Cuando a finales del siglo XVIII se dio un gran impulso a las procesiones de Semana Santa, la familia irlandesa Russell, afincada en Gran Canaria, instituye, en colaboración con la Orden Tercera Franciscana, la procesión del Señor Preso, que con el tiempo adquirirá la actual denominación de Humildad y Paciencia.

Fue la primera patrona, doña María Andrea Ramos Palencia (1795-1854), mujer del coronel don Andrés Russell, quien crea la fundación a título de patronazgo de libre designación, estipulando que recayese en lo sucesivo siempre en las hembras primogénitas de la familia las obligaciones inherentes al vínculo. Por su testamento, doña María designa a su nieta Dolores de Aguilar Russell (1854-1914), que se encargará de la obligación contraída por espacio de cincuenta años, auxiliándole en el cometido de dirigir las andas procesionales por las calles de la ciudad en sus respectivas salidas, sus sobrinos los Aguilar y Páez.

Por el testamento de la segunda patrona, extendido el 15 de noviembre de 1910, ante el notario Agustín Millares Cubas, doña Dolores dejó instrumentada la sucesión del vínculo, y a su muerte, ocurrida en 1914, sucedió su sobrina nieta, doña Hortensia de Aguilar González, y a ésta, su hija primogénita, doña Aurora Díaz de Aguilar. Pero la nueva detentadora del vínculo hizo dejación de sus derechos por renuncia ante el notario,don Salvador García, el 15 de abril de 1936, quedando suspendido desde entonces el derecho femenino al asumirlo sus hermanos Nicolás e Ignacio Díaz de Aguilar, respectivamente.

Al paso de los años, los descendientes de ambos hermanos se disgustan y originarán un conflicto familiar, alegando cada parte poseer el mejor derecho. La disputa será cuestionada en el Obispado de Canarias, encargado de dilucidar las pretensiones, y previa sentencia de la fiscalía diocesana, una vez oídos los cinco testigos propuestos, la curia declaró que el general don Ignacio Díaz de Aguilar y Elízaga se encontraba en posesión de la mejor opción.

En la actualidad, es el octavo patrono el hijo del anterior, Ignacio Díaz de Aguilar de Rois, notario del Ilustre Colegio de Barcelona, siendo el vinculante canario el decano que ostenta tan larga e ininterrumpida continuidad.

Añadir, que esta tradicional prebenda parroquial de patronazgos actualmente sólo existe en nuestra Diócesis. El motivo de haberse instituido obedece a la necesidad que tenían los templos, dada la pobreza de sus arcas, de contar con familias que pudieran encargarse de costear los gastos que originan las salidas procesionales, tales como montaje de los tronos, arreglo florales, cargadores, suministro de luces, velas y baterías, y tener a su cuidado y en perfecto estado las costosas vestimentas de las imágenes.

La talla bizantina del Señor de la Humildad y Paciencia la trajo de la Península a finales del siglo XVII a nuestra ciudad un regidor del Ayuntamiento capitalino para que fuera entronizada en el convento de San Agustín, templo del patrocinio municipal, pero temiendo los frailes que la nueva efigie fuera a competir con el devoto y popular Cristo de la Vera Cruz, titular de aquel cenobio, la imagen se depositó en el convento de monjas de Santa Clara (ubicado donde hoy está el Gabinete Literario), de cuyo monacato empezó a procesionar el Lunes Santo, y de cuyo monasterio fue rescatada por los vecinos frailes franciscanos. Del nuevo emplazamiento comenzará a salir, una vez restaurada la talla, en 1835. El San Pedro Penitente que arrodillado le acompaña fue encargado por los Russell a Luján Pérez en 1794.

A lo largo de los años, los descendientes que fueron ocupándose de otorgarle a la vinculación el mejor decoro, la dotaron de un magnifico trono de plata con sus correspondientes varales del mismo metal, ricos ropajes y estandartes y una diadema de oro que en los instrumentos notariales consta que posee una “libra de peso”.

Por los años cincuenta se conocía el cortejo de la salida de esta imagen, como la procesión del clero, que la voz popular también la bautizaría como la procesión de los “gatitos” por las largas filas de los seminaristas que la flaqueaban, bajo la presidencia del recordado obispo monseñor don Antonio Pildain. La solemnidad entonces de esta procesión hicieron de ella una de las manifestación más entrañables y esperadas de la Semana Santa grancanaria de aquellos años.