La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antivíricos

José Manuel Marrero Henríquez

Arte y engaño

El inmunizado ha sido víctima de un engaño que no fue a más porque se apercibió a tiempo y pudo evitar que se repitiera. No era un gran engaño, era uno pequeño, miserable, de poca monta. No se trataba de venderle una moto estropeada por una impecablemente cuidada, ni de endosarle un coche con el cuentakilómetros trucado, tampoco es que le quisieran vender una casa con los cimientos cediendo y las maderas comidas por termitas, ni que pretendieran darle billetes falsos por verdaderos o hacerle una reparación de fontanería con materiales baratos cobrados a precio de oro. La cosa era mucho más sencilla, pero no por sencilla dejaba de ser un engaño.

Al inmunizado no le gusta nada que lo engañen. Y no sólo por lo que a él pueda afectar, también porque el engaño corrompe el tejido social y atenta contra la apacibilidad de la vida en común. La mentira produce suspicacia y la suspicacia, ya lo advertía Cipión, es el daño mayor que se le puede hacer a la tranquilidad de la convivencia colectiva. El engaño pequeño, ése que le quisieron hacer en un supermercado de esquina, se refleja en otros mayores, en desfalcos bancarios, en evasiones fiscales, en falsedades documentales, en prevaricaciones, en los múltiples delitos que se realizan al amparo de los poderes del Estado. El engaño, en cualquier escala que se dé, minúscula o gigantesca, alienta la desconfianza, es fuente de infelicidad y produce inagotables conflictos, en la casa, en la comunidad de vecinos, en el barrio, en la ciudad, en la isla, en la autonomía, en la nación, en la Unión Europea, en el continente, en el mundo, en la galaxia y en el universo.

El pequeño engaño del que el inmunizado fue víctima representa más que la mezquindad de su nimio objetivo. Trasciende de la tienda de la esquina al barrio y del barrio a la ciudad y de la ciudad a isla y de la isla a la autonomía y de la autonomía a la nación y de la nación a la Unión Europea y de la Unión Europea al continente, y del continente al mundo y del mundo a la galaxia y de la galaxia al universo. Y precisamente por eso le enfada tanto y no lo va a olvidar y no lo va a perdonar. El inmunizado no es nada tolerante con el engaño. Compró unas piezas de fruta y resultaron harinosas, aunque le dijeron que estaban estupendas. Al poco volvió a comprar y volvieron a darle fruta harinosa y, además, unos yogures caducados. Y esa fruta harinosa y esos yogures caducados son la expresión local de corruptelas mayores que se llaman Gurtel, Kitchen, ERE, Palau, Pujol, Trump y Putin.

No le iban a dar gato por liebre. Le costó muchísimo ir al supermercado a devolver la fruta y los yogures y a reclamar su dinero. Vergüenza ajena se llama ese impedimento que el inmunizado se autoimpone sin querer. No obstante, el inmunizado supo superar esa especie de pudor tonto que ni sirve para nada ni tiene razón de ser; reclamó y le devolvieron el importe sin rechistar. No obstante, percibió una sonrisa socarrona en el dependiente que no le hizo ni pizca de gracia y que le pareció reflejada en esas actitudes mafiosas que adoptan mandatarios de nada menos que países enteros, con sus fronteras y universidades y ejércitos y su gente y todo, nada menos que presidentes de países, que se dice pronto, desde Rusia a Nicaragua pasando por Venezuela y Estados Unidos.

No se trata de machacar a nadie, pero lo que no es, no es. El inmunizado sabe por experiencia que quien hace las cosas bien las hace bien. Por ejemplo, quien debe dinero y es persona seria lo advierte y lo comunica y procura evitar la morosidad por todos los medios, pero hay otro tipo de individuo que aprovecha cualquier circunstancia para eludir sus responsabilidades y tiene una cara más larga que la espalda y más dura que una piedra de cantería. Al inmunizado este tipo de persona le hace menos gracia que ese supermercado en el que ponen tantos productos a punto de caducar que cuando caducan siguen de manera incontrolada en los estantes y luego venden haciendo la vista gorda, como quien no quiere la cosa.

La codicia es terrible. Al moroso fraudulento le reclamará la deuda sin piedad, y al supermercado de productos caducados y fruta harinosa no volverá. Tampoco volverá a ese taller que expide recibos inflados, ni dará trabajo a ese negocio que le ofrece la posibilidad de cobrar más barato si no pide factura para así no declarar. Incluso, ahora que se acerca el verano, duda si gastar su dinero en unas vacaciones en Cataluña porque no sabe bien a qué objetivos derivarán sus gastos. Todo será más limpio en El Hierro, se supone, o en Gran Canaria, se supone. ¿O no? Como afirmaba Cipión, el tejido social se corrompe con el engaño y con el engaño prolifera el malestar en la comunidad y la convivencia se hace difícil.

El único engaño que el inmunizado está dispuesto a soportar con gusto es el que se realiza sobre un escenario. Ahí un buen actor y una buena actriz tendrán su beneplácito y cuanto mejor le hagan vivir la falsedad de una realidad que se da en un lugar figurado más fuerte aplaudirá.

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