En las postrimerías del año 1939 tuvo lugar la inauguración oficial de la recién creada por el Cabildo Insular, Caja Insular de Ahorros y Monte de Piedad de Gran Canaria. Tras el acto oficial, las autoridades se dirigieron al entonces número 91 de la calle Triana, en la capital gancanaria, sede de la nueva entidad financiera que la ocupaba a título de arrendamiento. El edificio no era ajeno a la actividad financiera, pues ya contaba con una sucursal del Banco Hispano Americano.

Poco a poco, dadas las penurias de una época de posguerra, aquella modesta entidad comenzó a desarrollarse. Fueron muchos los grancanarios que acudieron a ella a abrir una libreta en la que ir depositando sus modestos ahorros en previsión de un mejor futuro para sus hijos; hijos que mantuvieron aquella primitiva libreta a la par que abrían nuevas a quienes fueron sus descendientes. De manera que, al paso de los años, una gran parte de la población de las islas pasaron a ser clientes de La Caja, obligada a ampliar sus instalaciones y a abrir nuevas sucursales por todo el territorio provincial. En 1956 ya pudo adquirir la que era, y sería durante mucho tiempo, la sede de su oficina principal.

Este edificio, muy bien conocido en la céntrica calle de Triana por el enorme cartel que representaba una moneda luminosa cayendo en una hucha, mantiene hoy su vocación financiera, ostentando la representación institucional de Cajamar.

Volviendo a la Caja Insular: sus clientes asistieron a su expansión. Todavía bajo la dirección de don Juan Marrero Portugués, cruzó Triana y adquirió el conocido como Edificio Philips, por haber albergado la representación de esta marca en nuestra ciudad, donde instaló sus órganos directivos y de representación. Una ampliación que no demoró en expandirse en dirección norte hasta la calle Pilarillo Seco.

Hasta este momento, los clientes de La Caja solo habían percibido cambios en sus maneras de actuar financieramente, gracias al impulso de las por entonces nuevas tecnologías, reduciendo su peregrinaje financiero a un simple cambio de soportes documentales e informáticos.

Ya bajo la dirección general de don Juan Francisco García, hubo de plantearse la necesidad de nuevas instalaciones que pudieran acoger el incesante incremento de actividad de la entidad. Así las cosas, se encargó un proyecto que permitiese unir los inmuebles propiedad de La Caja desde Pilarillo Seco hasta el propio edificio Philips. Ya bastante desarrollado el proyecto, surgió la oportunidad de adquirir el inmueble que había sido de los populares Almacenes Cardona, en el arranque mismo de la calle Triana. Oportunidad que no se desaprovechó. Las instalaciones fueron minuciosamente remodeladas para dar cobijo a la sede principal de La Caja de Ahorros.

Dotado de las modernas utilidades, dio como resultado un inmueble que da realce a la primera arteria comercial de la ciudad, en el que se cuidaron los menores detalles, incluso ornamentales, con bellas cristaleras realizadas por Juan Antonio Giraldo, autor, también, de las simbólicas esculturas instaladas en el acceso desde Triana.

Ya en esta nueva sede, el peregrinaje financiero de los clientes de La Caja de Canarias dio comienzo. Tras lucir durante varios años la palmera representativa de la institución, el edificio vio cómo aquella era sustituida por las contundentes letras de su nueva propietaria: Bankia. La Caja de Ahorros, aquel embrión que vivió de alquiler sus primeros años, se unió a otras cajas de ahorro españolas para dar paso a una nueva entidad financiera.

De esta manera, los clientes de La Caja dejaron de serlo de una caja de ahorros para pasar a serlo de un importante banco nacional. Aún es posible ver restos de la entrañable palmera en diferentes puntos de las islas, como recuerdos de un ayer financiero del que los actuales clientes son sus herederos.

Pero no finaliza aquí el peregrinaje bancario de los clientes. Hoy desaparece también la verde iconografía de Bankia, siendo sustituida por la muy representativa estrella de CaixaBank, una entidad hija igualmente de otra caja de ahorros.

Los muchos clientes de la antigua Caja Insular de Ahorros desembarcan hoy en una nueva institución. La mayor de todo el país dentro del ámbito bancario. Algunos mirarán nostálgicamente aquellas antiguas cartillas de ahorro amarillas y azules, si las conservan. Es posible que vean ondear la palmera simbólica en las velas desplegadas de los botes de vela latina. Pero volverán a pensar en el futuro de sus descendientes ahora bajo el nuevo símbolo, agradecidos por la trayectoria financiera recorrida.