La Provincia - Diario de Las Palmas

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Filosofando

Surf, bytes y futuro

Desde Platón y Aristóteles hasta San Agustín, todos los filósofos clásicos han venido pensando sobre el tiempo. Sobre su existencia en sí mismo o como secuencia de tiempos. “El pasado ya no es, el futuro todavía no es, y el presente… ¡ya casi no es!”, decían algunos.

Lo cierto es que el mundo actual discurre a una velocidad impensable hace incluso unas pocas décadas y los cambios son permanentes, progresivos y exponenciales. Por ello, nuestras vidas, las de los ciudadanos del primer mundo, se han convertido en un permanente surfear sobre la ola de aquellos cambios. Nuestra estabilidad se reduce a aguantar sobre la tabla y correr la ola que nos toca, para, muy a menudo, caernos de ella y esperar a que pase otra nueva ola a la que subirnos. Y en ese surfear de equilibristas, nos conformamos pensando que vivimos seguros y estables.

Cayendo y cayendo, muchos de nosotros acabamos en la orilla, a veces durante más tiempo del deseado, esperando a poder echarnos de nuevo al mar y volver a subirnos a otra ola. Pero esos mares (los mercados, la sociedad, etc.) son cada día más cambiantes e impredecibles. Muchos ciudadanos no volverán a surfear, no encontrarán nuevos trabajos en el futuro.

Nuestra sociedad occidental se sustenta en unas estructuras políticas y administrativas casi del siglo XIX. Pensemos en los parlamentos, las leyes electorales, el sistema de partidos políticos y de sindicatos, la burocracia de nuestras variadas y estancas administraciones. Al fin y al cabo, gestionamos nuestra vida política con los mismos esquemas desde La Pepa, la constitución de Cádiz de la España de 1812.

Al mismo tiempo, utilizamos y nos regimos por sistemas económicos, mercados financieros, bolsas, relaciones laborales, aranceles, etc., que generan abundantes situaciones de monopolios y oligopolios, todo ello compartimentado por países y áreas. Un marco, al fin y al cabo, propio del siglo XX.

Mientras todas esas estructuras persisten ancladas en los siglos XIX y XX, el calendario transcurre por el año 2021 y los cambios sociales, tecnológicos y económicos nos sobrepasan. Los ciudadanos individualmente y la sociedad colectivamente hemos de comprender y asimilar los cambios que vienen, aunque no seamos capaces de vislumbrar los detalles de tales cambios. El dato más importante de nuestra ecuación vital es el cambio y la velocidad acelerada del mismo.

Nos enfrentamos a la deslocalización de la producción real de bienes, concentrándose en China y alrededores, con un boom equivalente o paralelo del transporte y la logística. Boom que choca con el cuidado que necesitaremos para el medio ambiente y el sostenimiento de la naturaleza. Y, en consecuencia, por la propia logística, el transporte y la producción de bienes, así como por el movimiento de las personas, nuestro mundo se enfrenta a una mutación, tan urgente como necesaria, de su modelo energético.

Y, a su vez, se ha producido y se ha disparado, también exponencialmente y sin límites en el futuro, una globalización y democratización de las comunicaciones, las redes sociales y la información en general, simultánea a las nuevas tecnologías y la informática. La información fluye a nivel mundial y es patrimonio de todos los seres humanos, situación que sucede incluso con la desinformación. Con el acceso universal a la información y la desinformación, los movimientos migratorios de millones de seres humanos serán también imparables en el futuro.

El único modo de gestionar socialmente, desde las masas, el mundo que nos viene, diametralmente diferente al actual y del que, paradójicamente, mantenemos sus arcaicas estructuras, es volviendo a una mente generalista, como sociedad. Volver a una eficaz y potente educación de los ciudadanos. Educación antes incluso que formación. Siempre será mejor (y más sano mentalmente) entender que nuestro mundo es cambiante y hemos de acomodarnos, que entender los detalles de cada ‘unidad’ de cambio. Por ello, repetimos, la educación potente, profunda y bien asentada en valores será la herramienta fundamental para entendernos con el futuro de nuestro propio mundo y nuestra vida.

En este mundo de la información, de las redes sociales, la telemática, la vida virtual, la gestión online y, por todo ello, de los algoritmos que avanzan imparablemente y dirigirán nuestras vidas, de nuevos modelos de comercio y de economía que llegan, debemos pensar en transformar y hacer avanzar en paralelo las restantes estructuras, ¿o corsés?, que nos atenazan, para acomodarlas a este siglo XXI.

Y en línea directa con los párrafos anteriores, expongo aquí las reflexiones que me traslada mi amigo Gonzalo Huerta, diplomado en inteligencia competitiva, ADE por la University of Lincoln y PADE del IESE, así como exitoso empresario de ciberseguridad: La información y los datos informatizados de esta nueva sociedad nuestra crecen de forma progresiva y exponencial. La unidad de cuenta de ese tráfico y flujo informático es el byte. Una gran parte del tráfico mundial de tales datos e información es gratuita, aunque siempre beneficia a alguien. Por ello, la única fiscalidad del futuro será el impuesto sobre los bytes, y el sujeto pasivo sería el beneficiario del dato.

Difícil implementación, pero futuro irreversible. Las reflexiones e ideas de nuestro amigo se me antojan como extraordinariamente sugerentes. Hay que anticiparse. El futuro ya está pasando.

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