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Mercè Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Mi treinta y cinco por ciento

Leo que recordamos el treinta y cinco por ciento de lo que olemos, el cinco de lo que vemos, el dos de lo que escuchamos y el uno por ciento de lo que tocamos. Vi una película en la que la protagonista, al descubrir que su novio le era infiel, corría al médico a suplicarle que le extirpase la pituitaria. No podía soportar oler cosas que le recordasen a él. De los cinco sentidos, el olfato es el más sensual, porque es el que más se acerca a nuestra parte animal. Podría besar a un tío feo, pero no a uno que oliera mal.

Trato de recuperar parte de ese treinta y cinco por ciento, que empieza con el olor de mi madre, que es el lugar más seguro en el que he estado y estaré jamás, y el olor de los camisones de algodón recién recogidos del tendedero, con aroma a sol y a aire limpio. Me llega el hinojo de las ollas de caracoles hirviendo, las algas de la playa y el olor del pan tostándose a primera hora de la mañana. Huelo los principios de curso con las hojas de los libros, las gomas de nata Milán, a las que alguna vez di un bocado, y las promesas de que las notas, ese año por fin, pasarían a la posteridad. El miedo tiene el olor del despacho de la monja a quien solo podía mirarle el pelo que brotaba de su barbilla, mientras me reprendía y me hablaba del pecado. Los festivales de Navidad y de final de curso tienen olor al polvo del salón de actos y, si hurgo en mi treinta y cinco por ciento, también llego al aroma seco y limpio de Metilina Valet y de Multidermol, que usaba mi padre.

De la primera vez que entré en un after solo recuerdo el olor a pies y a alcohol derramado por el suelo. Y la primera vez que noté un estirón en la barriga y la piel erizada fue gracias a la colonia que usaba mi amigo en la adolescencia. Se acercó tanto, tanto, que comprendí lo que era el deseo. Y comprendí lo que era el rechazo, al sentir la náusea que me provocó el olor a piel ácida y a sudor que desprendía aquel hombre en el avión. En mi treinta y cinco por ciento rememoro el primer día que sentí el olor de mi novio en mi piel, en el antebrazo. Fue tan intenso que tuve que salir de clase para volver a él. Y también está la naftalina del ropero donde mi abuela guardaba las sábanas y el de humedad al abrir el piso del verano, cuando todo lo bueno estaba a punto de pasar y todas las cenas sobre la terraza estaban por suceder. Recuerdo el olor de las residencias de mayores. Huelen a tristeza y a soledad.

El mejor olor de mi porcentaje es, sin duda, el de mis hijos. Me lleva a los pliegues en sus cuellos y a sus espaldas blandas y rechonchas. A los restos de puré y de leche y al día que noté que olían a mayores. Hoy, cuando duermen, me acerco a sus camas y el animal que llevo dentro les huele durante un rato. Es lo más valioso de mi treinta y cinco por ciento.

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