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Entre líneas

Dolce far niente

Pensaba que era broma, pero no: la última versión de WhatsApp incluye la reproducción de audios en tres velocidades: ‘normal, a 1x; a 1,5x y a 2x’. Se acabó dedicar 3 minutos de su vida a escuchar esos audios tan cansinos de la vecina del cuarto en el chat de la comunidad. A partir de ahora, y a costa de escucharla revolucionada despotricar de quien sea que haya tirado otra colilla en una zona común —redoble de tambores —, le dedicará solo 2.

Descubro que esta de los fasters es otra de esas modas incipientes a las que no me apuntaré. Importada —cómo no— de Estados Unidos, arrancó con los podcasts. Con la cada vez mayor cantidad de podcasts que se publicaban, era la única peripecia capaz de mantener al oyente al tanto de todo lo que se cuece. Pero como esto de acelerar la escucha tuvo tirón, en un pispás se extendió a audiolibros, vídeos de Youtube y, viendo el potencial, se apuntaron hasta las plataformas de televisión. ¿Por qué dedicar cuatro horas a ver ‘Lo que el viento se llevó’ —donde aún no haya sido retirada por racista— cuando puede ‘disfrutarla’ comprimida en solo dos? Eso sí, tendrá que escuchar de carrerilla a Mammy gritando «¡Señorita Escal-lata, Señorita Escal-lata!» y estar pero que muy atento para no pestañear y perderse un beso de esos que te doblan las vértebras de Rhett Butler. ¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a perderme un estreno! Del Speed listening se pasó al Speed watching y ahora, antes incluso que los audios del WhatsApp, resulta que lo más de lo más es cambiar la velocidad de reproducción de tus series favoritas para poder llegar el lunes al curro fardando de que te hiciste una maratón y sí, vaya que te has chupado los 236 episodios de Friends.

Qué estrés… A mí, que ya me saturan los nuevos formatos televisivos de informativos y pseudoinformativos con el presentador en un lado de la pantalla dividida; del otro, el corresponsal de turno, alternados con los tertulianos que se interrumpen bajo los subtítulos de lado a lado que anuncian a quién han imputado hoy o cuántos muertos llevamos en el último bombardeo, mientras en la esquina te recuerdan que esta noche es la final de Máster Chef.

Demasiado para mí que, tras un largo día de trabajo, necesito desconectar el cerebro de tantas píldoras informativas, llegando de todas partes, todas a la vez. Lo que quiero es entregarme durante hora y media a una película romántica que no me requiera ningún tipo de esfuerzo: donde chico conozca a chica, se enamoren, haya un malentendido, lo resuelvan y a dormir los tres tan contentos.

¡Me bajo del tren del consumo voraz! Del ver, leer y oír todo y ya; del rellenar con calzador hasta el último minuto del tiempo de esparcimiento y me niego a escuchar Fly me to the moon, en vez de para que me cale en cada poro de la piel, como si estuviera invocando al diablo. Paso de saltarme a la torera la narrativa de cada historia. Todo lo que con mimo eligió su creador: el tono exacto, la extensión y la cadencia perfectas. Cada sonido, cada silencio importa. Cada pausa, al acelerarse se pierde. Es renunciar a la emoción que el autor quiso que experimentaras solo a cambio de algún bit más de información. ¡Y a la mierda la vecina del cuarto! Si total, yo no fumo…

Seguiré viviendo mi tempo entre andante y allegro y, de vez en cuando, entregándome al dolce far niente sin remordimientos. Con las piernas en alto y una copa de vino que me mantiene inmune al Síndrome de FOMO (Fear Of Missing Out); «temor a perderse algo». Esa terrible «aprensión generalizada de que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente». Que mi mal siga siendo ser apenas una habitante de no tengo tiempo para tonterías viviendo por accidente en el tiempo del qué hay de lo mío. Tiempo de matanzas, tiempo de mil demonios, tiempos de Mari Castaña, cualquier tiempo pasado fue mejor, con el tiempo todo se acaba; con el tiempo y paciencia, se adquiere la ciencia; al mal tiempo, buena cara; el tiempo todo lo cura, el tiempo es oro, el tiempo vuela; el tiempo siempre borrando y siempre escribiendo; hay tiempos de hablar y tiempos de callar, hay que tomar el tiempo conforme viene; tiempo tuviste: no culpes al tiempo, sino a ti que lo perdiste; lo malo no es que el tiempo pase, sino que se nos lleve por delante; mi tiempo es el campo en que yo siembro; todo es cuestión de tiempo.

Paseaba el principito cuando se cruzó con un vendedor de píldoras gritando sus bondades:

—¡Píldoras perfeccionadas que calman la sed! ¡Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber!

—¿Por qué vendes esto? —Preguntó el principito.

—Es una gran economía de tiempo —replicó el comerciante—. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.

—¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?

—¡Se hace lo que cada uno quiera!

—Yo —dijo el principito—, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar… caminaría lentamente hacia una fuente.

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