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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Cómo neutralizar a la ultraderecha (y 2)

Abandonar la mentira institucionalizada y respetar el principio de contradicción, acabar con las fake news que son buenas y bonitas porque lastiman al adversario conservador y practicar la transparencia y la rendición de cuentas no basta, por supuesto. Nada ha favorecido tanto al crecimiento del neoconservadurismo y la extrema derecha que la obsesión identitaria, la multiplicación y fragmentación de causas políticas, las jergas micropolíticas, “el anhelo de un yo construido socialmente por la diversidad pero desde el rechazo a la colectividad”, como escribió Daniel Bernabé en La trampa de la diversidad, un libro que sulfuró hace unos años a buena parte de la izquierda española. El mismo Bernabé cita a Owen Jones muy atinadamente: “la izquierda secciona a los grupos sociales intentando dar protagonismo a todos los colectivos que pugnan en ese mercado identitario”. En una posición marginal del discurso progresista –aunque de vez en cuando se intente revitalizarlo sin gran éxito – están lo que antes se llamaban “antagonismos de clase” y hoy se suele referenciar como pauperización de las clases media y miseria de la clase obrera obsolescente, cientos de miles de personas que no dispondrán de un puesto de trabajo nunca más. Los asuntos de la agenda tradicional (salarios, vivienda, escuela, servicios sanitarios y asistenciales) no se relacionan con las nuevas condiciones sociales y culturales. Y en esa mayoría empobrecida y sin horizonte de prosperidad para ella y sus hijos cunde igualmente la confusión cultural y el miedo a la inseguridad laboral, callejera, psicológica. Como señala el propio Owen, la explosión fragmentadora de colectivos y aspiraciones particularistas deja una amplia puerta abierta a la ultraderecha ante el desconcierto y la pasividad de la izquierda. Si los trabajadores se sienten inseguros en su barrio por la presencia de ladrones, o de inmigrantes mal integrados, o de camellos dedicados al menudeo en las esquinas, explicarles que la matriz de todo sus problemas está en la desigualdad de nuestras sociedades capitalistas, y que ladrones, camellos o inmigrantes bronquistas son desdichadas víctimas, es una respuesta (digamos) muy insatisfactoria.

Por eso la izquierda debe analizar, reorganizar y reorientar su agenda política y sus plataformas programáticas si quieren salir de una situación de debilidad estructural – y lo está incluso en España: el PSOE gobierna con apenas 120 diputados gracias al fraccionamiento de la derecha y a los muy discutibles y frágiles acuerdos de Pedro Sánchez con los separatistas catalanes y los nacionalistas vascos – y enfatizas en reformas estructurales y en los intereses, ordenando alrededor de las mismas, y no al contrario, los intereses y demandas de los colectivos identitarios y las minorías sociales que merecen protección, y recuperando realidades sociales (los valores del trabajo, el esfuerzo y la disciplina, instituciones como la familia) que han sido cada vez más apartadas del espacio público. Así se impediría que a través de guerrillas culturales nueva derecha y casposa ultraderecha consiguieran atraer las sensibilidades malheridas y culturas despreciadas de los trabajadores económicamente desahuciados y clases medias hundidas para siempre jamás.

Y por último, por supuesto, está la estúpida sofisticación del marketing político. Convertir cada día del trabajo político en el capítulo de una serie de Netflix y contribuir así a que la gente se insensibilice ante cualquier mensaje. Incluido el tuyo. Acabar con el auge del neoconservadurismo y la ultraderecha, repito, no es tan complejo. Basta con que la izquierda deje de hacer lo que practica hace más de un cuarto de siglo: ese conjunto de cálculos, ventajismos y errores que ahora mismo, en España, garantizan Pedro Sánchez, Pablo Iglesias e Iván Redondo.

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