La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antivíricos

José Manuel Marrero Henríquez

El aprendizaje de la delincuencia

Pasa un coche y para unos metros más adelante. Para porque delante de ese coche hay otro que también está parado porque su conductor, codo en ventanilla, está hablando con un conocido. El conductor del coche de atrás espera pacientemente a que el de adelante termine de hablar, pero el de adelante no termina de hablar y se está pasando, así que el de atrás se decide y toca la pita. Al oír el sonido del claxon el de adelante salta en su asiento como si le estallara un volador en el ano, abre la puerta con vehemencia y se dirige desafiante al de atrás, que es un señor mayor que apenas da crédito a los gritos, insultos e improperios que recibe y que se amedrenta al ver cómo un joven fornido lo amenaza con un puño que se acerca a su cara y que después golpea con tanta fuerza en el capó que lo deja completamente abollado. A continuación el joven escupe sobre el parabrisas, patea la carrocería y finalmente vuelve a su coche, arranca con violencia y se pierde de vista.

El inmunizado, que ha visto con pena esa escena tan incívica, se acerca al señor mayor, que está paralizado y agarrado al volante y sin saber qué hacer, le da un papelito en el que ha escrito la matrícula del coche del joven chulesco y también le da su número de teléfono por si se decide a denunciarlo y necesita el testimonio de algún testigo de la escena. Otro viandante se acerca, le da su número de teléfono y también se ofrece a testificar en el caso de que quiera denunciar lo sucedido. Le han abollado el capó y desabollarlo le costará un pico. Y además le han faltado el respeto y lo han amenazado e intimidado de manera inaceptable.

En casa el inmunizado lee un pasaje de Cultura y turismo, publicado en 1910, en el que Francisco González Díaz relaciona los regímenes autoritarios con la brutalidad de las sociedades que maltratan a los árboles y a los animales. Afirma González Díaz que las riñas de gallos, las corridas de toros y las manifestaciones populares de jaez cruel no deben fomentarse como fiestas gratas porque arruinan la sensibilidad de los niños y porque esos espectáculos cruentos educan desde la infancia en el instinto torcido de martirizar y matar y son vehículo para el aprendizaje de la delincuencia.

Hoy no hay, al menos no en Canarias, ni peleas de gallos ni corridas de toros. Entonces, se pregunta el inmunizado, ¿por qué se respira en el ambiente más violencia que en las décadas de los ochenta y los noventa? Será que en aquellas décadas del siglo XX lo alternativo era liberarse de las plomizas convenciones del franquismo y dar rienda suelta al hedonismo reprimido. Lo alternativo era entonces gozar de la vida. Y gozar de la vida invita al compañerismo y a sonreír.

Hoy, en una sociedad liberada, lo alternativo ¿qué es? ¿Danzar con agresividad? ¿Oír reguetón? ¿Adoptar poses chulescas? ¿Tirarse de un balcón a ver si se acierta a caer en la piscina? ¿Comer hamburguesas? ¿Pintarse las uñas y dejarlas crecer hasta que duelan? ¿Ser machista? ¿Enseñar el ombligo? ¿Creerse mejor cuando la muchedumbre de la red le da a “like”? ¿Bailar tik-chorradas? El aprendizaje de la delincuencia no está hoy ni en el ruedo ni en la gallera sino en la televisión y en la red, llenas de chauvinismo, de yo me lo guiso y yo me lo como y fíjate lo guapo que soy, de épica de cartón piedra, de películas que glorifican las armas como si las armas en vez de basura fueran diosas griegas, de mujeres sin carácter y de hombres-marioneta, vacíos por dentro, de MMA y de UFC, todo hasta arriba de incitación a la violencia.

Detrás de los presupuestos de Hollywood está la industria armamentística y seguramente también está detrás de la pléyade de artistas prefabricados de la MTV, reguetoneros y raperos autotuneados que no son artistas sino productos manufacturados para obtener dinero a mansalva. Puro negocio. Negocio que se transforma en actitudes y poses altivas y de escaso interés estético e intelectual. El rapero que lleva un misil de destrucción en la boca debería mejor morder una rosa.

Mucha y buena escuela debería haber para fortalecer el criterio de los niños y así atenuar el impacto que en ellos tiene el exceso de consumo de violencia audiovisual. Una escuela de la que seguramente carecía el tipo del vídeo que hace poco corrió por la red en el que se veía cómo pegaba a un ciclista por quítame allá una bobería, un tipo que actuaba ciego de ira y con gran violencia, como si fuese un luchador de la UFC, pero que no estaba ni en un ring acolchado ni en una jaula controlada por un árbitro, un pobre descerebrado que emulaba la televisión y no se daba cuenta de las consecuencias que su acción podría tener, del peligro que su víctima, un pacífico ciclista, corría, pues de caer al suelo no iba a caer sobre lona sino sobre un muy duro pavimento.

Sale la gente a la calle a la defensiva y a la ofensiva, siempre el otro es una amenaza y no un compañero de vida. Y seguramente por eso, el muchachito del codo en la ventanilla, harto de video-jugar y de ver películas violentas, muy ufano él, mostrando bíceps, se sintió el protagonista malo de un film de acción cuando amedrentó al pobre señor del coche de atrás. Algún día, piensa el inmunizado, ese mismo joven será el señor de atrás y, si las cosas siguen así, algún día alguien golpeará en su capó, pero no con el puño, sino con su cabeza que, agarrada fuertemente del pelo, se moverá como pelele y rebotará violentamente y sangrará. Al inmunizado, que no es violento, le gusta imaginar a ese joven altivo castigado con dureza, humillado sobre su coche, clamando clemencia. Ojo por ojo, diente por diente.

La venganza, aunque ficticia e imaginada, está lejos de fomentar el mejor de los sentimientos. Por eso el inmunizado cree que, por el bien del futuro, sería estupendo que todo el mundo deje de ver violencia enlatada y de escuchar basura “musical”. Más comedia y nada de tragedia. Humor y no épica. Sí, será mejor que todo el mundo se relaje y disfrute de la vida con apacibilidad y calma de espíritu. Que todo el mundo busque en la red la canción “Redemption Song” y la cante. Va siendo hora de dar una oportunidad a la paz.

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