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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Una historia de menosprecio

En la vida cotidiana a una persona por su mera esencialidad le asiste el derecho de ser percibida y respetada, protegida, asegurada en su burbuja de inviolabilidad personal. La cual burbuja conforma una distancia de respecto que defiende a la persona de las múltiples formas de violencia, y preserva su intimidad de persona en el espacio público o privado. Sin embargo, la naturalidad con que los representantes públicos o personas de conductas despreciables insultan, amenazan, naturalizan el asalto a ese espacio sacral, hace lo que el ladrón cuando roba o intimida con violencia. Es el insulto, la amenaza, pues, una agresión de bandolero, de gente infame y resentida.

La naturaleza muestra proclividad por la invasión de los espacios. Y por ese principio el movimiento feminista defiende ese espacio de seguridad, esencialmente no difiere, por el hecho de ser mujer, del resto de las personas sino que dicha preservación debe amparar, sin distinción, a todas y cada una de las personas. La injerencia de lo ajeno en el ámbito de lo que nos es propio ha sido una constante antropológica de especie y de individuo. La civilización en este sentido lo defiende mediante convenciones y cuando las convenciones son insuficientes mediante la coerción que procuran las leyes. Entendido que, como conducta, este movimiento de seguridad debe ser construido y alentado desde la sociedad, y para cuyo propósito la propia sociedad necesita congregar y disponer de los medios necesarios: está en su mano la provisión de los instrumentos y las medidas adecuadas.

En orden a lo que decimos, las instituciones, la ejemplaridad de las personas eminentes, de prestigio, las que por sus cualidades son referentes por simbolizar aspiraciones y altos valores son, de por sí, símbolos vivos de la cohesión moral y política. Y en cada escenario de representación su presencia supone una oportunidad para ponerlos de relieve. En la visita de la Presidente de la Comisión Europea, la señora Ursula von der Leyen a Ankara (Turquía), el protocolo de Presidente de la República Turca, el Sultán Recept Erdogan dejó un claro ejemplo de desposesión de esa seguridad de la que hablamos y la consiguiente humillación de dichos valores, y dañinamente, por su preeminencia y personalidad políticas. La señora Ursula von der Leyen fue menospreciada y con ella el resto de los europeos, el Sultán la trató vergonzosamente, con una muestra de desprecio, desconsideración y violencia institucional sin igual. Con la finalidad de negarle un plano de igual con el resto de la legación europea, a la señora Ursula von der Layen la recluyó por el hecho de ser mujer en una suerte de ostracismo de salón. Resulta incomprensible cómo la diplomacia europea cuando se trata de la audiencia con un tirano que relega a las mujeres de su país a un lugar subalterno no tomara precauciones. Pero la irrisoria respuesta de la Unión Europea revela la falta de carácter, de vigor para defender sin complejos los valores que son fundamentos de su civilización. Sin la fortaleza de los símbolos, del respeto a su tradición de libertad, de los valores que encarna Europa; el respeto y la seguridad de ese derecho personal y constitucional no sólo se debilitan, sino que, por el contrario, amenazados, alientan el menosprecio y el irrespeto.

Decíamos que esa convención social de distancia cordial marca el distingo entre lo noble e innoble, entre la villanía y la educación. Pero no sólo. La metafórica expresión con que se concibe a las personas como las células básicas de la sociedad requiere imperiosamente esa membrana que la aísle de la dispersión y de la hostilidad exterior, sin que tal envoltura le impida la permeabilidad que la nutre de las experiencias y emociones de la socialización de especie, pero al albur de voluntad y el libre albedrío.

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