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Observatorio

¿Atracción o repulsión?

¿Atracción o repulsión? La Provincia

Una película de 1987 dejó huella en parte de una generación, la titularon Atracción fatal y el protagonista masculino era Michael Douglas, pero la imagen que nos quedó grabada a fuego fue la de una enloquecida Glenn Close. Repulsión era otra película, en este caso dirigida por Roman Polanski e interpretada por la etérea Catherine Deneuve, pero al ser de 1967, como diría algún político, me queda muy lejos. Pues eso, que les quisiera hablar de atracciones y repulsiones pero aplicadas a la carrera investigadora. De cómo podemos retener y recuperar talento científico como si fuéramos unos superimanes. ¿Qué elementos se necesitan para este magnetismo profesional?

La respuesta más sencilla y cierta es presupuesto. Se requiere una mejor dotación económica dedicada a la ciencia en todas sus vertientes: desde la formación inicial de su personal a la financiación competitiva de aquellos grupos punteros en el mundo. Hay una cifra mítica, el 2% del presupuesto, que lleva dando vueltas desde hace un par de décadas, pero nunca se ha alcanzado. Me recuerda un poco a la fábula de la liebre y la tortuga, donde al final es el mamífero el que nunca llega a la meta. Escojan ustedes mismos su parábola favorita.

Si miramos el asunto con perspectiva histórica, se ha mejorado. Los viejos del lugar recordarán cuántos hicieron la tesis doctoral sin beca. Hoy sería impensable. Incluso el lenguaje para referirse a los mismos está cambiando. El cuello de botella empieza a aparecer después. Poquísimos contratos posdoctorales. A ello se le suman las escasas opciones que existen más allá de los caminos académicos en centros de investigación o universidades. No existe un tejido industrial suficiente para integrar en condiciones a este personal altamente cualificado. Ahí también se necesitaría una apuesta decidida de los gestores económicos y políticos para apoyar la transferencia tecnológica y la salida al mercado privado de estos activos de recursos humanos. Programas de formación mixta pública e industrial son una urgente necesidad en este sentido.

Otra salida de reciente crecimiento es la reconversión a divulgadores de la ciencia. Excelentes iniciativas, muy importantes para explicar a la sociedad la importancia de la investigación. Pero uno, a veces, cuando anochece, tiene la sensación de que se está creando una burbuja, donde hablaremos mucho de descubrimientos, pero serán hallazgos de otros, en tierras lejanas al norte, cruzando el océano o en los territorios de oriente.

Así pues, una opción asequible y buena para seguir formándose es emigrar a otros países para la estancia posdoctoral, que suele durar unos años, entre tres y seis de promedio. Los salarios de este personal son excelentes y si han caído en un buen laboratorio y tienen ganas de trabajar, las perspectivas de hacer contribuciones científicas importantes son óptimas. Entonces llega ese momento vital: ¿vuelvo a casa o me quedo? Sea cual sea la opción escogida, no somos nadie para juzgarla. Algunos volverán en condiciones no muy buenas, pero la nostalgia los puede. Otros decidirán quedarse en el país que les dio las oportunidades adecuadas y pasarán décadas ahí y su acento se irá transformando. Otros querrán volver pero todavía siendo competitivos en el escenario internacional. Y para estos debemos tener herramientas que permitan una reincorporación decente. Los programas Icrea, Ikerbasque y Cidigent en Cataluña, Euskadi y Valencia, respectivamente, ofrecen sueldos atractivos, pero nada más, no conceden ayudas para investigar. Y además, son gotas en un desierto. Para ser más exactos, lágrimas en la arena. Deben incrementarse programas estatales como el Ramón y Cajal para recuperar ese talento joven, en la flor de su carrera, aún empapado de la frescura y efervescencia de sus laboratorios de origen. Pero también debería ser muy importante abrir de forma clara y flexibilizar las condiciones de las universidades y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas para fichar a estas personas en plena cúspide creativa. Evitemos endogamias, facilitemos trámites, démosles no solo la posibilidad de ocupar una plaza sino también de desarrollarse profesionalmente. Y después, que todos ellos sean evaluados de forma objetiva por sus logros. Hagamos que la meritocracia no sea un vocablo desconocido, un término más del diccionario que se aprenden de memoria los concursantes del Pasapalabra.

«Los sueños, sueños son», decía Calderón de la Barca. Sin embargo, muchas de las realidades que vemos hoy en día fueron antes sueños de unos pocos visionarios. Unos gestores que apostaron por impulsar una ciencia que ahora está en el mapa internacional en varias disciplinas, pero basada en unos recursos mínimos y requiriendo esfuerzos y sacrificios hercúleos de los investigadores. Activemos el magnetismo y retengamos y recuperemos talento. Solo es cuestión de que unos pocos quieran que sea así.

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