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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

La gente hace lo que le da la gana

Llega una gran furgoneta blanca a la puerta del colegio con dos niños muy pequeños en el asiento delantero, sin cinturón de seguridad, pasa ante el policía que está atendiendo a quienes cruzan el paso de peatones y aparca en doble fila. Tendrían que prohibir a todos los padres llevar a sus hijos a la escuela en cualquier tipo de vehículo, y así no se pondría en riesgo la seguridad de los menores. Dos jóvenes de 18 y 19 años han muerto este fin de semana cuando un coche embistió la moto en la que viajaban, saltando al carril contrario por causas que se investigan. Tendrían que prohibirse las motos y así no se pondría en riesgo la seguridad de los chavales. Cuatro detenidos y un apuñalado en una disputa entre vecinos por un pájaro que cantaba alto y causaba molestias. Tendrían que prohibirse los animales de compañía, como mínimo los de pluma, y así se garantizaría la paz en las comunidades de propietarios. Qué barbaridad, ¿no? Pasan cosas todos los días, a personas cumplidoras y a otras que no lo son. Pasan cosas inesperadas y otras consecuencia clara de una acción premeditada. Se infringen normas capitales y sencillos preceptos muy básicos para la convivencia, pero el sistema ni se cuestiona ni se viene abajo por ello. Prohibir absolutamente fumar, el alcohol y la comida basura salvaría vidas, pero a nadie se le pasa por la cabeza disponerlo.

La gente hace lo que le da la gana; es bueno y deseable que la gente haga lo que le da la gana y use su libertad dentro del orden que nos hemos dado. Un orden que dicta que los derechos ciudadanos solo pueden ser restringidos por causa mayor, con la declaración de un régimen excepcional que ya se ha levantado en nuestro país, y no para evitar que unos cuantos se excedan. La respuesta balear a este gran desafío del covid-19 en sus (esperemos) últimos coletazos consiste en mantener al contribuyente en casa y con la pata quebrada, y para este viaje no hacían falta alforjas, ni estado de derecho ni una democracia madura. El toque de queda son palabras mayores, se asocia a las dictaduras, ha durado ya mucho tiempo y se tiene que justificar más allá de que resulta más fácil que aplicar las ordenanzas antibotellón y contra el ruido. Si el toque de queda se impone hoy con 50 casos diarios de coronavirus y se levanta dentro de un mes con 50 casos diarios porque aprietan el calor y el calendario turístico, se habrá demostrado que un gobierno de izquierdas empleó un criterio autoritario para gobernar por el camino del medio.

Los legos en leyes empezamos a pensar que tampoco eran para tanto los famosos derechos fundamentales, que en este país se disfrutan según dónde. El nuevo desequilibrio del estado de las autonomías lo dicta el rigor con que los jueces quieran proteger el libre albedrío que garantiza la Constitución. Se puede ser madrugador y salir a pasear a las cinco de la mañana en Sevilla, pero no en Palma. Se puede sacar al perro a la una de la mañana porque tienes mal dormir en Murcia pero no en Manacor. No puedes ir a las dos de la madrugada a dar una vuelta el coche para que se calme el bebé en Alcúdia, pero sí en Bilbao. Pongo ejemplos de actividades que no tienen que ver con aglomeraciones alcohólicas, porque quienes llevamos años sin ser noctámbulos no pensamos salir de casa a partir de las once de la noche, pero tampoco queremos que nos prohíban hacerlo sin venir a cuento, con argumentos de saldo y para ahorrarse el esfuerzo de hilar más fino.

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