La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Meritocracia

Para poner en antecedentes al lector, recientemente Pedro S. Limiñana en La Provincia/Diario de Las Palmas del día 19/06/21 y bajo el título “Existencialismo y meritocracia” incidía en algunos aspectos de una reflexión que vertí acerca de la posición de Michael J. Sandel sobre la meritocracia y que había expresado previamente en mi columna del día 8/06/21. Antes de nada, pues, le remito mi agradecimiento por cuanto no es cosa fácil sino al contrario, meritoria, encontrar lectores tan sosegados.

En primer lugar, valoro su contribución crítica, por otra parte, inestimable, no obstante, por comodidad metodológica y debido a que debo ajustarme a un espacio que en prensa es valiosísimo, me centro en la tesis sandeliana, en la que sostiene que el mérito es un falso privilegio del que la persona no es responsable, sino que le sobreviene. Por decirlo de otra manera o a la manera orteguiana del “yo soy yo y mis circunstancias” a mi mérito son mis circunstancias. Véase el matiz. Y desde el que Pedro S. Limiñana deriva que de la afirmación del mérito se sigue la justificación de las desigualdades sociales.

Michael Sandel en su obra “Justicia” y con subtítulo “¿Hacemos lo que debemos? recrea una teoría o su historia de la justicia social. Por su mismo título ya nos da una idea de su dimensión moral. Otra cosa bien distinta es si ese imperativo moral en la que se funda tiene validez. Por mi parte, sostengo en el contacto con las otras personas opera de forma inherente el sentido del mérito. El mérito no es sino una suerte de comparación competitiva que hace moral lo bueno ante lo malo o peor. El aprecio personal no deja ser una forma de mérito que hace del sentimiento el estadio último de la realidad humana. El aprecio opera como mérito en términos de compensación entre individuos. Tomemos el ejemplo de la pura actualidad: la demeritación de las progresiones cognitivas escolares. ¿Acaso este factor no interpela al sentido de la justicia? ¿Acaso no es un trato injusto para los unos y para los otros? ¿No es una muestra de irrespeto y la proclamación de la ensoñación como fundamento de lo real?

El mérito sólo se hace visible en la dimensión externa y más jacarandosa, sino que despliega una dimensión interna de suma importancia para el bienestar personal. Esta autovaloración imprescindible, sometida a las mismas reglas, que justiprecia la conciencia de cada persona por la razón de que es la persona, de modo individual, la única que goza de la autorización a su acceso. Nadie duda, supongo, que contribuye esencialmente a la consideración que nos tememos como personas sin disfraces sociales ni espectadores externos.

Vayamos las cosas mismas, hay encuestas que dicen que aproximadamente más del 50% por ciento de los españoles no han leído un libro en su vida. Para ilustrar este movimiento, en un ejemplo harto conocido por paradigmático, Pablo Iglesias, en un debate electoral en la Universal Carlos III de Madrid, se inventó el título “Crítica de la razón ética” en respuesta al conductor del debate que preguntaba a los participantes que citaran un libro que hubieran leído. Igual resulta que su vagarosa falta de exactitud, no quiero afirmarlo apodícticamente, se debe a que la meritocracia ha llegado a un punto de no retorno y que como Pedro. S. Limiñana afirma la desconexión entre la posición social en el mundo de la vida ya se ha extendido velozmente entre quienes la predican y de la que se derivan tan brillantes efectos. ¿De verdad Pablo Iglesias al inventarse el título o la Ministra de trabajo del Gobierno de España (Doña Yolanda Díaz) al calificar como másteres lo que eran tan solo cursillos, no quería entrar en competencia valorativa lo que propiamente le parecía bueno entre lo malo o peor?

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