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Manolo Ojeda

Cartas a Gregorio

Manolo Ojeda

Desde mi celda

Querido amigo, dicen que hay que hacer tres cosas antes de morir: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo, pero yo le añadiría otra más, y es que todo el mundo debería pasar una temporada en la cárcel, aunque solo sea una vez en la vida, porque, seguramente, es la única forma de saber lo que se siente cuando te privan de la libertad.

Siempre he querido pasarme un tiempo encerrado en un monasterio o en algún lugar donde pueda desconectar de todo para encontrarme conmigo mismo sin pensar en el tiempo ni las prisas del día a día, un tiempo de reflexión para saber quién soy, dónde estoy y hacia dónde voy.

Vivimos empujados por las circunstancias y no tenemos la posibilidad de parar para ver y decidir si vamos hacia donde queremos o si simplemente nos dejamos llevar por la inercia que nos impone la sociedad y su ritmo de vida.

Pero supongo, Gregorio, que ya no sabemos vivir por nuestra cuenta y que, seguramente, acabaríamos perdiéndonos entre las dificultades y los recovecos por los que nos conduce esta vida.

Todo esto viene a cuento por las siguientes razones, y es que el año pasado solicité una subvención pública para realizar una exposición de artistas canarios en mi espacio de galería y, después de aportar tropecientos papeles entre presupuestos y otros documentos, pedí en la Agencia Tributaria que me proporcionaran un certificado de que estaba de alta en el Impuesto de Actividades Económicas (IAC), pero como quiera que se acababa el plazo y no iba a llegarme a tiempo, se me ocurrió coger una certificación anterior y cambiarle la fecha, pensando que siempre podría reemplazarlo por otro actualizado. Pero no sabía que, aunque solo fuera la fecha, estaba falsificando un documento público, lo que conlleva una pena de cárcel que, al ser primerizo en esas artes, podría conmutarse por una multa a saber de qué cuantía. Lo cierto es que puede que la próxima misiva que te envíe venga encabezada como “Cartas desde mi celda…”

Lo positivo es que, con tantas horas disponibles, podría dedicarle mucho más tiempo a este vicio, pero, inevitablemente, tendría otros problemas.

Recuerdo que, hace ya algún tiempo, leí la entrevista que le hicieron a una persona que había estado años en prisión por un delito que, además, no había cometido.

Finalmente consiguió ser liberado, pero no sin antes haber pasado por un verdadero infierno. Una de las cosas que más me impresionó de aquellas declaraciones fue cuando dijo que, después de un año sin tener contacto con el resto del mundo, había perdido la capacidad de decidir entre lo que quería o no quería. Como, por ejemplo, cuando le preguntaron si prefería el café con azúcar o no, que ya no sabía decir cómo le gustaba.

Y es que la libertad no es solo un menester del cuerpo, sino una necesidad del alma.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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