La Provincia - Diario de Las Palmas

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Qué pasa con el nueve? Eso se pregunta el inmunizado cuando repara en que el narrador que lo ha hecho protagonista de sus escritos antivíricos ha titulado “Cincuenta y nueve” el escrito antivírico que es el número cincuenta y nueve y que será publicado el día en el que el inmunizado cumple cincuenta y nueve. ¿Casualidad?, se pregunta el inmunizado, más que nada por la inercia de hacerse una pregunta retórica, porque se lo pregunta sabiendo que la respuesta es negativa, que no hay casualidades, que nada es casual y que de casualidad se tilda un suceso cuando se ignora las razones que hay detrás de ese suceso. No hay casualidades, sólo causalidades.

El inmunizado, el día de su cincuenta y nueve cumpleaños, se apresta a adentrarse en las causas de ese título y esa cifra: c-i-n-c-u-e-n-t-a-y-n-u-e-v-e. En primer lugar, el narrador ha decidido aprovechar que el número de su escrito antivírico es el cincuenta y nueve para hacer de ese número el título. En segundo lugar, el inmunizado, que es el protagonista del escrito antivírico número cincuenta y nueve, cumple cincuenta y nueve años, y también por ese cumpleaños el narrador titula su escrito antivírico “Cincuenta y nueve”. ¿Son necesarias más razones para revelar la causalidad del título? se pregunta el inmunizado pensando que, efectivamente, tiene que haber más razones, razones ocultas que no son, por ahora, causalidades, sino casualidades por analizar.

Veamos, se dice a sí mismo para darse ánimos. Es posible que el narrador se haya dejado llevar por el efecto reclamo que el nueve tiene al final de una cifra cuando se desea que el producto al que acompaña se venda lo antes posible. Una moto, por ejemplo, se venderá mejor si cuesta 19.999 € que si cuesta 20.000 €, un pantalón vaquero se venderá mejor si la etiqueta pone 29 € que si pone 30 €. Así son las cosas del marketing; aunque la diferencia es insignificante, siempre el comprador tenderá a considerar el producto que ronde en la decena de mil, aunque sea en el límite de 19.999, antes que el producto que ande en la veintena de mil, aunque la diferencia de uno a otro sea la de un miserable euro.

También es posible que el narrador, al abrazar el efecto reclamo del nueve, no considere a los lectores como lectores sino como consumidores y, por eso, ha titulado “Cincuenta y nueve” su escrito antivírico. Esa posibilidad no le gusta al inmunizado, incluso lo desagrada y lo molesta, porque el inmunizado tiene en muy alta estima a los lectores y en muy baja estima a los consumidores, y prefiere que los escritos antivíricos de los que es protagonista sean leídos y no consumidos, porque quiere que las palabras que le dan vida estén ahí para ser leídas como palabras y no para ser consumidas como pasatiempo durante la sobremesa dominical.

El inmunizado se enoja. Sólo pensar en la posibilidad de que su vida en palabras sea consumida en vez de leída lo pone taciturno y de muy mal humor. Tan de mal humor está que se decide a encarar al narrador que le ha dado la vida y a increparlo con determinación. “Tú, narrador, ¿qué te crees, que puedes hacer de mí un producto vendible para consumidores de letras?” Y añade: “Y si es así, que es eso lo que pretendes, te advierto que de ahora en adelante tendrás que buscarte otro personaje, porque no quiero participar de esa ideología con la que haces de mí un producto envasado y de la literatura un objeto de frívolo consumo”.

El narrador, ante la imprecación de su personaje, se acuerda de Unamuno y decide utilizar uno de sus recursos nivolescos. Llama a capítulo a su personaje inmunizado y le dice que quién se cree que es, que no se le ocurra revirarse porque lo elimina fulminantemente, que los personajes no deben rebelarse contra sus narradores, como los hijos no deben rebelarse contra sus progenitores. El narrador le dice, además, que cómo se le ha ocurrido pensar que él escribe para consumidores y no para lectores; basta repasar los títulos de sus escritos antivíricos para darse cuenta de que se toma muy en serio el arte de la escritura y que está muy lejos de someterse a la consideración mercantil de la literatura, a la que venera como lo que es, una manifestación artística de elevado interés cultural.

Para concluir, el narrador le aclara al inmunizado que ha titulado “Cincuenta y nueve” su escrito antivírico número cincuenta y nueve porque ¿cómo si no podría titular su escrito antivírico número cincuenta y nueve si precisamente el día de su publicación el inmunizado, su protagonista, cumple cincuenta y nueve años, y él mismo, el narrador, también cumple cincuenta y nueve años? ¿Podía ser de otra manera? Tal vez, concede, pero en tal caso el título no sería, como lo es ahora, causal de arriba abajo, sino meramente casual. Y en literatura, afirma el narrador, todo es motivado y nada nunca queda al albur de los astros.

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