Desde hace pocos días los grancanarios tienen en propiedad casi tres millones metros cuadrados de los barrancos de Guguy a través de la adquisición de esos terrenos por parte del Cabildo. Con ello son los isleños los que también adquieren la responsabilidad de afrontar el futuro de una de las zonas más vírgenes, si no la que más, de toda la geografía insular.

La operación ejecutada por la Corporación insular supondrá en los próximos años un antes o un después, o incluso una tercera vía, un más de lo mismo.

En esta última opción lleva embarcada la sociedad canaria que arribó hace ya más de cinco siglos al Archipiélago, con resultados desastrosos para el medio ambiente, del que pronto se hacen eco los cronistas al punto de que ya en el siglo XIX arcanos como la laurisilva, encunados desde el Mioceno y calificados por los expertos de todo el mundo como un museo vivo de la flora Terciaria, hayan reducido su superficie a día de hoy a dimensiones de jardín botánico, esto a pesar de los esfuerzos desde mitad del siglo XX por remendar lo que durante 500 años ha sido un continuado expolio de los valores naturales de una tierra tan rica como frágil.

Igual suerte corrieron los pinares, en las cotas más altas. Pero también en los pisos de vegetación asociados al litoral, el reino del Tabaibal-Cardonal, que en lugares como el sureste formaban un sistema tan abigarrado y consolidado que era necesario transitar por ‘túneles’ de vegetación para acceder de un núcleo poblacional a otro.

Ese territorio llamado Guguy, que viene a ser en términos geográficos y de comunicaciones una isla dentro de otra, exhibe tal riqueza que ofrece 39 especies de endemismos insulares por kilómetro cuadrado. Pero si se trata de especies únicas del Archipiélago ese índice se dispara a 78 especies autóctonas de la región, también por kilómetro cuadrado, lo que representa casi un 12 por ciento del catálogo de la flora de Canarias dentro de sus lindes. Por tanto, su aportación al ecosistema al que pertenece trasciende más allá de las propias aguas de la Comunidad Autónoma, porque figura por méritos propios como uno de los estandartes naturales de toda la Macaronesia. Esto, en un entorno único, el de unas islas canarias que especialistas como el botánico Walter Wells califica como las ‘Galápagos del mundo vegetal’.

Guguy, además, guarda otros muchos tesoros, entre ellos algunos de los más sorprendentes yacimientos arqueológicos de Gran Canaria, como el de Cedro, o el de Horgazales, éste último una casi inaccesible mina con una ramificación de más de 40 túneles excavados en una veta de traquita de donde los antiguos canarios obtenían la obsidiana para la elaboración de útiles, a los que hay que añadir la sustancia de un paisaje que transporta a otros tiempos y una costa y mar con motivos suficientes por sí solos para implementar una Reserva Marina.

El elenco de peculiaridades, que no acaba aquí, da sobrados argumentos para respaldar y apoyar la intención el Cabildo para implantar sobre su núcleo un futuro Parque Nacional en Gran Canaria, pero para ello se requiere en primera instancia una labor de pedagogía sobre el medio natural de la isla de la que se adolece a estas alturas del siglo.

Toda esa flora que contiene, o su fauna -con especies rarísimas que han evolucionado en tubos volcánicos en el colindante barranco de Tasarte-, o sus secretos arqueológicos, son entes difusos si no se apoya en una generosa política de difusión a la ciudadanía que permita crear un vínculo íntimo entre los grancanarios y la isla que los acoge, más allá incluso del que ofrece el propio perímetro de ese potencial Parque Nacional.

Una didáctica cuyo prólogo pase por enumerar los desagravios medioambientales sufridos por el territorio insular, desde la histórica tala sistemática de mar a cumbre a la ocupación discriminada de las primeras líneas de costa, desde el asfaltado sin mesura del territorio insular, que más que duplica la media europea, al desorden urbanístico que a remolque del boom turístico desbarató la primigenia postal del interior.

Una clase magistral sobre el medio ambiente y su cuidado que incluya capítulos como los entresijos políticos y sociales del fracasado Parque Nacional del Nublo, que calca en julio de 1989 lo que hoy acontece con Guguy, justo con la petición del Cabildo para distinguir con esa figura 25.000 hectáreas de la cumbre, muchas de ellas afectadas por núcleos poblacionales, a lo que se unió una falta de transparencia sobre qué implicaba su declaración y una insuficiente invitación a la participación ciudadana que dio al traste con la iniciativa.

Hay que reseñar que ese primer y sonoro fracaso lleva a la Corporación insular a intentarlo de nuevo constriñéndose solo a Guguy en el año 2002, para caer de nuevo en los mismos errores hasta el punto de lograr el rechazo de los propios ecologistas.

Un libro de texto, en suma, que ilustre asimismo cuáles son con nombres y apellidos las plantas endémicas de los grancanarios, el por qué son únicas en el planeta, y de qué color y de qué tamaño son sus tallos y sus flores, y que también permita distinguir a todas las generaciones de canarios entre un cernícalo y un petrel, y cuáles son sus poblaciones, si en riesgo o prosperando. Cuándo anidan las pardelas, cuándo se pierden en el océano para regresar años después a anidar en la hura donde nacieron tras recorrer los mares de Argentina y de Namibia. Una pedagogía, en definitiva, que despierte la curiosidad y que sacuda esa indolencia por la naturaleza que arrastramos desde que abandonamos el campo al calor de la nueva prosperidad que auspició el turismo para acercarnos a Gran Canaria en esta primera mitad del XXI con otra visión.

El potencial Parque Nacional de Guguy, que colocaría a Gran Canaria en el foco de la mirada internacional como referente conservacionista y que supondría un aliciente más a la riqueza natural de la que ya disfruta la isla redonda, como ya ocurre con Tenerife, La Palma, La Gomera y Lanzarote, solo será posible cuando cada uno de los grancanarios asuman también la responsabilidad del reto, cuando comprendan que de ese interior geográfico procede no solo sus propias genealogías sino que es allí donde se deposita el acervo histórico del isleño, el que modela nuestra propia idiosincrasia que también es un patrimonio intangible tan definido, peculiar y relevante como el mundo físico que hoy debemos proteger.

Por tanto, conseguir que el procedimiento abierto por la primera Corporación de la isla termine en buen puerto, o una vez más encallado contra la costa, de alguna forma nos definirá en qué momento de madurez histórica nos encontramos como sociedad.