La Provincia - Diario de Las Palmas

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El narrador de los escritos antivíricos quiere escribir un escrito antivírico pero por mucho que quiera escribir un escrito antivírico no consigue que se le ocurra nada. Querer no es siempre lo mismo que poder. Y con la página en blanco de su ordenador ante su mirada, con esa página llena de nada que el narrador tiene ante sí, nada le resulta más difícil que escribir algo. La nada que ocupa el espacio de la página en blanco se enseñorea del cerebro del narrador que está tan lleno de nada como de nada está llena la página en blanco que ante sí tiene.

Dios creó el universo de la nada, una especie de infinito vacío parecido al vacío de una página en blanco, así que el narrador, que está lleno del mismo vacío del que Dios estaba lleno antes de crear el universo, se pone en el lugar de Dios y espera que de la misma manera que a Él se le ocurrió crear el mundo a él se le ocurra algo para crear un escrito antivírico. Salvando las distancias, y en escalas diversas, lo que el universo fue para Dios, un escrito antivírico es para el narrador. El narrador de los escritos antivíricos es el dios de su particular universo letrado.

Por fin parece que llega el momento de la creación. No llega como un fogonazo sino que poco a poco algo va surgiendo de la nada. Primero no es ni siquiera un pensar de verdad, es sólo una especie de inquietud, una suerte de cosquilleo cerebral que luego pasa a ser una intuición que con gran parsimonia va adquiriendo forma, hasta que, por fin, brota con extrema lentitud un pensamiento. El pensamiento que brota en la mente del narrador es complejo, tiene que ver con el hecho de que la página en blanco, como el cerebro del narrador, está llena de nada. ¿Cómo es posible que algo esté lleno de vacío? ¿No es ése un hecho radicalmente contradictorio? Y, si lo es, como a todas luces parece que lo es ¿será una contradicción antitética? ¿o será una contradicción oximorónica? ¿o será tal vez una contradicción paradójica?

El narrador escribe sobre el vacío de su página esas preguntas y lo que antes era nada comienza a ser algo, apenas unos renglones sobre cómo algo puede estar lleno nada. Después, para continuar con su escrito, el narrador recurre al inmunizado, su personaje protagonista, y gracias a él, que disfruta con las cosas de la lengua, repara en que entre la antítesis, el oxímoron y la paradoja hay una línea divisoria que a veces es tan delgada que puede llegar a romperse. El aserto místico “muero porque no muero” es sin duda una paradoja, “yo subo y tú bajas” es sin duda una antítesis, y “mientras yo trabajo tú descansas” también lo es; pero “silencio ruidoso”, ¿qué es?

Hay dos opciones para “silencio ruidoso”, piensa el inmunizado. La mayoría entenderá esa expresión como un oxímoron, como dos ideas que son mutuamente excluyentes porque la existencia de una impide la existencia de la otra. El silencio no puede ser ruidoso, de la misma manera que la oscuridad no puede ser luminosa, ni el agua puede ser seca, ni el color negro puede ser blanco. Pero el inmunizado, siempre tan puntilloso, considera que “silencio ruidoso” puede entenderse como una paradoja si el oxímoron se resuelve en una explicación postrera. Hay silencios no sólo ruidosos sino incluso atronadores. Si en una reunión formal y de compromiso nadie habla, la situación puede tornarse tan incómoda y tensa que el silencio termine por ser lo único que escucha. Hay oscuridades que clarifican el alma; el luto, por ejemplo, es “un castigo que aporta claridad al moribundo”, como reza un poema de Ullán; si el agua está contaminada podría entenderse que el agua está figuradamente seca porque mata la fertilidad de la tierra; pensar en la vida única que todos compartimos blanquea la negritud y ennegrece la blancura, las convierte en paradójicas, pues todos somos negros y todos somos blancos y todos somos de todos los colores.

El pensamiento del inmunizado sobre la antítesis, el oxímoron y la paradoja ha servido al narrador para hacerse dios y crear de la nada algo. Del vacío de la pantalla en blanco han surgido letras, que se han acomodado en palabras y éstas, por la magia de la sintaxis, en frases, y éstas en párrafos, y éstos en una página que, como el universo, ha surgido de la oscuridad primigenia que fue condición indispensable para que la luz surgiera. De la nada ha surgido algo, algo que, paradójicamente, lleva el título de “Nada”.

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