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Jorge Dezcallar

Observatorio

Jorge Dezcallar

Palabras que se usan mal

Palabras que se usan mal Jorge Dezcallar

Algunas palabras como democrático, progresista o fascista se utilizan hoy de forma particularmente inadecuada, porque se retuercen hasta lo indecible para utilizarlas como arma arrojadiza frente al adversario en el circo chato de la política nacional, donde, por desgracia, sobran tantos insultos como faltan ideas y programas. Así, algunos consideran democrático violar la Constitución, hacer referendos ilegales sin garantías, desobedecer las leyes, fomentar la desobediencia civil, apropiarse de los medios de comunicación públicos y gobernar solamente para los de la propia cuerda marginando a todos aquellos que no comulgan con sus ruedas de molino. Confunden democracia con votar cuando eso, que es necesario para que la haya, es claramente insuficiente si no va acompañado de otras nimiedades como son la separación de poderes, las libertades individuales y el Estado de derecho.

Lo democrático no es marginar a los que piensan diferente, sino tener en cuenta sus puntos de vista y buscar el diálogo para llegar a acuerdos hasta donde sea posible. Lo democrático no es imponer, sino persuadir; no incumplir la ley, sino buscar los mecanismos legales para reformarla cuando no guste. Lo democrático no es gobernar solo para los afines, sino para todos los ciudadanos. Aquí todos presumen de demócratas y muchos no practican la democracia.

Progresista es otra palabra que se utiliza como salvoconducto para justificar y elogiar cualquier política... siempre que sea de izquierdas. Y no me parece correcto. Para mí progresista es lo que impulsa el progreso y hace avanzar a la sociedad y eso lo pueden hacer tanto las izquierdas como las derechas. Por ejemplo, las políticas sociales del presidente Rodríguez Zapatero fueron progresistas (igualdad de género, matrimonios entre personas del mismo sexo, aborto...), mientras que sus políticas económicas ante la crisis que nos envió Wall Street –y que él ni vio llegar ni luego supo enfrentar– no solo no nos hicieron progresar, sino que llevaron las cifras de desempleo hasta niveles estratosféricos. Y crear desempleo no es progresista.

Los miembros del Gobierno se llenan la boca día sí y día también hablando de progresismo cuando lo realmente progresista en estos momentos sería gestionar bien la pandemia, el asunto más grave que tenemos sobre la mesa, pues de la vacunación rápida y masiva depende salvar la temporada turística y con ella el 12% del PIB y millones de empleos que sería muy progresista poder recuperar. Aquí lo progresista habría sido hacer lo que Boris Johnson, que con todo su populismo ha vacunado en tiempo récord a los británicos. O lo que hacen Sebastián Piñera en Chile o Joe Biden en EEUU, que están salvando muchas vidas a base de acelerar sus programas de vacunación masiva... y que no son precisamente líderes de izquierdas.

Y fascista... es una palabra que evoca pura necrofilia política. Según la RAE, el fascismo fue un «movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista». Pero muchos la utilizan hoy como insulto cada vez más alejado de su significado original, para aplicarlo con brocha gorda y en sentido muy peyorativo a todo lo que les parece «conservador». En ese sentido es un término que tanto vale para un roto como para un descosido, siempre que lo utilicen las izquierdas contra las derechas. Y otra vez no me parece correcto.

Hoy hay grupos de autodenominados «antifascistas» que interrumpen a base de gritos y pedradas mítines de políticos a los que tildan de fascistas, cuando lo que me parece fascista es coartar la libertad de expresión e impedir a otros hablar y defender pacíficamente sus ideas. Los fascistas son los que en las plazas, en las universidades, en las televisiones o en otros lugares impiden hablar, usando la violencia, a los que piensan diferente en una versión local de lo que ahora se llama cancel culture, que gana terreno en el mundo y que niega el pan y la sal a los que se apartan del catecismo «progresista» de lo que ellos por sí y ante sí consideran políticamente correcto y aceptable. Porque eso era precisamente lo que entre otras barbaridades también hacían los nazis.

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