca. Nada se hizo para impulsar –de verdad– la calidad educativa, para atraer inversión industrial, para incrementar el ahorro privado y para diversificar la economía de un modo sano y equilibrado. La elevada inflación minimizó el sueldo de los españoles mientras reducía la ventaja competitiva que había permitido la peseta, tradicionalmente devaluada. La caída del desempleo era en parte ficticia o, más que ficticia, meramente coyuntural. Se diría que los árboles no dejaban ver el bosque o que el brillo de lo efímero no permitía articular una estrategia viable a largo plazo. El fracaso electoral del PP –que dilapidó de forma asombrosa la mayoría absoluta obtenida en el 2000– dio paso a un gobierno socialista que también prometía modernizar la economía al grito de “más libertad” y “más ciencia” –recuerden que su programa contenía una asombrosa rebaja fiscal, incluido un tipo único en el IRPF– y que quedó en nada. La modernización aportada por el zapaterismo fue sobre todo de índole moral, quebrándose algunos de los consensos forjados en la Transición, y circunscrita a un sencillo laisser faire en lo económico que provocó las continuas quejas del vicepresidente Pedro Solbes.

Pero Zapatero no gozaba de mayoría absoluta ni tampoco parece que la marcha de la economía le interesara especialmente mientras los vientos le fueran favorables. Si ZP cambió el ADN del socialismo español, Aznar ancló el PP en un discurso más popular que modernizador, más una respuesta a las exigencias inmediatas de su electorado que a las necesidades reales del país. Rajoy, por su parte, fue un presidente que se limitó a cubrir las distintas emergencias –territoriales, financieras, sociales– que acuciaban al país, tensándolo casi hasta el extremo; pero no fue un presidente con talento para corregir un rumbo ya desviado. El sanchismo, por su lado, es la mercadotecnia al servicio de la demoscopia, la política concebida exclusivamente en función de los intereses electorales.

Cuatro grandes fracasos se han ido sucediendo en el gobierno de España, cada uno con sus particulares puntos fuertes y débiles. Cuatro fracasos que nos hablan de una confusión entre los intereses inmediatos del poder y las necesidades reales de la sociedad. Cuatro fracasos que, sumados, explican en parte nuestro lamentable estado actual.

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