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Observatorio

La hora de los personajes

Dónde quedan los personajes en un presente secuestrado por las emociones y el relato? Coinciden en cartelera Nomadland (2020) y Otra ronda (2020). Han sido varias las personas que, después de verlas, me han comentado que les han gustado, pero no les han sorprendido, que han visto lo que sabían que verían. Lo entiendo. Si relacionas esas películas con la filmografía anterior de sus autores, Chloé Zhao y Thomas Vinterberg, o con la manera en la que se están comunicando, es muy posible sentir algo así.

Sin embargo, hay algo en ellas que las hace exóticas, incluso sorprendentes. En realidad son varias cosas, entre ellas una magnífica propuesta visual -pensada, rotunda, personal- que distancia ambas películas de los estándares formales actuales (el tremendo look de plataforma, bien saturado de azules y de grises, que alcanza incluso a películas que no se han concebido originalmente para ellas). Pero, aunque pueda pasar desapercibido, lo más extravagante de estos filmes es otra cosa: su apuesta por los personajes. Lo más importante de Nomadland y de Otra ronda son sus personajes. Todo, absolutamente todo, pasa por ellos. Ambas películas son sus protagonistas y la actriz y el actor que les dan vida respectivamente. Y enfrentarse a ambos filmes es darse cuenta de lo falto que está el cine contemporáneo de personajes así, especialmente el cine que trasciende lo minoritario y tiene un alcance (ni Nomadland ni Otra ronda son blockbusters, pero son películas muy bien publicitadas y colocadas, ambas con nominaciones a los Oscar).

Los motivos de esta escasez de personajes o, mejor dicho, de la tendencia al personaje como medio y no como fin, como pantalla sobre la que proyectar y no como proyector en sí mismo, son bastante evidentes. De un lado, es este un momento secuestrado por el relato y por las emociones. De otro, el estrés por producir, por generar contenidos que amplíen los catálogos, trae consigo una tendencia evidente al empaquetado de productos hechos con prisas y sin ganas: el paquete de thrillers intercambiables pero que den el pego, el paquete de series a rebufo de La casa de papel, el paquete de películas socialmente comprometidas…

Lo segundo es terrible, va en contra de todo, de la creatividad, del talento, del riesgo, de las ideas, ¡de las ganas! Lo primero, en cambio, es comprensible. En un momento tan complicado como este, con el mundo hecho trizas, enfadado y con los ánimos por los suelos, es lógico que las emociones arrasen con todo. Como también (o especialmente) es lógico e importante que las mejores películas -también las mejores series o los mejores libros- pongan en primer plano el relato, sobre todo el relato que permaneció demasiado tiempo silenciado o no nos atrevíamos a contar. O, mejor aún, que cambien de una vez por todas tantos relatos que estaban incompletos o, directamente, eran falsos y nocivos. Sin embargo, esto último es perfectamente compatible con ese cine en el que el personaje es el centro de todo, se confunde con la historia porque es la historia y se le pide mucho más que ser el vocero de un tema. Nomadland y Otra ronda van por ahí, son ese tipo de película. Como lo es Sound of Metal (2019), otro filme extraordinario, también presente en esta temporada de premios, que no tiene nada que envidiarle a los otros dos. Esas tres películas sintetizan en sus personajes la complejidad de la vida nómada (la de Zhao) y la posibilidad de festejar la vida aunque te lo ponga tremendamente difícil (las otras dos).

Igual no son películas sorprendentes si por película sorprendente entendemos la que no vemos venir, la del giro extravagante, la que nos cuenta algo que nadie nos había contado antes. Pero para mí sí fue una sorpresa tener la opción de acompañar todo el tiempo a esos personajes tan extraordinariamente bien descritos, contados, dotados de humanidad. Porque son personajes exóticos para 2021, porque no hay tantos. Ni abundan los personajes así, ni abundan los cineastas capaces de concentrar en ellos todo lo que quieren contar, ni es tan habitual que los actores que los encarnan (lo que hacen en ellas Frances McDormand, Mads Mikkelsen y Riz Ahmed roza lo divino) se fundan con ellos hasta desaparecer.

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