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Jordi Sevilla

Observatorio

Jordi Sevilla

La macro urde su venganza

Tengo un amigo argentino que, aplicando el psicoanálisis a la economía, dice que la macroeconomía, como el inconsciente, siempre urde su venganza más pronto que tarde. Traigo esto a colación porque en las últimas semanas empiezan a recuperarse los temores ante una incipiente subida de precios, a la vez que se recuerda que las reglas de estabilidad presupuestaria tendrán que ponerse otra vez en vigor, marcando el fin de la actual etapa de expansionismo que hemos usado como medio de lucha contra los efectos económicos de la pandemia. De lo contrario, en algún momento los desequilibrios (inflación y deuda pública) serán tan grandes que la macro impondrá su venganza en forma de un ajuste brusco que nos puede precipitar a una nueva crisis económica.

Hasta el momento, nos perdemos ya en la cifra de miles y miles de millones que se están inyectando en las economías avanzadas (EEUU un 20% del PIB y la UE un 12%) a través de los Presupuestos y de los diferentes planes de apoyo y sustitución de rentas a los que ha obligado el parón económico inducido por la covid. Quien ha sido hasta junio secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, decía hace poco en una entrevista que «sigue siendo el momento de gastar» y hasta el FMI, otrora paradigma de la austeridad como ortodoxia, pedía a los países ricos «más gasto público» para asegurar la recuperación. En la Unión Europea se ha paralizado hasta 2023 la aplicación de las reglas presupuestarias que obligan a los Gobiernos de la eurozona a mantener la deuda y el déficit por debajo de ciertas cifras.

Junto a esto, todos los bancos centrales han mantenido una política monetaria tan laxa como no se recuerda en décadas, a la vez que han estado financiando, de forma heterodoxa, buena parte del gasto público. Por ejemplo, el Banco Central Europeo tiene en su poder el 90% de la deuda pública emitida por España durante la pandemia, lo que representa el 28% del total de nuestra deuda. Si algo no falta hoy en la economía mundial es dinero barato y accesible.

Ambos hechos juntos nos sitúan, sin duda, en una de las etapas históricas con mayor activismo y presencia del Estado (de lo público, en general) en la economía y en la sociedad, como el instrumento más eficaz para hacer frente a desafíos de la magnitud y características de una pandemia. De hecho, los países donde esta ha golpeado con mayor fuerza, en términos de muertos y de pobreza, han sido países con estados débiles, aunque tengan gobiernos fuertes y autocráticos.

Esta respuesta coordinada entre gobiernos y bancos centrales a los efectos económicos de la crisis sanitaria, empieza a levantar dudas en algunos círculos económicos alejados de la vieja austeridad pero que, a pesar de ello, creen que los equilibrios macroeconómicos siguen siendo válidos y que, más pronto o más tarde, tanto empuje monetario a la demanda agregada acabará por despertar a la inflación y, con ella, subirán los tipos de interés poniendo fin a esta fase expansiva del ciclo, en cierta manera, dopada por el dinero público. Un peso pesado del establishment mundial, el ex secretario del Tesoro americano Larry Summers, fue de los primeros que alzó la voz para señalar que, tal vez, los planes del presidente Biden, cuya elección apoyó, podían resultar «excesivos» y acabarían por despertar a la inflación. La macro, según Summers, exige regresar a los equilibrios básicos.

Frente a esta visión clásica, la nueva realidad ha permitido poner foco en otras teorías más heterodoxas. Por una parte, hay quien ha defendido, antes incluso de la pandemia, que la inflación había desaparecido como consecuencia de la nueva economía digital en la que la oferta y la demanda se conectan mediante algoritmos que mueven muchos datos de entre los cuales, el precio, es solo uno más. Además, la digitalización permite unos incrementos estructurales de productividad que empujan los precios a la baja en mayor proporción que los incrementos de la demanda al alza. Por otra, los teóricos de la llamada Nueva Teoría Monetaria postulan que, sin inflación, el déficit y la deuda pública dejan de ser un problema porque pueden ser financiados por los bancos centrales en lo que antiguamente se llamaba «monetizar el déficit», es decir, emitiendo moneda. Así, de un plumazo, habrían desaparecido las principales restricciones macroeconómicas y los viejos equilibrios habrían perdido su sentido hoy.

El grueso de los economistas nos movemos, no obstante, más cerca de Summers que de las nuevas/viejas teorías. Así, a la vez que insistimos en que no debemos tener prisa en retirar los actuales estímulos si no queremos correr el riesgo de frustrar la recuperación post pandémica e incrementar la desigualdad social, empezamos a poner la oreja en el suelo para anticipar signos de inflación y estamos convencidos de que, en algún momento próximo, se deberá ajustar los presupuestos (ingresos y gastos) con planes de consolidación que vayan reduciendo el déficit y la deuda, engordados por la pandemia. Cuando el Gobierno incluye en su Actualización del Plan de Estabilidad una previsión de que el déficit público, hoy situado por encima del 8% del PIB, descenderá hasta el 3,2% en 2024 (próxima legislatura) no resulta en absoluto creíble (y menos si se encarece la deuda), salvo que se esté pensando en unos planes de ajuste de los que no se quiere hablar ahora.

Pero las alertas sobre la inflación han empezado a activarse en los mercados financieros cuando en EEUU se sitúa en abril por encima del 4%, la media en la OCDE ha sido de 3,3% y la tasa de inflación de la eurozona ha llegado en mayo al 2%, la mayor subida desde 2012 y el objetivo de inflación establecido por el BCE para empezar a tomar medidas restrictivas. Como consecuencia, los bonos a diez años han pasado de tipos negativos a positivos. ¿Está la inflación de vuelta o son subidas temporales y localizadas de ciertos precios (petróleo, materias primas, componentes electrónicos...) afectados por las disrupciones en las cadenas de valor provocadas por la pandemia?

Esta pregunta resulta clave hoy para anticipar una recuperación sólida y continuada tras la pandemia o, por el contrario, el inicio de políticas de austeridad y subidas de tipos de interés que pueden abortar el crecimiento antes de que hayan sanado las heridas sociales que ha dejado el covid. España es especialmente vulnerable ante este riesgo, ya que vamos en el pelotón de cola de la recuperación y los cambios de viento pueden pillarnos todavía sin acabar de virar. De momento, todas las autoridades presupuestarias y monetarias siguen diciendo que los repuntes en precios son transitorios y que lo más importante es no retirar los estímulos antes de tiempo. Pero... ¿a partir de qué nivel de inflación empezará a cambiar el discurso y volverán las medidas de ajuste? ¿Cuándo alcanzaremos ese nivel? Atentos. Pero recuerden que la macro urde su venganza.

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