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José Francisco Henríquez

Los partidos políticos

Hay dos instituciones que están empobreciendo o acaso entorpeciendo la vida cotidiana de los ciudadanos y la condición económica de nuestra sociedad. O si se quiere, que son fuentes potenciales de mejora o recursos ociosos que la sociedad no utiliza y que sufre en lugar de usufructuar: la administración pública y los partidos políticos Como doy por inconsolable y por irreformable a la primera pensemos un poco en los segundos. Pablo Casado ha dicho que la Guerra Civil española fue una elección entre democracia sin ley y los que querían ley sin democracia. No conviene ni enfadarse. Ese día la secretaria de estudios y programas Andrea Levy hizo en televisión un quite por chicuelinas respecto a la corrupción de su partido que me dejó inquieto por su nula profundidad intelectual. Cuando uno ve al Partido Popular de Pablo Casado, no muy distinto a otros, imagina a su ejecutiva se acuerda de aquel chascarrillo que decía que una sección de boys scouts eran un grupo de niños vestidos de gilipollas que tienen al frente a un gilipollas vestido de niño.

Tenemos un nivel de competencia y de nivel moral en los partidos políticos muy mejorable. Y esto me lleva a un pensamiento crítico que siempre me asalta, pero rechazo por mi inveterada convicción en el papel de los partidos políticos. Pensamos que el futuro de nuestro público lo decidimos nosotros en las elecciones correspondientes, pero si se busca un orden subyacente, en realidad las cartas están marcadas y el futuro lo deciden los militantes de los partidos en primarias.

Los militantes socialistas eligieron entre Bono y Zapatero, luego entre Pedro Sánchez y Madina. Los populares eligieron entre Casado y Soraya, ¿fue el resultado cosa de la mala suerte?, ¿fue el resultado de una perversa lógica interna que opera en los partidos políticos? Lo cierto e inopinable es la debilidad de los partidos políticos, su inexistente debate interno, el servilismo al jefe que nos lleva a gritar: tenemos un problema. Aquí dentro del partido no hay valores superiores a los que anidan allí fuera en la ciudadanía.

En nuestros días el gran público desconoce cómo opera un partido político. Son menos conocidos y transparentes que las logias masónicas. Hay incapacidad moral, yo diría que aguda pobreza moral. Ha aparecido un biotipo invasor depredador que se caracteriza por la falta de crítica y por la obediencia debida acaso causado por la necesidad que tiene una mayoría para que el líder cuente con él. Ni les cuento de la capacidad de análisis que sería deseable de un militante de un partido político.

El espíritu del mundo crece y se desarrolla a través de la historia humana. De ahí el enigma del hombre con sus elevadas aspiraciones y frustraciones. Cada uno es parte de la humanidad universal cuya naturaleza es la perfección potencial y la autorrealización del mundo. Cada persona en un tiempo y espacio contribuye un poco al templo de la razón, por eso nuestra frustración por las altas aspiraciones y modestos logros. Esto desde luego es ajeno a lo que ocurre intramuros de un partido político.

Los partidos políticos están controlados por una ejecutiva que practica el aserto japonés, el clavo que sobresale es el que se lleva el martillazo. La oratoria como poder de derribar los argumentos del adversario para instalar los tuyos es una asignatura en la que no está matriculado ningún partido político. Admirar las cualidades de los demás para acceder a la amistad es un expediente inexistente. La mayoría no sabe que quien gestiona una agrupación local no es proselitista, sino que vive obsesionado con la entrada de aire fresco que le pueda complicar las mayorías que poseen. Mayorías que no son ya y desde hace tiempo para dotar al partido de una razón política, ideológica o práctica sino para colocarse en las listas electorales y cobrar el sueldo.

Hubo una época durante la Segunda república cuando lo que sucedía en la Agrupación Socialista madrileña marcaba el momento político español. A veces de forma trágica. Pensemos en que puede influir los que se diga o se dirima en la agrupación socialista de Las Palmas de Gran Canaria. Influye en el devenir histórico de la ciudad lo mismo que el Club Victoria. En todo caso este estado narcótico afecta de igual manera a otras instituciones. Es espíritu de la época. Pensemos en Madrid a principios del siglo XX pendiente de un estreno de teatro galdosiano. Y no tan lejos en el tiempo pensemos en el Madrid de los sesenta cuando estrenada Marsillach y se generaba gran expectación.

Quisiera poder afirmar que lo dicho es el secreto de Polichinela, que todo el mundo lo sabe y todo el mundo lo calla, pero no, la realidad es que todo el mundo no lo sabe. Y tampoco podemos pensar como Oscar Wilde que la vida es demasiado importante para tomarla en serio. No, esto hay que tomarlo muy serio por dos razones ya expuestas, la primera porque nos hacen concurrir a la elecciones con las cartas marcadas, la segunda porque la red clientelar más exitosa que opera en la actualidad no es el parentesco, la amistad o el poder económico sino la fina red relacional de un líder orgánico que reparte puestos en las listas electorales, con una tendencia a la baja en la capacidad de los electos que ha de sufrir el cuerpo social.

No tengo solución, pero es una asignatura pendiente: apertura y transparencia para que muchos en lugar de pocos se adentren en los partidos políticos. Y rota la endogamia florezca la aparición de los más capaces. Por último, nada está más lejos de mi intención que criticar al militante, casi siempre admirable, lo que critico es la forma como operan en la actualidad.

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