La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lamberto Wägner

Breverías 83

Cuando Ortega pontificaba que «yo soy yo y mis circunstancias», cualquier escritor debiera tener bien presente dicha máxima a la hora de escribir, sobre todo si dedica tal menester a plasmar el pasado o el futuro. Un error frecuente es el de aplicar en relatos del pasado la perspectiva ética o social del presente. Yo no puedo elaborar un relato de la Atenas del siglo V A.C. sobre la esclavitud, escandalizándome sobre las penalidades de dicha condición, desde una óptica de hoy. En aquellas fechas podían haber en Atenas más de 80.000 esclavos, uno por cada tres individuos libres, y su presencia era por ello tan natural y fuera de debate como el calor en verano.

Pero las mismas consideraciones son aplicables por ejemplo a los escritores de ciencia ficción. Si quieren que sus relatos del futuro tengan coherencia, deberán adaptar el yo a las circunstancias del milenio correspondiente. Porque es evidente que el hombre del futuro no podrá sustraerse a los condicionantes del teletransporte o la comunicación telepática, pongamos por caso. Si hemos de imaginar que el error humano no sea inmune al paso de los siglos, se darán relatos de teletransportes fallidos donde tal vez la mitad del pasajero se traslade a miles de kilómetros, mientras que la otra mitad permanezca en tierra.

Recuerdo un clarividente relato, no sé si de Heinlein o de Asimov, sobre los peligros de la telepatía, en el que un aficionado a la música se maravilla del virtuosismo de una pianista, pensando «¡quién tuviera sus dedos!». Pensamiento que es recogido por un visitante de otra galaxia, huérfana su especie de cualquier empatía, pero en deuda con el melómano. Y como consecuencia de ello nuestro hombre recibe al poco tiempo dos cajitas envueltas para regalo, con cinco dedos en cada una de ellas, quirúrgicamente cercenados y primorosamente presentados en papel de seda.

Me confesaba el otro día R.B. que últimamente cuando miraba al cielo era ya incapaz de contemplar el firmamento estrellado con los ojos de su infancia, ni la romántica vía láctea con las arrobadas miradas compartidas antaño con su pareja. Los crasos descubrimientos sobre la gruesa madeja de basura, principalmente restos de satélites envolviendo la tierra, o los peligros de la menguante capa protectora de ozono, o la insidiosa contaminación de la atmósfera estaban agrietando la imagen de uno de los últimos referentes de su bagaje existencial. Pero es que encima los descubrimientos recientes sobre los cataclísmicos procesos de la génesis del universo, las siderales deflagraciones de supernovas, o los agujeros negros engullendo hasta el más insignificante rayo de luz despistado, habían terminado por convertir la bóveda celeste para mi amigo en un compendio de amenazas.

Yo le he aconsejado que, antes de ir al psicólogo, trate de cambiar de actitud. Y si cuando esté por ejemplo contemplando la luna rielando sobre un embelesador estanque, que disfrute del espectáculo, sin preocuparse si bajo la superficie tal vez pueda acechar todo un banco de pirañas.

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