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Ángel Tristán Pimienta

Vértigo aquí al lado

No es ninguna casualidad geoestratégica que dos conflictos cercanos separados por un desierto hayan acelerado el pulso: el proceso ‘interruptus’ de descolonización del Sahara ex español y la situación en el Sahel en apariencia distintos y distantes están más unidos de lo que parece.

Los profanos en la materia se fijan en las ramas pero no en el tronco: el problema saharaui hace algún tiempo que ha dejado de ser un conflicto exclusivo de Marruecos, España, el Polisario y Argelia, que ejerce la tutoría de Tinduff con su habitual estilo herencia de la Guerra Fría.

Tras el derrumbe del Estado libio, como consecuencia de ataques occidentales (OTAN y otros aliados) y de rebeliones internas para derrocar al dictador Gadaffi, el Sahel entró en crisis: traficantes de personas, de armas y de drogas se enseñorearon de estas tierras vacías, a la vez que llegó la tragedia del yihadismo.

El terrorismo yihadista fue penetrando en toda el área. Contener y derrotar esta invasión se ha convertido una enorme preocupación y en una prioridad no ocultada para muchas partes concernidas ya o en riesgo de ser afectadas en un futuro inmediato. España, por ejemplo, mantiene entre 200 y 500 militares en Mali para entrenar y auxiliar, junto con los franceses y con otros destacamentos tanto europeos como africanos, a las fuerzas armadas locales, impotentes ante la ofensiva de las secuelas de Estado Islámico.

Marruecos, pues, se ha convertido en un dique de contención, lo mismo que Argelia, aunque este país se debate dramáticamente entre la mística revolucionaria de Boumedianne y el FLN, con aquellos momentos de fulgor, y su nueva realidad en un mundo que ya no tiene ninguna conexión con la Guerra Fría y los años 70. La estabilidad del reino marroquí, fiel aliado de EEUU y con crecientes relaciones económicas y políticas con la Unión Europea, y una potencia continental, se ha convertido en esencial en la lucha contra el terrorismo y en la seguridad de la región.

Mientras Mohamed VI consolida su política exterior, con ininterrumpidos éxitos en los últimos meses, Argel ha comenzado a moverse si bien con discreción y manteniendo la ‘dignidad’ del hidalgo venido a menos. Pero hay cosas que parece que nunca van a cambiar pero que de repente, en unos meses, cambian. La antigua Villa Cisneros, actual Dahla, se ha convertido en una pujante ciudad de casi 200.000 habitantes en donde se han instalado ya una decena de consulados generales, desde el de Estados Unidos, el primero, al último, el de Senegal, un país con un gran peso político en África, el pasado día 5 . También en la capital se han establecido una docena. Por la vía de los hechos, y tras una errónea por no decir calamitosa estrategia polisaria, su última declaración de guerra’ a Marruecos (para airear el fantasma del enemigo exterior ante una creciente inestabilidad interna) tuvo el efecto contrario al perseguido: el monarca alauita ha convertido a este enclave en la capital de la frontera sur.

Aunque Argelia proteste con la boca chica, temerosa de una ‘primavera’ que llegue con este ‘cambio climático’, también Tinduff se le ha convertido en un riesgo interior.

Sin duda, y pese a los rechazos de la amplia red de amigos del Frente Polisario, la decisión de Trump de reconocer la soberanía marroquí en el Sahara Occidental marcó la división entre el antes y el después. El ayer y el futuro. Porque las circunstancias han evolucionado de tal manera que ya es impensable el retroceso. Ya no son solo declaraciones diplomáticas: en Dahla se multiplican los consulados, lo mismo que en El Aaiun. Un consulado vale más que mil palabras.

Las importantes maniobras aeronavales de unidades USA, con el portaviones Eisenhower como buque insignia en aguas cercanas a Canarias y al Sahara hace unas semanas, fueron un mensaje explícito de apoyo al ‘guardián’ del Magreb. Pero a su vez crece la disidencia en la RASD, con notables fugas. Por ejemplo la del ex ministro saharaui Hach Ahmed Benikallach (Bujari), que ha fundado un partido político de corte autonomista: ‘Movimiento Saharaui por la Paz’.

El ‘plan b’ de Hassan II, heredado por su hijo Mohamed VI, la autonomía, no es solo una opción para encajar a los polisarios, sino ‘mutatis mutandis’, para la propia población saharaui marroquí que quiere una mayor descentralización y cotas de autogobierno. Marroquíes sí, pero saharauis también.

Canarias no puede navegar contracorriente, estando donde está. Ya no estamos en los 70 o en los 80 del siglo pasado. No se puede ignorar ni el factor de la estabilidad y la seguridad regional ni la existencia de dos ciudades pujantes, Aaiun y Dahla, con enormes posibilidades comerciales, ni los descarados e insensatos intentos argelinos de desestabilizar la Transición española con el apoyo en la OUA a las locuras independentistas de su títere Antonio Cubillo y el Mpaiac. El gas argelino es puro comercio. La confianza en su régimen también es gaseosa, de momento.

El reciente episodio de la ‘neutralización’ del jefe de la Guardia Nacional de la RASD muerto en el sur del territorio en una operación combinada al parecer entre un dron que ‘marcó’ el objetivo y una unidad de las fuerzas aéreas marroquíes, es una señal inequívoca de que Rabat, y sus aliados, quieren cerrar como sea esta cuestión pendiente.

Claramente, o hay paz o hay guerra, y más de drones que de dones.

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