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Lucas López

Reflexión

Lucas López

Tendiendo puentes

En una de nuestras sobremesas, en el teologado de los jesuitas de Granada, ante un compañero que alegaba sus frecuentes visitas a Estados Unidos («14 o 15 veces», nos dijo, y concluyó «no recuerdo bien»), otro de los comensales bromeó: «Yo tampoco recuerdo bien: una o ninguna». No he visitado los Estados Unidos y, sin embargo, por más que sea ciudadano de uno de los estados de la Unión Europea y haya tenido la posibilidad de viajar por países de África y nuestra América Latina, tengo que reconocer que todo lo que sucede en «iuesei», desde sus propuestas culturales hasta sus innovaciones tecnológicas o sus acontecimientos políticos no deja de ser más que relevante. De todos modos, quizás no nos resulta sencillo valorar lo que allí pasa. Por ejemplo, el hecho de que un católico confeso y comprometido con su comunidad de fe sea ahora su Presidente.

Cuenta Julio Martínez SJ, rector de la Universidad de Comillas, cómo resultó muy significativo que en 1960, «apenas un mes después de la estrechísima victoria electoral de John Fitzgerald Kennedy sobre Richard Nixon, el semanario Time publicaba en portada el retrato de un sacerdote con alzacuellos romano, de nombre John Courtney Murray». Expresaba aquella portada, la de la revista más leída en Estados Unidos, un cambio respecto a lo religioso y lo católico. Años después, en Latinoamérica se ponían los cimientos de la teología de la liberación. Cuando en Europa se empezaba a hablar de teología política, en los Estados Unidos, de la mano de John Courtney Murray SJ, se trabajaba para que el catolicismo, identificado con los signos de la comunidad inmigrante irlandesa y sus condiciones sociológicas entre la población empobrecida de la pujante nación norteamericana, se animara a participar en la plaza del diálogo público, tanto para aportar como para recibir de otras tradiciones sociales, culturales y religiosas.

Courtney Murray nació en la ciudad de Nueva York en 1904. Su madre, Margaret, y su padre, John, eran católicos y transmitieron a su hijo una fe que pronto le inclinó hacia compromisos vocacionales. De hecho, ingresó muy joven, con 16 años, en el noviciado de la Compañía de Jesús. Permanecería en la Orden hasta su fallecimiento, también relativamente joven, un mes antes de cumplir 63 años, como resultado del colapso de su corazón. Su vida fue suficiente para saborear con intensidad un mundo convulsionado, primero por la Gran Guerra y, después, tras el ascenso de los totalitarismos, por la Segunda Guerra Mundial. Su itinerario como jesuita, aunque transcurrió principalmente en los Estados Unidos, tuvo tiempo también para Filipinas y Europa. Se formó en teología en la Universidad Gregoriana de Roma y aprovechó aquellos años (los años 30) para conocer de primera mano la inquietante evolución de muchos países de la sociedad europea. Miembro de una generación extraordinaria de pensadores, Courtney Murray aprendió de aquel mundo estremecido que había que ponerse a la tarea: construir puentes entre la experiencia cristiana y la, a la vez, frágil y autocomplaciente, sociedad occidental.

La experiencia directa de lo que los totalitarismos le hicieron a Europa y al mundo puso en alerta a este irlandés norteamericano que pronto descubrió que los Estados Unidos afrontaba también sus propias crisis. La ética protestante, matriz del capitalismo anglosajón, que en el país de las barras y las estrellas se identificaba con el prototipo de dirigente WASP (blanco, anglosajón y protestante, en sus siglas en inglés), se resquebrajaba en la postguerra de los cincuenta. El rector Martínez SJ, en artículo sobre nuestro protagonista, caracteriza la crisis norteamericana con una serie de signos: el escepticismo general ante la democracia liberal, el fanatismo de algunos grupos dogmáticos, un tribunal supremo que trataba de limitar la presencia pública de lo religioso y el movimiento de los derechos civiles que cuestiona las divisiones aceptadas por el conjunto de la sociedad norteamericana. Con todo ello sobre la mesa, Courtney Murray se propuso mostrar el vacío ético de la vida pública del país. Su crítica a las falacias del Estado se hace desde el aprecio a los grandes valores de la democracia norteamericana y es paralela a sus reflexiones que instan a la comunidad católica, frente a no pocas resistencias, a asumir una relación con el mundo político menos empoderada, dejando atrás la idea de estados confesionales. Para alcanzar tal objetivo, Courtney Murray afrontó la incomprensión y la condena de otros pensadores y miembros del gobierno de la Iglesia. En concreto, el cardenal Ottaviani, responsable del Santo Oficio, consideró inaceptables las posiciones de Murray.

Por entonces, España estaba, en expresión utilizada con actitud crítica por el jesuita Álvarez Bolado, en el «nacional catolicismo» (término acuñado por el también sacerdote José María Glz Ruiz), que identificaba a nuestra sociedad con la catolicidad. Buena parte de los argumentos contra Murray usados por Ottaviani habían sido elaborados por teólogos españoles. Sin embargo, el trabajo de Courtney Murray acabó por influir poderosamente en la promoción de la libertad religiosa que quedó consagrada por el Concilio Vaticano II. Bien sabemos que aquella declaración conciliar provocó la incomprensión de buena parte de la Iglesia española, identificada, insistimos, con la visión de una sociedad y una administración pública confesional católica. Probablemente, sin el trabajo de Courtney Murray hubiera sido imposible la actitud abierta de los obispos españoles de los setenta con su apoyo a la Constitución de 1978. Aquella ley de leyes, ahora no tan apreciada, situó a la catolicidad en un lugar más apropiado para su vinculación con una sociedad plural. Claro está que todavía hoy, de uno y otro lado, cuestionando el régimen del 78, observamos a quienes pretenden expulsar lo religioso de la plaza pública y a quienes quisieran que su visión religiosa fuera adoptada por toda la sociedad. Creo yo, sin embargo, que buena parte de la ciudadanía, en esta y en las demás cuestiones de la vida, están,como aquel jesuita norteamericano, tendiendo puentes.

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