La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lo que va de ayer a hoy

Aléxis de Toqueville, tras su viaje por los Estados Unidos en 1831, quedó vivamente impresionado por la habilidad de los americanos para asociarse en los más dispares objetivos. Esa capacidad asociacionista constituía una muestra de los avances y la modernización que aquel país lograba a pasos agigantados, y así lo recogió en su obra La Democracia en América (1835 y 1840). El asociacionismo muy pronto se convirtió, a medida que avanzó la segunda mitad del siglo XIX, en símbolo de la capacidad de progreso y de la identidad de muchas naciones y pueblos, en una aspiración que apuntaba a la de su mismo progreso.

Gran Canaria, su capital, no fue ajena a ello. Pronto se insinúan las oportunidades y ventajas de organizar asociaciones donde confluyeran los intereses individuales en la búsqueda de un bien colectivo superior, de lo que dimanaría un sentido de identidad y pertenencia a una corporación, lo que honraría y distinguiría a la persona. Es curioso, en este sentido, que el primer periódico no oficial de la isla, El Porvenir de Canarias, en su Prospecto (1852) viera inexcusable la necesidad de “…exitar a todos los Pueblos, a todas las clases, y a los ciudadanos todos, a trabajar cada uno dentro de su círculo y con todas sus fuerzas en la felicidad propia y en la común…”. Años después, cuando concluía aquel siglo, Domingo José Navarro y Pastrana resaltaba, como uno de los símbolos de la transformación de la que se había beneficiado Las Palmas, el que a “…la negación de centros de distracciones públicas; varios casinos de recreo, sociedades filarmónicas…”

A comienzos de la siguiente centuria un impenitente emprendedor como era Gustavo Navarro Nieto, a la par que ponía en marcha la primera revista ilustrada de las islas, Canarias Turista (1910), y un moderno periódico, La Provincia (1911) no dudaba en instituir un asociacionismo de hondo calado y trascendencia para el progreso insular. Si de un lado se le vio muy implicado con la primera Sociedad de Fomento, que fue mucho más allá que un mero y pionero promotor del sector turístico, de otro no dudo en crear en 1908 un club que abriría grandes expectativas a la isla –y así se ha cumplido ampliamente-, el Real Club Náutico de Gran Canaria.

Y si “de casta le viene al galgo”, sería un hijo suyo, imbuido por esos mismos impulsos emprendedores y asociacionistas de su padre, Gustavo Julio Navarro Jaimez, quién en compañía de su hermano Sebastián y de otros nadadores, en la década de los años treinta, pondría las bases de uno de los grandes clubes grancanarios, el Club Natación Metropole. También a comienzos del siglo XX, y atraídos por la afición a un nuevo deporte traído por la colonia inglesa en la isla, el footbal, Pepe Gonçalves y un grupo de amigos fundarían en 1910 el Sporting Club Victoria -en recuerdo de la reina Victoria de Inglaterra-, que pronto pasaría a denominarse, Real Club Victoria.

Elocuentemente sus primeros reglamentos de 1914, redactados por el Dr. Grau-Bassas, señalan textualmente que “…sus socios puedan participar en toda clase de juegos lícitos, incluidos el football, y la creación de una escuela nocturna para los pobres del barrio…”

Por otro lado, a lo largo del siglo XIX, el pálpito de la cultura anglosajona en la isla impulsará el orbe del asociacionismo en el ámbito deportivo y socio-cultural, lo que conllevaría una creciente movilidad asociativa y cívica. Como ya reseñó Nicolás Díaz Saavedra de Morales, aquellos británicos percibieron como aparecía “…la necesidad de crear lugares en los que, después de las horas de trabajo y los domingos y días de fiesta, los ingleses del Puerto pudiesen practicar sus deportes favoritos, reunirse y alternar…”.

Junto a la labor que desarrollaba la Iglesia Anglicana (a partir de su reunión fundacional de 1887), establecida en Ciudad Jardín, y otras como el Seamen´s Institute o el Queen Victoria Hospital, que tanto marcaron la vida de la entonces incipiente barriada del Puerto, pronto aparecieron clubes como el Club de Cricket, el Club de Tenis y el Club de Golf, el actual Real Club de Golf de Las Palmas, que este año conmemora el 130 aniversario de su fundación, disfrutando de una actividad intensa y dinámica tanto en lo deportivo, como en lo socio-cultural.

De ese ambiente de asociacionismo, como de una rápida y amplia afición por la práctica deportiva que inundó la capital grancanaria en las primeras décadas del siglo pasado, surgieron otras que también han llegado hasta nuestros días, aunque con grandes dificultades en la actualidad, como el Club Hespérides, fundado en 1929, que se proclamó campeón de Canarias de fútbol amateur en dos ocasiones y que ahora acusa los problemas de no contar con una masa social suficiente, o el ineludible para la historia local Círculo Mercantil de Las Palmas, a punto de cerrar definitivamente tras 142 años en los que no sólo desarrolló una intensa vida asociativa interna, sino que estuvo vinculado a los asuntos más perentorios y fundamentales para el progreso de la isla.

Su nacimiento el 18 de agosto de 1879 se puede vincular también, como ha apuntado Julio Melus Abejed, a que desde “…el llamado Sexenio democrático, en todo el territorio español se observa una tendencia creciente al asociacionismo en todos los aspectos de la vida económica, social y cultural. Dicha tendencia se consolida en el período de la Restauración…”, por lo que se entiende que ya en sus textos fundacionales se señale “…la conveniencia de que el comercio y clase afines estuvieran estrechamente unidos para defender sus intereses como lo habían demostrado los lamentables conflictos ocurridos por las pretensiones exageradas de la recaudación de Consumos de esta ciudad…”.

Desde sus primeros años la cifra de socios no paró de crecer, y siempre mantuvo un buen nivel asociativo. Sin embargo, en la actualidad se ve abocado a la desaparición no sólo por graves problemas económicos, sino por la dramática escasez de socios, una bajada del interés asociacionista que ya afecta a otras entidades. Una pérdida llamativa pues fue significativo, como también destaca Melus Abejed, “…contar con una organización u asociación de acción como el Círculo Mercantil de Las Palmas de Gran Canaria que, desde la defensa de los intereses mercantiles, acabó defendiendo los intereses generales de Canarias…”

Y es que el asociacionismo, el interés por participar en la vida de un club, el sentirse identificado por sus objetivos y actividades, al tiempo de considerar que esa pertenencia constituye un signo de distinción social, ha perdido no ya el interés, sino la misma consideración de lo que puede significar en su vida cotidiana para las nuevas generaciones de ciudadanos. Y esto es algo que conocen, evalúan y, en casos, sufren gravemente entidades que nacieron al calor de un creciente fervor asociacionista, en la segunda mitad del XIX y primeras décadas del XX, convencidas, como señalaba Tocqueville, que “…no hay nada que la voluntad humana desespere de alcanzar por la acción libre del poder colectivo de los individuos…”. Pero en este siglo XXI, que encarama su tercera década, el asociacionismo encarna valores disímiles, aunque no nuevos en su misma esencia, contemporáneos de un mundo que afronta retos diferentes y ámbitos de acción social impensables hasta ahora.

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