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Canariedad

De haberse seguido el criterio de que las palabras no pueden utilizarse hasta que el diccionario académico las registre, hubiéramos estado faltando a la norma culta del español todos los filólogos que hemos empleado la palabra canario en su sentido de “Variedad del español que se habla en Canarias”, y canarismo con el de “Palabra o uso lingüístico propios del canario”, porque el diccionario de la Real Academia Española no las registró hasta hace poco tiempo. La voz canario en su acepción referida a nuestro dialecto tuvo que esperar hasta la 23.ª edición, la de 2014, y canarismo, que tuvo más suerte, se incorporó, aunque con una definición no muy afortunada, en la edición 22.ª, que se había publicado en 2001. Y vaya que se han usado las palabras canario y canarismo, referidas, respectivamente, a nuestro dialecto y a sus dialectalismos, por un buen número de filólogos ―dialectólogos, sobre todo― canarios, peninsulares y americanos, mucho antes de que la Real Academia les diera su beneplácito. Según este criterio, estaremos haciéndolo rematadamente mal quienes hablamos, por ejemplo, de hembrismo o de supremacismo; la afición del Atlético no podría calificarse de rojiblanca, pero la del Barça sí que puede denominarse blaugrana, y hasta azulgrana. Los canarios, por nuestra parte, deberíamos permanecer en silencio al no poder alegar con nuestros amigos más próximos en la sobremesa del guachinche de medianías, al que solíamos acudir los viernes, después de degustar unas buenas arvejas compuestas y una típica ropavieja: la Real Academia Española no nos lo permitiría.

Pero nada más lejos de la realidad, la realidad del entorno y la realidad lingüística, pues las palabras no existen porque estén en los diccionarios, sino que existen porque se usan, y es este, el uso, el que les da derecho a ocupar una plaza en los diccionarios, en el de la Real Academia Española y en otros de similar categoría y reconocimiento. Pero esta idea, por lo que se ve, no está bien asimilada, tal vez por una falta de información sobre la lexicografía, disciplina que se ocupa entre otras cuestiones, del correcto uso del diccionario, y que debería enseñarse, con la debida adecuación, desde los primeros niveles de la enseñanza. Por eso, no me sorprende la extraordinaria preocupación de quienes han descubierto que el diccionario de la Real Academia Española no registrara la voz canariedad, y no sé si, incluso, se ha constituido una plataforma para exigir que se recoja en el repertorio académico. Al mismo tiempo, me llegan noticias de que un docente ha manifestado su contrariedad ante la información ortológica que ofrece un libro de texto de Lengua de primer curso de la ESO sobre el sonido que representa en Canarias el dígrafo ch: “Este sonido ―dice― se pronuncia de un modo particular, aproximándolo al sonido Y: muyayo, coye”.

Hay más noticias sobre asuntos lingüísticos, y que las haya, he de confesar, no me inquieta, porque es síntoma de que la lengua interesa, y creo que quienes podemos contribuir a disipar dudas de esta índole entre los ciudadanos preocupados por ella debemos colaborar desde donde tengamos la oportunidad de hacerlo: desde la aulas, las academias, y, por supuesto, desde los medios de comunicación.

Como decía más arriba, diccionarios hay muchos y de diferentes tipos, y que el hecho de que una palabra no esté registrado en el de la Real Academia Española no debe interpretarse como que la palabra no existe, o que es incorrecta y que, en consecuencia, no debe usarse.

Así, pues, podemos afirmar con rotundidad que la voz canariedad existe porque se usa, y se viene utilizando desde hace ya algunos años: en los propios Estatutos de la Academia Canaria de la Lengua, de 1999, aparece con uno de sus posibles sentidos. En el artículo 2 del citado documento, se dice que uno de los principios fundacionales de la Institución es “Reconocer que la canariedad es un hecho lingüístico y cultural que se define y se explica como hispánico, […]”. La palabra, por cierto, ya había sido recogida en el excelente Diccionario del español actual (Madrid, Aguilar, 1999), que ha dirigido Manuel Seco, y definida como “Condición de canario, especialmente, amante de lo canario”.

Por supuesto, la voz canariedad ha sido estudiada por la Comisión de Lexicografía de la Academia Canaria de la Lengua, que, tras el análisis de su documentación, la ha definido con las siguientes acepciones: “1. Cualidad o condición de canario, especialmente referida a la idiosincrasia de los isleños y a sus manifestaciones culturales. 2. Conjunto de elementos y factores característicos y diferenciales del pueblo canario y todo lo que en él acontece como expresión de su identidad. 3. Amor y apego a lo canario”. Aparecerá en la próxima edición del diccionario de canarismos de la Academia Canaria y espero que esta información constituya motivo suficiente para dar cuenta de su existencia, sin necesidad de tener que esperar a que se la admita en otros repertorios léxicos.

Por otra parte, la observación sobre la información ortológica del libro de texto sobre la /ch/ es uno de los tópicos que circula como una de las características del español de Canarias, pues, según dicen, los canarios pronunciamos el fonema /ch/ como una /y/, de modo que, a los oídos de los peninsulares la palabra muchacho suena muyayo, y coche, como coye, que es lo que dice el libro de texto en cuestión; sin embargo, lo que de verdad ocurre es que nuestra /ch/ tiene un punto de articulación diferente al de la castellana, pues coincide con el de la /y/, lo que hace que presente cierta sonoridad y menos fricción y pueda asemejarse a la /y/; pero en nuestra modalidad pronunciamos una /ch/ y una /y/, tan diferenciadas que ningún canario confundiría mayo con macho, o raya con racha. El libro de texto debería, en consecuencia, suprimir estos poco afortunados ejemplos de coye y muyayo.

La Academia Canaria de la Lengua repetidamente ha tratado de aclarar estas desviadas interpretaciones acerca de las características de nuestro dialecto, aunque, Dudas más frecuentes sobre el español de Canarias, obra de la Academia Canaria de la Lengua (2.ª ed. actualizada en 2017) en la que se pueden encontrar explicaciones al respecto (pp. 44-45) y a otras de las falsas, por infundadas, peculiaridades que dicen caracterizarnos.

Se necesitan, además, otras acciones complementarias, en las que deberíamos implicarnos todos, docentes y periodistas, y, por supuesto, los poderos públicos haciendo efectivo lo prescrito en el reformado Estatuto de Autonomía (art. 37.7), esto es, “la defensa, promoción y estudio del español de Canarias, como variedad lingüística del español atlántico”.

Sería la mejor manera de hacer gala de canariedad, antes que perder el tiempo pidiendo que nuestra emblemática voz aparezca en las páginas de un diccionario.

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