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Tribuna

Tinduf: la juventud saharaui en estado crítico

Durante las últimas fechas, se han producido varios hechos tumultuosos en los campamentos de Tinduf que, no por ser habituales, los convierten en menos graves. A la noticia del ametrallamiento de varios jóvenes buscadores de oro por parte del ejército argelino, en lo que fue el segundo ataque en los últimos meses, se sumó consecutivamente el asalto de unos individuos al puesto de policía de la wilaya de Smara, hiriendo a los agentes, con objeto de liberar a un miembro de su familia tribal que había sido detenido previamente por tráfico de drogas. Todo ello con el agravante de que el detenido es familiar del ministro del Interior del Polisario, Mustafa Mohamed Ali Sidi Bachir, el cual a estas alturas aún no ha presentado su dimisión.

Una vez más, estos campamentos en el inhóspito desierto de la hamada argelina vuelven a ser noticia, y no por motivos dignos de satisfacción, sino por los continuados episodios de zozobra e intranquilidad que tanto las alteraciones de orden público como las acciones delincuenciales en general provocan, en ambos casos con la juventud como protagonista. Ya fuere por la inseguridad que sufren algunos de estos jóvenes como ocurre en el primer caso, o la creciente problemática del tráfico de drogas en la zona, en el segundo.

Algo que, por otra parte, no es de extrañar dadas las circunstancias en las que dicha juventud desarrolla su vida y actividad en los campamentos, con la única subsistencia de las ayudas internacionales, sin una aspiración de futuro a la que asirse. Una sociedad sometida a una resignación existencial, sin esperanza de futuro y con una juventud que, una vez sumida en la más absoluta desesperanza, acaba tornándose con el paso del tiempo y el hartazgo de la eterna espera en inconformismo, rebeldía y la búsqueda de una posibilidad de mejora en su modus vivendi del que en definitiva es un proyecto vital condenado al fracaso.

En esto último tiene mucho que ver la irrupción de las nuevas tecnologías y formas de comunicación, en una sociedad globalizada de la que los campamentos no pueden ser ajenos por mucho que se intente imponer cualquier tipo de censura. En ese sentido el uso de los smartphones, las redes sociales y otras herramientas similares, provocan el aterrizaje de una visión alternativa al reducido y opresivo mundo al que están acostumbrados. Una visión que si bien en primera instancia les enseña la vida que podrían llegar a tener, se torna en un espejismo de falsas esperanzas que inevitablemente acaba por producir un desánimo, supeditados en la tierra de la nada, que finalmente acaba en desobediencia dando lugar a situaciones como las que recientemente se han producido en la legítima búsqueda de un futuro mejor.

De esas falsas esperanzas que sufren y padecen la mayoría de la población exiliada en los campamentos suelen librarse, como no, esa pequeña parte de privilegiados que, desde la poltrona que hace décadas tienen secuestrada, pervierten el significado de gobernar, haciendo de la prebenda, el clientelismo y la corrupción una forma de vida. Son esa clase dirigente que, a través de innumerables concesiones que con el abuso de poder se otorgan, así como de la permanencia prolongada en el tiempo de las mismas, han conseguido resolver su presente, futuro y el de sus familias.

Especialmente despiadadas son esas actitudes cuando, realizadas en beneficio de engordar el patrimonio propio, proceden del sufrimiento ajeno. Concretamente cuando lo hacen utilizando la ayuda humanitaria tan necesaria para una población rebosada de penurias y rebasada de paciencia. Todo ello con el soporte y connivencia de una nación, Argelia, que los apoya por mero interés geopolítico y económico dentro del concierto internacional.

La últimas de las cuestiones que han tenido amplio eco informativo, ha sido la muerte del jefe de la Guardia Nacional del Frente Polisario, Adaj el Bendir, cuando se encontraba patrullando en una zona controlada por el ejército marroquí, cerca de Tifariti. En Marruecos no se ha dado difusión a la noticia por fuentes oficiales, pero sí a través de los medios oficiales de Polisario. El cargo del fallecido sería equivalente al sustentado en España por un director general de la Guardia Civil, y aunque se informó de que iba acompañado por Brahim Ghali en la citada incursión, es una información falsa, ya que este hace tiempo que se encuentra en paradero desconocido, al igual que su liderazgo en tiempos convulsos como este.

Esta situación ha convulsionado el ambiente aún más en Tinduf, cuyos responsables intentan glorificar la muerte de dicho jefe como fallecido “en el campo de honor”, tratando así de infundir moral en los jóvenes soldados para que no rehúyan la primera línea del frente. Aunque estos, como antes mencionábamos, están más preocupados por sus propios problemas, ante la falta de soluciones ofrecidas a lo largo de los años, y el poco interés mostrado hacia ellos.

Ante tal cantidad de bravatas y desafíos inocuos al mantener el estado de ‘guerra’ contra Marruecos, el Polisario se ha olvidado de que ya no estamos en 1975, y que por mucho que pretendan con estos continuos episodios sacudir a la opinión internacional, lo único que van a conseguir es empujar a una nueva generación de jóvenes a morir en caso de que la situación se agrave. En Marruecos y occidente se rechaza la guerra, en la ONU también, y así quedará patente hoy, cuando en el Consejo de Seguridad se deba decidir si se prorroga el mandato de su misión en el Sáhara.

Toda esta situación influye notablemente en las Islas Canarias, cuya población está ligada íntimamente con el pueblo saharaui, por su antigua presencia en el territorio cuando era de administración española, y por la residencia en casi todas estas islas de numerosas familias saharauis que se afincaron después de la salida de España de aquella colonia.

Entre ellos muchos de sus jóvenes, que como pueden huyen de sus campamentos, en lo que en la práctica es un caldo de cultivo perfecto para el aumento de la delincuencia debido a lo anteriormente expuesto. Buscan lo que allí sus responsables les niegan por su constante negativa a explorar otras vías de solución. Algo que debería ser tenido en cuenta desde los organismos internacionales en el tan repetido compromiso de una solución justa, duradera y de mutuo acuerdo para las partes implicadas. Sin duda esa es la solución que sacará a la juventud saharaui del ostracismo en el que viven.

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