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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Francotiradores postales

No es una casualidad que en Madrid germine la epístola-bala con francotiradores postales que echan en el buzón el odio de la misma manera que cae la mierda en un pozo negro. Isabel Díaz Ayuso y “el pellizco de monja” (con permiso de Juan José Millás) que es Rocío Monasterio abrieron el tiro al pichón con el grito del “libertad o comunismo” de cara al 4-M. Proclamas de este cariz desembocan en marrullerías varias, pero también en la posibilidad de que una carta o paquete lleve en su interior un explosivo que acabe mutilando a un candidato. Pero tampoco el peligro que acecha es una condición para que el PP y Vox condenen de manera tajante estos actos, también las camisas y sudaderas con la cabeza de Pablo Iglesias ensangrentada. Señores, a ver si se enteran de una vez: están echándole gasolina al radicalismo de la ultraderecha, que es tan condenable como el soberanista o el de los violentos que queman contenedores y rompen escaparates porque les da la real gana. El trasiego de proyectiles -ayer le tocó el turno a Zapatero- demuestra que el deterioro que vive la tribuna democrática, la ausencia de consensos, el nivel de insultos, la polarización extrema, el sedimento de la corrupción, la sed por el enfrentamiento y la carencia de normas básicas de respeto político ha acabado por crear un monstruo como las elecciones de Madrid. Desconocemos si las amenazas vía buzón son el preámbulo a algo más terrible, pero la secuencia de los hechos da a entender que la tensión puede elevarse más allá de lo verbal. Los comportamientos fascistas y neonazis están más que estudiados: tras infiltrarse en la política convencional de partidos como una opción votante a tener en cuenta de cara a unas elecciones como la del 4-M, pasan a la fase del terror y la provocación. El objetivo, con violencia o una representación de la misma de trasfondo, es explotar al máximo las contradicciones entre la propia derecha y elevar el tono entre aquella y la izquierda. Una especie de revoltijo que daña la credibilidad del sistema democrático, dado que la finalidad última de los ultras es aprovecharse del régimen de libertades -incluida la de información- para luego desmontar el armazón, a la manera del nazismo. En España pasamos por la experiencia de ETA en el País Vasco y su entramado de terror. No se inventa nada nuevo, el discurso del odio -venga de donde venga- ya es un viejo conocido por estos lares. Hay que hundirlo sin piedad para evitar que monopolice la realidad.

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