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Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

Chiringuito, del azúcar a la playa

Cuando llega la época de playa es el hábitat natural de los que saben disfrutar de la buena vida. Unas tapas, una caña, un poco de sombra y dejar pasar las horas en buena compañía. El chiringuito es una especie de oasis donde comer y beber para continuar con el dolce far niente marítimo. Es curioso que una palabra tan particular como esta haya tenido la habilidad de convertirse en parte de nuestro lenguaje cotidiano, en muy pocas décadas.

Todo empezó a principios de la posguerra civil española, cuando el periodista César González Ruano se instaló en Sitges. Nacido en 1903 en Cuenca, es un personaje que, como dice el tópico, tiene una biografía llena de luces y sombras que Rosa Sala y Plàcid Garcia–Planas intentaron aclarar en el libro El marqués y la esvástica. La descripción que hacen estos autores de la trayectoria vital de González Ruano es la esencia de la picaresca. Capaz de tener el carné número 4 de Falange pero no pagar las cuotas; o de vivir en el París ocupado y dedicarse a estafar a judíos desesperados, a quienes vendía unos supuestos salvoconductos que les tenían que servir para escapar del Tercer Reich. Esta ambigüedad llegó a tal extremo que primero la Gestapo lo encarceló, acusándolo de ayudar a escapar fugitivos y, más tarde, en la Francia libre, también fue procesado, porque durante su cautiverio en manos de los nazis había actuado de confidente de la policía secreta alemana dentro de la cárcel, según denunciaron antiguos compañeros de celda.

Después de aquella turbulenta etapa en tierras galas, González Ruano volvió a la Península en 1943 y encontró refugio en Sitges. Desde aquella localidad costera, cuna del primer turismo de playa y sobre todo epicentro vital del pintor y escritor Santiago Rusiñol durante los primeros años del siglo XX, continuó su profesión periodística que antes de la guerra mundial le había llevado a ejercer de corresponsal para Abc en la Roma de Mussolini y la Alemania de Hitler.

Después de tanto trajín, Sitges se convirtió en su retiro temporal, desde donde escribía crónicas para La Vanguardia y Destino. Lo hacía en una mesa interior de un bar de primera línea de playa llamado El Kiosket, pero al que él se refería como el Chiringuito.

Este término era originario de Cuba. En las plantaciones de azúcar, cuando los trabajadores hacían un descanso, solían tomar café. Obtenían el líquido de una manera muy rudimentaria, filtrando los granos molidos con una media. Del negro chorrito que salía lo llamaban chiringa. Y fruto de ello, las barracas que con unas cuantas cañas ofrecían algo de sombra, donde los obreros podían tomar su bebida, fueron bautizadas como chiringuitos, término que cruzó el Atlántico gracias a la prolífica pluma de González Ruano.

El local de Sitges se acabó rebautizando para adoptar el nombre, que ya se ha convertido en genérico para definir los establecimientos de playa, donde se puede comer y beber de manera más o menos informal durante los meses que dura el buen tiempo. La palabra ha ido ampliando sus significados. Ahora también sirve para definir empresas fraudulentas de finalidad dudosa –lo que se denomina un «chiringuito financiero»– o también para señalar aquellas organizaciones e instituciones, a menudo costeadas con dinero procedente del erario público, que tienen poca utilidad para la mejora de la vida ciudadana pero que, en cambio, son muy útiles para colocar a políticos defenestrados o personas a las que se deben favores.

Sin ir más lejos, cuando hace pocos días se supo que Toni Cantó dirigirá la Oficina del Español creada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, desde la oposición tuvieron claro qué palabra definía mejor la nueva posición del exdiputado de Ciudadanos, ahora arrimado al PP. Y él, claro, enseguida corrió a declarar que no, que de chiringuito nada, pero la gente no se chupa el dedo y ha visto tantas cosas y de todos los colores que sabe, perfectamente, qué ha pasado sin necesidad de que le vendan cuentos chinos. A lo mejor, con los 75.000 euros anuales que cobrará podría intentar convencer al personal invitando a unas bravas y cañas en el chiringuito, aunque sea para celebrar que ha encontrado trabajo para los próximos cuatro años.

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