La Provincia - Diario de Las Palmas

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José Francisco Henríquez

Indultos maniqueos

En Cataluña se vive desde hace tiempo, acaso desde hace siglos, un viaje sentimental hacia ninguna parte. Hasta el momento reciente del procés, el movimiento independentista no se podía considerar populista porque si fuera populismo debía haber tenido y hasta el momento del procés no tenía, el atributo de lo estratégico. Era solo sentimental. Es como una novela negra y la novela según Nietzche es una formidable erosión de los contornos. La Cataluña desdibujada. O a lo peor se trata de una enfermedad del espíritu humano, en este caso el espíritu catalán, y es sabido que estas enfermedades del espíritu se curan, pero se sustituyen por otras en ocasiones similares. En nuestro caso así sucede una y otra vez.

Este movimiento catalán no viene del austracismo ni de 1714, en realidad es milenarista porque lo que trata es de acelerar el fin de la historia de Cataluña en España. Siempre fue un proceso con ADN carlista y anarquista hasta que cayó en manos de profesionales al estilo Puigdemont que desmontaron el aserto de Oscar Wilde según el cual cuando alguien hace algo estúpido es lo habitual que lo haga por los motivos más nobles.

Aunque los acontecimientos sucedan en España y aunque les moleste a algunos, a quienes me dirijo, en quienes pienso y los que me conmueven son aquellos catalanes que se sienten españoles. Y no se merecen esto. No se merecen la cobardía de los que no los miran a los ojos y se manifiestan en la Plaza de Colón en lugar de hacerlo en la Plaza de Cataluña.

En primer término, nadie merece el pandemónium que padecieron estos catalanes que se sienten también españoles de verse situados en medio de un huracán terminológico del que no se sabía si se trataba de sedición, rebelión o acaso simple desobediencia. Delitos poco al uso y podemos decir que decimonónicos. Tampoco se merecen someterlos al desgarro de saber si debemos estar ante el indulto o ante la amnistía, de tener que saber si lo que se perdona es la pena o el delito.

Hay dos intérpretes que merecen la peor puntuación histórica: la burguesía catalana y el Partido Popular. La burguesía catalana en el régimen del 78 acató el felipismo con una doctrina que tenía un solo mandamiento: yo gobierno en Madrid y tú, Jordi, haz lo que quieras en Barcelona. Pero esto funcionó con solistas como Roca Junyent y una orquesta como el catalanismo político de sólido fuste sociológico. Pero ante el cambio de intérpretes, la burguesía se puso las manos en los bolsillos y el solista pasó a ser Puigdemont y la orquesta una clase política embrutecida y profesional de la que cabe recordar el chiste que alguien cuenta de un teatro que, ante un bramido de violinista tolete, unos increparon al que insultó al violinista y otro gritó que quién llamo violinista a ese tolete. Son personajes cortados de un paño sin espesor.

Pero vayamos al Partido Popular y recordemos que recogieron firmas contra el divorcio, contra el aborto, contra el matrimonio homosexual, contra la ley de la eutanasia. La gran cosecha de firmas la tuvieron en 2006 contra el Estatuto Catalán cuando Rajoy llevó al Congreso cuatro millones de firmas contra un estatuto que recogía el término nación, un poder judicial autónomo y amplias competencias fiscales. No pudieron esperar la Sentencia del Tribunal Constitucional. El Partido Popular es la mejor factoría de independentistas imaginable. Aznar entró en el gobierno en 1996 con un diputado de Ezquerra y cuando salió en 2004 ya eran nueve los diputados independentistas. Los multiplicó por nueve.

Pero pierden los papeles, ahora toca los indultos. En 2011 se sentenció a un conductor kamikaze con sede en Valencia. El abogado del kamizaze era Astarloa, preboste del Partido Popular y en el bufete que gestionaba el indulto trabajaba el hijo del ministro Ruiz Gallardón, ministro responsable de gestionar el indulto. Rajoy concedió el indulto. Eso no es delito, es cara dura. Por cierto, cuando el Tribunal Supremo anula el indulto, Lesmes, su actual presidente emite un voto particular señalando la división de poderes y dictaminando en apretada síntesis que el indulto era cosa del ejecutivo. Tampoco nos olvidemos que unos años antes Aznar indultó al juez Gómez de Liaño, que según parece dio un golpe de estado doméstico, prevaricando a la luz del día, al tratar de meter en la cárcel a Polanco.

En España el público no quiere los indultos. En Cataluña el Partido Popular no quiere recoger firmas. La esquizofrenia se ha instalado en Cataluña inoculada por el Partido Popular. Por el Partido Popular y sus dos partidos afines. Puigdemont cortó el tiempo de la historia con el mismo cuchillo de siempre y salió la sangre de la soberanía. No es nada nuevo visto con amplia perspectiva histórica que en Cataluña en ocasiones el gobernante sea un desobediente más o menos sedicioso o rebelde.

Ante el indulto cabe aplicar la navaja de Ockham, no ver complejidades sino la solución menos alambicada. Con el indulto se suaviza un hipotético varapalo de Estrasburgo, se mejora la situación del Gobierno español y de la justicia española en la esfera internacional y se evita la repetición del maldito procés porque es obvio que no habrá indulto para repetidores. No se pierde otra cosa que las firmas que coseche el Partido Popular. Si el Estado demostró su fortaleza una vez, la puede demostrar una segunda vez y de forma más contundente. Se trata de confiar en nosotros mismos.

Yo fui un indignado al ver en acción al violinista y payaso Puigdemont. Pero nada me reconforta en mi más íntimo rincón ideológico por tener a esa gente en la cárcel. Tengo dudas, puedo dudar de la realidad, pero no de la realidad de mi duda. Pero aspiro a un nuevo pliego de condiciones. Lo peor es estarse quieto.

Pedro Sánchez sabe que es una tarde con toros peligrosos o venados de muchas puntas: o puerta grande o enfermería. Cuando salga de la plaza verá un gran cartel de tamaño electoral con la foto de Azaña y con el siguiente mensaje: cada cincuenta años será más difícil gobernar España.

Pero si el Partido Popular me electriza, el partido socialista me electrocutó dos veces estos días atrás. Sentado ante la televisión, menos mal que ya no estaban los niños, un estulto ministro de nombre Ábalos comparó el indulto a Junqueras con el indulto a Mandela. Comparó la democracia del apartheid con la deficiente democracia catalana. Si Sánchez quiere que siga siendo ministro, por favor que cuando salga en la tele el ministro se advierta que el contenido que se va a emitir puede herir la sensibilidad del telespectador.

Y no contento con esto la vicepresidenta Calvo ante una tremenda subida de la electricidad que aconseja a ciertos consumidores poner la lavadora por la noche entonó: el temazo no es eso del precio, sino quién la pone. La cuestión de género. Pues señora vicepresidenta si aparte de discriminación horaria, discrimina por género, yo le contesto: en muchos hogares menesterosos pondrá la lavadora aquel miembro de la pareja al cual le salga más barato enchufar el electrodoméstico. Como decía André Gide cree que basta ser estúpida para ser graciosa.

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