La Provincia - Diario de Las Palmas

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Guillermo García-Alcalde

Adiós amigo del alma, hermano

En la muerte del insigne poeta que fue, además, uno de mis mejores amigos, siento a la vez el impulso de evocar su vida en el clima de familiaridad que nos unió a lo largo de cuatro décadas, y la extremada dificultad de hablar de su obra literaria, inabarcable en todas las dimensiones: artística, filosófica, lírica o trágica, tierna y solidaria, universal en el aliento épico y extremadamente sutil en los afectos. Una obra magistral en su noble forma, iluminada por el aliento de la genialidad.

Sé de antemano que no podré verbalizar estas percepciones con el autoridad que exigen, pero sigo adelante con la memoria inundada de vivencias con Justo Jorge Padrón, una de las figuras raigales de la cultura española de los siglos XX y XXI, que merece una consideración intelectual y artística comparable a la de los maestros históricos de nuestra lengua. Tanto más comparable para quien conoce como yo, y ha sufrido en su proximidad, la pertinacia de un ninguneo mezquino, cuando no ignorante.

Hemos perdido, sin duda, a un autor fundamental , reconocido y galardonado en todos los foros literarios en que participó. Cosmopollta incansable, no solo recorrió la mayor parte del planeta en la divulgación de los versos, cursillos y conferencias de su autoría, sino que hizo suyos los patrimonios poéticos de cada país y lenguaje, traduciendo y editando en España magníficas antologías de sus grandes colegas, ignorados y distantes. Su capacidad de trabajo fue legendaria. En setenta países y más de cincuenta lenguas ha dejado testimonio verbal y traducciones de su creación personal. Ha sido galardonado en los cinco continentes y recibió más de medio centenar grandes premios y recompensas. Concitó en torno a sus prólogos, presentaciones, conferencias y ensayos , pero fundamentalmente sus poemas, un renovado interés exterior por la lengua española de arte, tan prestigiosa a lo largo de los siglos como amenazada hoy por el seguidismo y la caricatura de otras lenguas en el habla corriente y el desprecio de la gran poesía que se sigue haciendo en a Canarias y Península.

La voluntad de intercambiar conocimiento y experiencia con todos los pueblos y lenguas posibles no significa en modo alguno que Canarias quedase preterida en la obra de Justo. Me parece que las islas están todos sus libros, explícita o espiritualmente. El último terminado es precisamente el cuarto volumen de una obra monumental, Hesperia, que rememora en versos de metro diverso todas las etapas de la historia del Archipiélago, sus lugares y gentes, su desarrollo, sus personajes, sus ciudades, costumbres y grandes o pequeños hechos. Este proyecto gigantesco queda incompleto, pero de todo lo que abarca será fundamental en el conocimiento de la historia épica y cotidiana de Canarias. El prólogo de este cuarto, volumen, firmado por el admirable filólogo Maximiano Trapero, otro de los amigos fraternales de Justo, deja muy claro el valor artístico y testimonial de esta epopeya de Canarias, que carece de igual en otros territorios.

Las casas en que hoy vivimos apenas dejan lugar a las bibliotecas que nos gustaría tener siempre a mano. En la mía hay una estantería de varias alturas dedicada a la obra de Justo y sobre Justo, este grandísimo creador cuya confianza me enorgullece. “No escribas tanto”, le dije una vez en broma. “Ya no sé dónde poner tus libros”. Él respondía: “Pues te mudas a otro piso o me dedicas un trozo de pasillo, porque no pienso parar”. Y este designio era tan cierto que redoblaba mi admiración por su inagotable creatividad.

El último editado es muy especial: Poemas a Kleo se titula, y reune cien piezas dedicadas a Kleopatra Filipova, su esposa, intelectual nacida en Macedonia y enamorada desde muy joven de la poesía española. Kleo coincidía en todos sus gustos con su marido, y al tiempo que lo enamoró, le hizo enamorarse de la cultura y la idiosincrasia macedónicas. Allí pasababan todos lo veranos los padres y hermanos de ella.

En este punto no puedo seguir sin citar algo tan cruel como la muerte de Justo a causa del coronavirus, y el hecho de estar también su esposa hospitalizada en el mismo centro sanitario y por la misa causa, sin poder verse ni recibir a Lara, hija de ambos, de unos 25 años de edad. ¿Cabe concebir un azar más despiadado?. Esta muerte fue algo que yo no temía , pues a finales del pasado marzo, cuando Justo me llamó y me dijo haber sido alcanzado por la pandemia, su voz era animada y su risa expansiva como de costumbre. Pensé que estaría en casa en pocos días.

Contra lo que algunos piensan, Justo no era engreído ni exudaba vanidad. Es obvio ue se sentía llamado a un gran destino artlistico y era consecuente con esa llamada. Los primeros momentos de encuentro en sus viajes a Las Palmas o míos a Madrid, estaban reservados a comentar sus últimas experiencias. Cumplido el menester, su actitud predilecta era la risa. Creo que le gustaba tanto reir como escribir. Y no se trataba de criticar ni ridiculizar a nadie sino de comentar en clave de ironía el acontecer reciente en todos los órdenes, culturales, políticos, sociales y familiares. Era risa sana, sonora, contagiosa. Los últimos treinta años de su vida dejaron atrás las aventuras y frivolidades que le habían hecho famoso y vivía cada instante con la intensidad de eso mismo: la de sentirse vivo, activo y feliz con su éxito a pesar de los disgustos llegados del mundillo cultural. Sus años mozos fueron sobre todo placenteros como estudiante y despuès profesional del Derecho, campeón de tenis, gran viajero, etc. Después vinieron décadas de precariedad económica, que sobrellevó con el profundo amor de Kleo y la segura admiración que despertaba su obra poétoca.

Todo iba mejor hasta que, ayer, nos llegó la muy penosa noticia, aún duplicada por la situación de su esposa, quien aún tuvo del valor de escribir y meter en red una nota de amor profundo, inevitablemente resignada pero llena de belleza en la evocación de lo vivido y lo por vivir en el inflnito. Ambos eran muy creyentes.

De no morir me iría

conformando

con seguir mereciendo la alegría,

la música fraterna, la dicha de lo humilde

Esto escribió él en uno de sus cien poemas a Kleo. Pero es seguro que, aún después de marchar, la alegría de tu mujer, vuestra hija y cuantos compartimos tantos momentos de vida seguirán celebrando por mucho tiempo el privilegio de recordarte tal como has sido.

Ahora es muy duro perderte de esta injusta manera, pero créeme que tus libros, conversaciones e indescriptibles cartas personales, prolongación de aquellos, seguirán siendo música y dicha para suavizar la ausencia.

¡Descansa, hermano!

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