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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

El doctor Ferran, pionero de las vacunas

Del mismo modo que ahora se está pendiente de la evolución de la pandemia en la India, por temor a que la nueva variante se disemine, en 1884 el Viejo Continente se vio sobrecogido cuando un barco procedente de Saigón, atracado en el puerto de Tolón, desembarcaba el enésimo brote de cólera, que se extendió por Marsella. Barcelona, consciente de tener el peligro al lado, mandó una delegación para estudiar la situación. Entre los expedicionarios estaba el doctor Jaume Ferran, de 33 años y originario de Corbera d’Ebre.

Al principio de su carrera parecía que se limitaría a seguir los pasos de su padre, médico rural. De hecho, en 1874 abrió consulta en Tortosa. Pero, entonces, entró en contacto con otros científicos, que le permitieron conocer los trabajos de Pasteur sobre microbiología. Esto, sumado a su interés por la fotomicroscopía, lo llevó a profundizar en este campo. Instaló un rudimentario laboratorio en su casa, con instrumental construido por él mismo, y comenzó a investigar por su cuenta, lejos de los circuitos de la ciencia institucionalizada. Pocos meses antes de ir a Marsella, fue premiado por la Academia de Medicina de Madrid por un trabajo donde, basándose en las búsquedas de Pasteur y Robert Koch, planteaba la creación de una vacuna contra el cólera. Después, aprovechando su visita a Francia, recogió muestras con la intención de fabricarla pero, al llegar a Portbou, el control aduanero se asustó. Y lo mismo pasó con las autoridades de Madrid, que al ser consultadas sobre cómo debía proceder con los frascos del doctor Ferran mandaron destruirlos. Sin embargo, el médico pasó una muestra de tapadillo, parece que escondida en los calcetines. Lo que no sabían las autoridades es que, mientras perdían el tiempo en Portbou, el cólera navegaba tranquilamente por el Mediterráneo.

A principios de 1885, en Valencia, se tuvo noticia de los primeros infectados. Mientras tanto, Ferran –de nuevo en Tortosa– desarrolló la vacuna. Para comprobar su eficacia, se la inyectó él mismo y también la probó con familiares y colaboradores. Como ni la política de hacer ver que no pasaba nada ni la de organizar procesiones se mostraron efectivas, las autoridades valencianas aceptaron solicitarle ayuda, por petición expresa de los profesores de medicina de la universidad. Fueron los primeros en ser inoculados, para demostrar la fiabilidad de la vacuna. Entre ellos estaba Santiago Ramón y Cajal, que le acabaría haciendo la vida imposible, poco tiempo después.

En abril de 1885, Alzira fue la primera localidad donde se practicó la vacunación universal. El problema fue que, antes de que el medicamento hiciera efecto, el número de contagios aumentó. Esto generó desconfianza en Ferran, que además era visto como un outsider por algunos académicos. Entre ellos, Ramón y Cajal, que hizo un informe desfavorable (a pesar de estar vacunado). Ante ello, Madrid ordenó suspender la campaña. Inmediatamente, estalló una batalla política y los opositores liberales y republicanos apoyaron Ferran, para atacar al Gobierno conservador.

Harto de tanta polémica estéril, volvió a Tortosa, pero por poco tiempo ya que, en 1886, el Ayuntamiento de Barcelona lo nombró director del laboratorio de microbiología municipal, donde desarrolló vacunas contra la rabia, la difteria y el tifus. Chocó, sin embargo, con autoridades y colegas, que le acusaban de precipitación a la hora de inocularlas en humanos, porque algunas personas murieron durante las pruebas. En cambio, la vacuna contra el mal rojo porcino funcionó muy bien.

Para investigar a su aire, en 1900 abrió el Instituto de Patología Experimental y de Higiene, donde siguió trabajando cuando, en 1905, fue despedido del centro municipal. Fruto de las investigaciones, en 1919 descubrió una exitosa vacuna contra la tuberculosis. Alzira, recordando los buenos resultados con el cólera, fue la primera localidad en recibir el nuevo medicamento.

A pesar de ser una figura controvertida, en Europa se reconoció su labor, tal y como pudo comprobar él mismo en 1925 durante un viaje a Alemania, donde fue homenajeado. Jaume Ferran Clua murió en 1928 a los 78 años.

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