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Reseteando

Javier Durán

El hambre no se ha ido

Cuentan los últimos testimonios vivos que en la posguerra había una lucha feroz por acallar el hambre, ya fuese con la cartilla de racionamiento para una alimentación de emergencia, o bien merodeando entre el estraperlo para obtener un comestible extraordinario, aunque sólo fuese una naranja, un poco de azúcar o unas galletas. En tiempo de covid, pese al coma de la economía, los centros comerciales siguen atestados, las estanterías se reponen sin miramientos y los contenedores se llenan de una sobras que, a su vez, son la despensa que evita la catástrofe de la muerte por hambre. La falta de comida deriva en harapos, falta de higiene y marginación social, y en una salud malsana que da lugar a desmayos y anemia, la antesala de una peligrosa cuesta abajo que puede acabar en tragedia. La inanición es difícil de detectar: suele pasar que la opulencia imposibilita la creencia de que existan personas necesitadas de comida. Imposible. Hasta las mismas cifras de los comedores sociales no dicen nada, son inmediatamente sobrepasadas por el monocorde de las subvenciones, los ERTE, las vacunas, los fondos europeos, las elecciones, el fútbol, las fusiones bancarias, el desorbitado paro... Una pesada concha que elimina el mal de un plumazo y que lo envía a lo más oscuro: quizás algunos piensen que el hambre tiene que existir, ya se encargará el propio sistema de hacer sus pequeños ajustes, un día más un día menos, una anomalía crónica. Me veo, de pronto, ante un comunicado de Cáritas pegado a la verja de un colegio, donde la organización explica, sin concesiones, sus limitaciones para atender el pico de demandas que sufre debido a la crisis económica de la pandemia y a migrantes que buscan su amparo. El comunicado es un escrito que alerta a la comunidad educativa sobre lo mal que están las cosas. Más bien sobre el hambre que pasan determinadas personas, que no tienen más remedio que vivir de las saturadas estructuras asistenciales. Al lado, otro papel donde la dirección del centro, receptiva a la petición, reclama a cada curso escolar el suministro de alimentos básicos: garbanzos, arroz, leche, aceite, fideos, latas de atún, judías, lentejas... Una campaña en toda regla para acallar algo tan atroz como no tener nada que llevarse a la boca. ¿Pero realmente existe el hambre en Canarias? Es complejo de admitir entre carros y carros rebosantes de víveres, la mayoría pasto del contenedor. Pero ahí está el llamamiento de Cáritas, un verdadero sismógrafo.

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