El frente marítimo de Las Palmas de Gran Canaria acumula un retraso de décadas en cuanto a actuaciones en la plataforma urbana que linda con el mar. La ciudad arrastra una frustración antigua por iniciativas que quedaron a medio camino, como la ‘Gran Marina’, la desafección de la zona militar de La Isleta, el proyecto Guiniguada de Joan Busquets, la playa artificial de San Cristóbal o, aún más reciente, el soterramiento de la Avenida Marítima. Junto a estas propuestas, otra de las aspiraciones máximas ha sido el traslado de la Base Naval, objetivo aplazado ‘sine díe’ por la falta de una alternativa viable, según el Ministerio de Defensa. La crisis financiera de 2008 y su repercusión en las arcas públicas dejó en veremos estas macrointervenciones, a la espera de tiempos mejores, pero sin poder evitar cierta desazón social por la falta de progreso del municipio.

Esta especie de maldición que recaía sobre nuestro frente marítimo parece haberse roto en los últimos tiempos. La pasarela peatonal ‘Onda Atlántica’ en el Itsmo diseñada por Javier Haddad o ‘Paisaje de Horizontes’ entre el Muelle Santa Catalina y la Base Naval, de los arquitectos Romera y Ruiz, son intervenciones que dan paso a un optimismo moderado. En tiempos de pandemia, con la exigencia de una ciudad sostenible por parte de la UE, no podía ser menos: el bienestar del ciudadano es la prioridad, sobre todo para formar parte de los planes de reactivación.

En este contexto, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria acaba de lanzar una operación de microcirugía urbana para transformar el frente marítimo que va desde Santa Catalina a Alcaravaneras. Una intervención que tiene sus ejes centrales en el retranqueo de la Base Naval y el Club Náutico para dar continuidad al corredor peatonal y al carril bici. La sociedad deportiva recibe, en compensación, un edificio de aparcamientos y la rehabilitación de la fachada de su sede, diseñada por Manuel de la Peña.

La puerta ornamental del complejo de la Armada quedará como remate de la recién reestructurada Mesa y López. Evidentemente, no es la adquisición por parte del municipio de los miles de metros cuadrados de la Base Naval, pero sí una fórmula para avanzar en la consecución de un espacio vital para el desarrollo del frente marítimo.

Uno de los grandes retos de Las Palmas de Gran Canaria es resolver de manera satisfactoria la conexión viaria con el Puerto de La Luz, cuyo crecimiento amenaza con hacer inviable el movimiento de tráfico. El futuro del frente marítimo debe estar sujeto a una planificación ciudad-puerto, dualidad ineludible para alcanzar una oferta competitiva en el negocio de los cruceros. De poco sirve mejorar la franja costera del municipio si se sigue aplazando la solución de reordenar y limitar el flujo de vehículos. La Corporación municipal, tarde o temprano, tendrá que afrontar esta ‘papa caliente’.

Sólo hay que ver el trasiego de ciclistas y paseantes que pasan a diario por la Avenida Marítima para constatar que el gran activo de esta ciudad es el mar. La comunicación con el Océano Atlántico debe ser una prioridad, por lo que hay que evitar edificaciones desgraciadas que se han convertido en irreversibles y que conforman un paredón que impide el disfrute del medio natural. El privilegio de tener un frente marítimo debe traducirse en una coordinación institucional, pero también en una actuación transversal que tenga en cuenta la proyección turística de Las Palmas de Gran Canaria, aunque sin dejar a un lado la unión de los vecinos y visitantes con este espacio infinito por donde ven las entradas y salidas de los barcos.

Sólo hay que ver el trasiego de ciclistas y paseantes que pasan por la Avenida Marítima para constatar que el gran activo de esta ciudad es el mar

Constituye una alegría que la renuncia o ralentización de las grandes aspiraciones urbanísticas no haya afectado al objetivo de progresar con el frente marítimo. Pero así y todo el Ayuntamiento no debe renunciar a la lógica ambición de una urbe clave por su situación geográfica, equipamientos y clima excepcional. La transformación para adaptarse a los cambios que se suceden en el sistema productivo, el modelo turístico, el planeamiento urbanístico y el bienestar social, acelerados por la emergencia sanitaria, requiere de la transversalidad de conocimientos para evitar errores que hipotequen el desarrollo de Las Palmas de Gran Canaria.

La desafección de áreas militares como las montañas de La Isleta y la Base Naval, el soterramiento de los Tramos VI y VII y de la Avenida Marítima, la remodelación del nudo viario de Torre Las Palmas, la conversión en corredor verde del Barranco Guiniguada a su paso por Triana y Vegueta... Estos proyectos no deben ser guardados en un cajón a la espera de presupuesto, sino que deben estar en la mente de cualquier gobierno municipal que acometa la modernización del municipio, tanto para buscar la financiación necesaria en Europa como para obtener la empatía del ministerio de turno. Por desgracia, hasta ahora han formado parte de las agendas de las sucesivas corporaciones sin que se haya podido pasar de ahí.

Tras décadas de desarrollismo, Las Palmas de Gran Canaria tiene en su frente marítimo una herramienta excepcional para conseguir una personalidad distintiva. La microcirugía urbanística, como el proyecto que une Santa Catalina con Alcaravaneras, representa, sin embargo, un gran paso. Pese a las limitaciones, constatamos que hay una filosofía para avanzar sin pausa en borrar las huellas de lo que han sido obstáculos para la convivencia social. Las actuaciones paralelas al proyecto de la Metroguagua empiezan a ser visibles calle a calle, especialmente en la reducción del tráfico y, como consecuencia de ello, en la obtención de más espacio para los peatones. De igual manera, la ampliación frente al Náutico constituye, kilómetro a kilómetro, una conquista del frente marítimo en una zona asediada por la circulación de coches. Es verdad que las grandes cuestiones de la capital no acaban por resolverse, y que algunas de ellas ya no forman parte del capítulo de prioridades, si bien suelen aparecer cada cuatro años en los programas electorales. Pero lo valioso es que, con algún que otro matiz, medidas como la anunciada para Santa Catalina-Alcaravaneras tienen el consenso del sentido común. Hay una evolución y esto es trascendental para cambiar una ciudad.