Irremisiblemente el virus siempre va por delante. Los políticos y los expertos llevan un año proclamando que no hay otro remedio a este desastre que las vacunaciones en masa. Lograr el antídoto era el gran reto y los ciudadanos de todo el mundo exigían sin atisbo de duda conquistarlo rápido. Cuando por fin llegó el suero milagroso en un tiempo récord, germinó una legión de escépticos e inconformistas que pusieron en duda su eficacia. Así son los tiempos. Ahora que con las primeras inoculaciones queda demostrado que los casos graves disminuyen, los hospitales respiran aliviados y la muerte ya no visita con tanta frecuencia los geriátricos, no hay forma humana de fabricar y distribuir dosis en cantidades suficientes. Al menos para Canarias, para España y para sus socios comunitarios.

Las expectativas sobre una fulgurante campaña de inoculación que nos salve del covid disminuyen, pese a que los últimos datos vuelven a invitar a un moderado optimismo: las Islas han batido el récord de pinchar más de 10.000 dosis en un día, insuficientes, sí, pero récord al fin y al cabo con expectativas de mejorar en las próximas semana hasta las 30.000 diarias prometidas por el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, en el reciente debate sobre el estado de la nacionalidad. Siempre que lleguen los suministros necesarios, claro está. Al ritmo cansino que llevamos hasta ahora la población corre el riesgo de quedar expuesta todavía durante muchos meses al riesgo de enfermar, al agobio de la fatiga pandémica, a la penuria de otro ejercicio en blanco para miles de negocios y a las cepas mutantes.

Lo que ocurre exaspera a los ciudadanos porque resulta difícil de comprender. Los países andan enzarzados entre sí y con las farmacéuticas en una bronca, en un sálvese quien pueda, que origina grados distintos de intensidad en el avance del blindaje sanitario. En torno al 7% de los canarios ha sido inoculado, sólo el 4% de los españoles y un 9,4% de los europeos. Al otro extremo, el 59% de los israelíes, el 41% de los ingleses y el 25% de los norteamericanos recibieron al menos una dosis.

Una pandemia no admite soluciones locales. De nada sirve que unas áreas progresen si otras continúan rezagadas porque el virus no desaparecerá y el peligro permanecerá inalterable para todos. Si el crédito de las instituciones y los dirigentes raya mínimos históricos, este espectáculo de intereses entrecruzados de índole financiero, comercial, empresarial, nacionalista y geoestratégico amenaza con pulverizarlo definitivamente. En particular, el de quienes pierdan la batalla.

Europa se la juega. El papel irrelevante al que la relegan las potencias y el ninguneo al que la someten los laboratorios tambalea el espíritu comunitario y carga de munición a los euroescépticos, entre quienes no militan precisamente los canarios. La enorme paradoja del asunto es que los 27 han sido a la vez flotador y lastre. Que el desastre habría sido mayúsculo con cada nación operando por su cuenta no impide a la vez reconocer la dependencia productiva, la miopía y el quijotismo con el que se gobierna desde Bruselas.

Ha quedado patente la incapacidad de fabricación comunitaria en un sector vital como el de los medicamentos. EE UU puso encima de la mesa 18.000 millones de euros para desarrollar a ciegas los ensayos de las inyecciones. Los socios europeos cinco veces menos. Y mientras la UE exporta vacunas al Reino Unido, éste no permite recíprocamente lo mismo hasta que su mercado interior quede completamente atendido, desabasteciendo al resto.

Canarias abrió el viernes la puerta a la Semana Santa de las escapadas fugaces entre islas mientras en la Península se aplican medidas restrictivas, sin pernoctaciones y con cierres regionales y municipales. Vamos a contemplar paradojas insuperables, como la de un extranjero tumbado estos días al sol de Canarias y un peninsular no pudiendo gozar de sus vacaciones en nuestras playas.

A pesar del extremo celo, la región se mueve en una media de más de 200 casos en las últimas jornadas. La línea de contagios se mantiene estable con clara tendencia al alzar. Los canarios difícilmente aceptarán afrontar otro verano en arresto. Más allá de las vacunas y las restricciones de quita y pon no existe en perspectiva ningún otro plan para intentar aliviarles de esa carga, como tampoco lo hay para preparar la pospandemia sin inmunización ni turismo.

Por si no fuera bastante desgracia, la recuperación, sin atisbarse, da síntomas de enfriamiento. El Banco de España, supervisor independiente al margen de la propaganda y la polvareda de la política, acaba de destrozar las previsiones de La Moncloa al temer un frenazo en la inmunización y una deficiente gestión de los fondos europeos, la vacuna económica.

Hay dos tipos de administraciones: las que funcionan de verdad y las que lo aparentan en una realidad paralela de ayudas que nunca llegan y promesas incumplidas sin coste alguno. Los ciudadanos toleran la inutilidad como si dieran por imposible corregirla o creyeran que no está en su mano frenarla promoviendo a los mejores. ¿Cuándo caerán en la cuenta de que España y Canarias serán lo que los españoles y los canarios quieran?