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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Anna y Olivia, de vuelta a la vida

Quizás habría que remontarse al caso de la desaparición de Madeleine en Portugal para encontrar una sensación de expectación y miedo como la que provoca la búsqueda en Tenerife de las pequeñas Anna y Olivia. Incluso hasta cabe decir que la visión es aún peor: no hay duda de que el eslabón es el padre de las criaturas. El escalofrío cundió ayer entre el operativo y la familia al descubrirse en el fondo del mar una botella de oxígeno atada a una funda nórdica, una especie de signo de que Tomás Gimeno pudo ir más allá. Tras superarse el plazo de los 40 días desde el comienzo de la investigación, la madre de las pequeñas mantiene una intensa actividad para que la desaparición no quede archivada como caso no resuelto. Los vídeos en las redes sociales con imágenes de las niñas jugando se combinan, a diario, con las de la navegación del buque ‘Ángeles Alvariño’ rastreando el fondo marino de la zona caliente. Ingredientes como el estrato social del padre, perteneciente a una conocida familia vinculada a negocios y empresas, hacen que el caso merezca el calificativo de mediático. Pero no es lo único. Entre su círculo más cercano se cree que Tomás se ha ido a Sudamérica con sus hijas, por lo que se han distribuido retratos-robots por distintos canales. Las pesquisas internacionales, a fecha de hoy, no han dado resultado. Pero lo más inquietante para su entorno es, si cabe, como ha tejido la telaraña, que tiene su punto más profundo y enmarañado en el silencio del mar, lugar que conoce al dedillo como espacio privilegiado de sus aficiones. Nadie escapa de la fuerza del pavor al ver a Anna y Olivia en el paraíso de sus entretenimientos, absortas en su inocencia de hermanas pletóricas de vida, y a la vez oír el burbujeó que emite la tecnología que peina el misterioso fin de la corteza terrestre. El deseo infinito es que el sonido que sale del casco de la nave tenga un punto y final: la vuelta a la vida doméstica, al territorio de sus riñas, felicidades y risas, cómplices a lo largo de los años. Y él, sin paliativos, que pague por miserable y cobarde.

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