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Juan José Millás

a la interperie

Juan José Millás

La oreja de Fermín

A mi edad, me he convertido inevitablemente en el padre del adolescente que fui, aunque soy, al mismo tiempo, su heredero. Si pienso en ese adolescente desde la visión del padre, no me quedo muy contento, esa es la verdad. No me gusto. Lo veo acobardado, confuso, torpe, lo veo poco inteligente, lo veo opaco, lo veo con miedo ante la vida, con pánico ante los libros de texto. Cierro los ojos y se me aparece sentado en el pupitre de una clase de matemáticas de la que ha desconectado hace tiempo. Está observando la nuca del compañero de delante, que se llamaba Fermín. Intenta no salirse del campo visual de la nuca porque cuando desvía la vista hacia un poco hacia la oreja derecha, resulta que no hay oreja. Aparece, en su lugar, un pegote irregular y rosado de carne con un pequeño agujero en el centro, como si se la hubieran hecho esa misma mañana amasando un puñado de carne picada. Todo un curso estuvo aquel adolescente (yo) condenado a observar aquella oreja (la de Fermín), que no era propiamente hablando una oreja. Un día me atreví a preguntarle si oía algo a través del pequeño orificio practicado en su mitad y me dijo sonriendo que sí. Fermín se reía de su oreja. Eso sí que era tener valor, reírse de su oreja. Años más tarde, cuando se pusieron de moda los pelos largos, se la tapaba con una melena cuidadosamente estudiada. Quizá, pensé entonces, no le hacía tanta gracia.

Solo hay una faceta que me gusta del adolescente que fui: su obsesión por la lectura. Tal vez esa obsesión, me digo, lo salve de la extrañeza que siente frente a la realidad. Ahora bien, que ese proyecto de adulto no me guste, no quiere decir que no sienta piedad por él. Después de todo, como señalábamos más arriba, también soy su heredero. Se encuentra en los cimientos de mi vida adulta. Soy porque fui. Esa extraña combinación entre padre y heredero me ha obligado a entablar negociaciones durísimas entre el uno y el otro. Sólo salvando, siquiera parcialmente, al hijo puedo salvarme a mí mismo. La negociación no ha terminado, estamos en ello. De su resultado dependen muchas cosas. Pero se alarga y se alarga como la de un convenio colectivo de los trabajadores de una empresa en crisis. Me conformaría con concluirla segundos antes de expirar.

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