El nuevo paso aéreo que supone la Onda Atlántica para enlazar el puerto con la ciudad o viceversa, nos permite una visión nueva en la punta del istmo de La Isleta, quedando en el horizonte lo que fue el espigón del Castillo y lo que hoy día contemplamos con esa línea de atraque casi vacía de unidades pesqueras, donde en las últimas décadas del siglo pasado rebosaba por todos los costados incluido el vecino muelle del Refugio.

Aquella era una actividad plena de gran dinamismo comercial donde acudían a diario más de medio millar de hombres a trabajar en las descargas de las capturas de los barcos y en los transbordos a los buques congeladores y en el almacenamiento en los frigoríficos en tierra.

Era toda una estación marítima de la pesca atlántica, única en el mundo por el numero de capturas que se manipulaban en miles de toneladas, por las tripulaciones marineras de todas las lenguas del globo y donde el puerto de La Luz era un referente mundial de precios para otras lonjas pesqueras, entre ellas las del Japón, a donde se enviaba la mayor parte de las especies, especialmente túnidos y cefalópodos.

Pero todo eso queda para el recuerdo, como una época que ya pasó, solo nos queda la nostalgia de un esplendor que tuvo nuestro recinto como soporte especial del banco canario-sahariano, antes que los países ribereños del vecino continente africano pasaran a administrarlo imponiendo sus leyes y normas para proteger los caladeros y sus intereses con lo cual el puerto de Las Palmas quedaba fuera de juego.

Por todo ello tenemos que entonar un réquiem solemne por una actividad que prácticamente ha desaparecido de las aguas de nuestro recinto, cuando en algunas ocasiones se consideró a nuestra capital como la ONU mundial de la pesca por las compañías que estaban aquí establecidas para su comercialización.