La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Cruz Ruiz

Testigo de calle

Juan Cruz Ruiz

La libertad de mentir y de dañar

Entre los hermosos versos de Pablo Lezcano está su Romance de la verdad y de la mentira. “Gentes hay que van diciendo ser dueñas de la verdad… La verdad no tiene dueño”. Era un hombre reposado y amistoso, su pasión veraniega era pescar por Morro Jable, donde hacía submarinismo como si se quisiera confundir con el fondo del mar. Pausadamente, este sabio ajedrecista era además un hombre atento y justo que no dejaba que la mentira contemporánea, o sobre el pasado, dañara la convivencia o sus versos, así que su poesía y su persona se juntaban en una misma aventura, la aventura de buscar la verdad con otros, pues como escribió su admirado Antonio Machado, la verdad es una y se tarda una vida y más allá encontrarla. En una ocasión muy amarga para mí acudió en defensa de una verdad chiquita, pero decisiva, y me salvó de una calumnia que un trío bien engrasado para ponerla a caminar hizo circular desde la portada de un periódico donde uno de aquellos sabihondos declaró que determinado galardón que yo había obtenido le merecía el crédito de sus excrementos. Lezcano, que conocía de primera mano, y tanto, las circunstancias, puso a mi disposición una carta que me defendía de las acusaciones que aquel grupito había elaborado, y aunque decidí agradecer y guardar el gesto escrito del poeta, la insistencia del inspirador de aquel desatino en resucitar el magro argumento del trío me hizo publicar finalmente la carta de don Pedro. Y santas pascuas, Magdalena, que es lo que decía mi madre cuando no quería dar más detalles sobre un asunto.

Todos hemos sufrido, en una medida u otra, el horroroso efecto de la mentira, pues se instala en la sociedad como verdad en seguida que se pone a correr. Hay personas que quieren creerla por las razones que sea y otras que, aun no creyendo en esa realidad inventada para dañar, mantienen la sospecha como mal menor ya que es mejor estar en el medio que negar lo que tampoco les parece tan evidente. Ahora estamos viviendo, a nivel global, y en el ámbito de la política, una de las peores consecuencias del invento más exitoso de la historia de las comunicaciones, Internet y su muy venenoso correlato de las redes sociales. Se valora, como es natural, la impresionante utilidad del invento y sus consecuencias, pero es bueno no olvidar sus tremendos perjuicios, pues ha abierto a los que se benefician de las sospechas que causa la mentira una puerta de inconmensurables peligros para la credibilidad y el respeto a la dignidad de las personas, sociedades o países. Sobre las patas viscosas de la mentira se alzan ahora gobiernos o ex gobiernos en Brasil, Italia o Estados Unidos. En este último país, tan grande y tan influyente, mandó un sátrapa que naturalizó la mentira a través de las redes, que siendo tan permisivas y aquel hombre tan poderoso, terminaron quitándole (hasta hoy) la clavija que lo conectaba con el daño de difamar.

Trump reside ahora en una nube a la que además no puede acceder ni con seudónimo. Uno de los argumentos que este hombre manejó para convertirse en el rey de la mentira fue precisamente el de la verdad: él iba a traer la verdad a su país e iba por tanto a luchar contra las mentiras de los distintos países que se habían constituido, según él, en enemigos de Estados Unidos, donde volvería a resplandecer… la verdad. Ha tenido que venir este hombre tranquilo que es Biden para que se restañen las ominosas heridas que el sátrapa mentiroso había esparcido por fronteras y ciudades, donde su indiferencia ante el maltrato o ante la muerte generó inseguridad, dolor y descrédito sobre la gran nación americana. Ahora, lo que son las cosas, el país que había dejado al garete sus relaciones internacionales, incluidas las naciones que habían ayudado a eliminar la amenaza de las mentiras de Hitler, se ha puesto al frente de la lucha mundial contra la pandemia y se ha juntado con Europa para apoyar a todos los países, los pobres y los ricos, a salir de esta desgracia sobre la que, por otra parte, también sobrevuela y de qué modo el daño de la mentira.

La mentira camina a lomos de la libertad, por cierto. Pon la etiqueta de la libertad a lo que dices o haces, y en ese muro de las abstracciones coloca tus intereses o tus suposiciones, y tendrás sobre la cresta del caballo el fantasma de la arrogancia, de la verdad única y de la mejor libertad que pueda hallarse en el mercado de las libertades. Sobre ese señuelo supuestamente libertario se han generado regímenes, incluido el régimen franquista, que han desfilado con sus estandartes en los que explicaron primero que había en marcha una dictadura (la dictadura comunista) por ejemplo, para instalar después su propia versión del mando único. Sobre la actual democracia española, que es una democracia con muchos colores, donde conviven por cierto también partidos o personas que añoran la dictadura cuyos supuestos valores defienden, sobrevuela ahora el tópico que define como dictadura todo aquello que les suene ajeno y como libertad toda aquella suposición abstracta que les venga bien para reclamar el poder para poner el orden verdadero sobre las cosas.

Cuando ya no se podía hablar en las casas, tras la Guerra Civil, mi madre me susurraba cosas que pasaban o habían pasado en mi pueblo o en mi barrio; a ella le daba apuro dar nombres propios de los patriotas que habían surgido de aquella desgracia, lo cierto es que los que pasaron a mandar durante la dictadura, en nombre de la libertad, se apropiaron de las instituciones e incluso de los terrenos, y amenazaron con el descrédito o la cárcel, o la humillación, a aquellos que no habían expresado afecto a los que vinieron a subvertir el orden republicano. Como el pueblo no era la medida de todas las cosas luego he visto cosas parecidas a las que contaba mi madre en libros de grandes historiadores como hechos que habían pasado en otros territorios de España. Siempre fue la mentira o la suposición o la calumnia la antesala del horror. Y ahora que he visto tanta bandera impuesta de libertad, como un vacío lleno de ruindad y de burla, he pensado otra vez en Machado y en don Pedro, la verdad hay que buscarla con otros y la verdad no tiene dueño. Quién estuviera ahora mirando la paz del fondo del mar por donde discurría la filosofía de Lezcano, su manera libre de compartir la verdad.

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