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Lucas López

Punto de vista

Lucas López

La playa de los Cristianos

En diciembre de 2007 Daniel Izuzquiza SJ publicaba en Sal Terrae el artículo: “En la playa de Los Cristianos”. Hacía referencia a una fotografía mediática: unos turistas europeos atendían a un grupo desembarcando del cayuco en la tinerfeña playa de Los Cristianos. Aprovechaba aquella imagen para reflexionar sobre el sitio que corresponde a la comunidad cristiana ante las historias migratorias. Con esta nota pretendo avanzar en la reflexión ya iniciada en las páginas de La Provincia sobre Teología de las Migraciones. Si en la primera (La Provincia, 22.1.2021) abordábamos la cuestión del mestizaje y la dignidad de las personas, en la segunda (La Provincia 5.3.2021) proponíamos algunas pistas para una teología política de las migraciones: fidelidad a la memoria recibida, propuesta de una narrativa esperanzada y gestión eficaz y eficiente de los recursos. En esta tercera quisiera centrarme en el compromiso que podemos contraer las comunidades cristianas ante la realidad migratoria.

Lo primero, ese compromiso no se puede sostener sobre una simplificación. Por tanto, debemos asumir que las migraciones son una realidad compleja. Las migraciones no son un fenómeno coyuntural de ámbito local. Cualquier compromiso que considere las migraciones como algo local y actual, que ignore su carácter histórico y global, será un compromiso simplista. Se trata de un fenómeno global que implica cuestiones éticas, sociales, culturales, comunicativas, técnicas, económicas, medioambientales, geopolíticas, logísticas, religiosas, legales y de salud pública. Si adoptamos una respuesta que no tenga en consideración esta complejidad, nuestro compromiso será paliativo, pero, en el medio plazo, las personas seguirán sufriendo y, con su esperanza defraudada, tendrán a mano exclusivamente la ira.

Supuesta esa complejidad, acudimos a lo que está mostrando el Papa. Su primer viaje oficial fue a la isla de Lampedusa, al sur de Sicilia, que desde inicios del milenio era lugar de paso para quienes huían de las crisis de diversa índole en el Magreb, Oriente Próximo y el África Subsahariana. Bergoglio celebró la misa con una patera como altar. El báculo y el cáliz, propiedad de la parroquia, estaban hechos con trozos de diversas barcas llegadas a la isla en la primavera de 2011. Durante el trayecto a la isla, el Papa arrojó una corona de flores al mar en homenaje a los miles de personas desaparecidas. Francisco comenzó la homilía de la misa reconociendo al pueblo de Lampedusa y, en especial, a los miembros de los diferentes servicios implicados en el rescate y acogida de muchísimas personas. También se dirigió a la comunidad migrante y aseguró: “La Iglesia está a su lado en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y sus familias”. De ese modo, nos da una pista para saber cuál es la “playa de los cristianos”, el lugar de la Iglesia, en la cuestión migratoria: del lado de quienes buscan una vida más digna para sus familias.

El pasado 3 de octubre, en la Villa de Asís, patria de San Francisco, el papa que lleva su nombre publicaba la encíclica Fratelli tutti. En ella, la Iglesia aboga por una “una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”. Al abordar la realidad migratoria, el papa sostiene: “...nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona. Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”.

Ciertamente, la labor realizada por muchas comunidades de diversas denominaciones cristianas, organizadas o no en parroquias, en movimientos o en ONG, o en respuestas espontáneas de vecinos y vecinas desde su fe va en esa dirección. Es evidente que las comunidades cristianas no son, ni deben pretender ser, el conjunto de la sociedad. Ya Jesús señalaba que se trataba de ser fermento en la masa (no el pan entero, ni tampoco el obrador o el trigal). En nuestras sociedades democráticas corresponde al Estado, principalmente, ser el garante de los derechos de las personas. Además, son también muchos otros los agentes de la sociedad civil que se implican y comprometen en esta tarea de fraternidad universal.

Por otro lado, hay actores que quieren usufructuar el fenómeno migratorio para intereses propios. Se trata de mafias que comercian y también de estados que utilizan la visibilidad migratoria como presión para sus estrategias de negociación. Se trata también de actores que explotan la debilidad jurídica de quienes migran o de organizaciones que usan la realidad migrante para posicionarse en su lucha por el poder político. Así que, junto a los verbos propuestos por Francisco, aparecen otros verbos: usufructuar, explotar, obstaculizar, controlar, perseguir, detener, expulsar.

Si aceptamos la complejidad del fenómeno y sus raíces, la “playa de los cristianos”, el lugar de la Iglesia, no será sustituir al Estado o al conjunto de la sociedad, ni tampoco utilizar el fenómeno y a las personas migrantes para posicionar nuestras comunidades u ONG y alcanzar relevancia mediática. Sin embargo, no podemos ausentarnos de la tarea ni eludir los análisis. Nos corresponderá ayudar a esclarecer la realidad con su complejidad, sin polarizar a una sociedad que ya tiene dificultades suficientes para entender las implicaciones de este mundo globalizado, y sumarnos a quienes acogen, protegen, promueven e integran.

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