La Provincia - Diario de Las Palmas

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Martín Caicoya

Dilemas de la educación

El Informe Mundial de la OMS del año 2000 supuso un alivio para muchos de nosotros. Durante años nos habíamos convencido de que el sistema sanitario apenas contribuía a la salud mientras sus costes no dejaban de crecer. Los modelos demostraban que habían sido las mejoras en la educación, el saneamiento básico, la vivienda y el trabajo los responsables de la espectacular ganancia en salud del siglo XX y que el ingente conocimiento médico apenas había contribuido, si se descartaban las vacunas y poco más. Durante muchos años se atribuyó a Lalonde, el ministro de sanidad del Canadá que gobernaba Trudeau, la idea de que, en conjunto, la contribución del sistema sanitario en la década de 1970 era del 15%. Aunque realmente, fue Dever quien, con el modelo Lalonde, calculó que un 11% de los resultados en salud se debían al sistema sanitario. Se confirmaba que estábamos medicalizando la sociedad. La Némesis Médica de Ivan Illich.

Sin embargo, el referido informe mundial calculaba que hasta el 50% de las mejoras en salud de los últimos años se debían al sistema sanitario. Y es lógico. Porque si bien dominar los determinantes de la salud es un requisito para que esta florezca, una vez alcanzado, si no hubiera tecnología médica, no mejoraríamos. Y lo hicimos, de manera espectacular en algunas áreas como la cardiovascular que entonces era responsable de casi el 50% de las muertes y ahora no llega al 30%.

Que esos condicionantes son importantes lo reconoce el informe de salud 2000 al emplear como indicador del estado de salud a principios del XX el nivel de educativo.

La educación es para algunos el instrumento más poderoso para superar las desigualdades sociales. Lo dijo Tony Blair cuando ganó su primer mandato: «mis prioridades son tres: educación, educación y educación». Quería separarse de aquellos años de neoliberalismo de la anterior primera ministra, Thatcher, que había erosionado el estado de bienestar. Pero mientras Blair, con su exquisito acento de clase alta, proclamaba que invertiría en la educación pública, sus hijos iban a escuelas elitistas privadas. Blair no creía que la escuela pública fuera adecuada para sus hijos. Como no lo creían tantos socialistas que mandaban a los suyos a colegios privados o concertados elitistas. Es difícil defender, con el corazón, aquello que no te afecta.

No cabe duda de que la educación, además de ser un factor condicionante de la salud, puede ser una palanca para conseguir una sociedad más igualitaria. Pero no cualquier educación y no de cualquier forma.

En España debemos al primer gobierno socialista la universalización de la educación que convirtió en obligatoria. Para llevarlo a cabo, por un conjunto de razones entre otras que no tenía centros suficientes, llegó a un acuerdo con la enseñanza privada: un concierto. Conocemos muy bien esa estrategia en la sanidad: se concierta cierta actividad con centros privados, que puede ser toda la atención, y se paga bien por acto o un monto anual por cada persona que se asigna a ese centro. El gobierno socialista optó por pagar a los profesores, y alguna otra cosa, en vez de un tanto por alumno. Además, se establecieron criterios de admisión para evitar que esos colegios seleccionaran a los estudiantes. La realidad es que no ha sido así: En esos centros apenas hay inmigrantes, el porcentaje de estudiantes con problemas de aprendizaje o comportamiento es mínimo y la posibilidad de que algunas minorías, como los gitanos, entren en alguno de ellos, especialmente los elitistas, es casi cero. Los padres lo celebran porque así sus hijos están en un entorno que consideran mas seguro, y como las clases son más uniformes se facilita el avance. Además, esa selección de estudiantes es una inversión en la red de relaciones para el futuro, incluso para el presente cuando los padres se relacionan entre ellos. De manera que la universalización de la educación si no va acompañada de otras políticas, consolida las clases sociales.

Pero no es solo esa discriminación lo que impide que la educación sea un ascensor social. También la capacidad docente de los profesores, el modelo pedagógico, las asignaturas que forman parte del programa y el contenido de ellas.

Francia es un ejemplo de educación pública. Fue a principios del pasado siglo cuando la Republique la tomó a su cargo. Preocupados, encargaron a Binet que examinara por qué algunos no progresaban y qué hacer. Inventó el coeficiente de inteligencia. Si la educación fuera el mejor ascensor social, Francia estaría en cabeza. Es la penúltima en la OCDE. Quizá se explique porque si todos los liceos son iguales, algunos son más iguales que otros, como los cerdos de La granja de los animales de Orwell. Las familias con poder e información saben colocar a sus hijos en los mejores liceos, y aquí en los mejores institutos. No es fácil entrar en el Ramiro de Maeztu, por ejemplo.

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