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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Y el comandante mandó parar

Los que tenemos la edad necesaria para haberlo vivido, recordamos perfectamente la entrada en La Habana de las tropas revolucionarias de Fidel Castro. Era el 1 de enero de 1959 y sobre ese acontecimiento escribió una preciosa crónica Alejo Carpentier en la que describía magistralmente las últimas horas de la dictadura de Fulgencio Batista, que aún tuvo tiempo de gozar de una juerga de madrugada mientras el avión que lo llevaría al exilio calentaba motores en aeropuerto cercano. “Llegó el comandante y mandó parar”, cantó tiempo después Compay Segundo para resumir el ambiente de corrupción que se vivía en la isla. La entrada en La Habana de Fidel Castro y de los barbudos de Sierra Maestra tuvo una iconografía revolucionaria romántica y en sus primeros momentos gozó del favor y de la simpatía del poderoso vecino del Norte, que se apresuró a reconocer al nuevo Gobierno. Dos años antes, 11 de febrero de 1957, el prestigioso periódico The New York Times le había dedicado un amplio espacio y se comentaba que la CIA le había prestado apoyo discretamente. Pero el idilio político no tardó en romperse al comenzar los fusilamientos de personas con conductas dudosas o implicadas en acciones contrarrevolucionarias. Además, muchas empresas de propiedad norteamericana (y también españolas) fueron incautadas. Las relaciones se enfriaron rápidamente y en la medida que el gobierno revolucionario orientaba su rumbo hacia el socialismo, Washington animaba a la disidencia cubana instalada en Miami prometiéndole apoyo militar. Toda esa tensión desembocó en el desembarco de una tropa mercenaria en Playa Girón el 15 de abril de 1961 que fue derrotada rápidamente por el Ejército cubano. Escarmentado por el fracaso, el presidente Kennedy decretó en febrero de 1962 un embargo, que todavía sigue vigente y con el paso del tiempo cada vez más riguroso. La pervivencia del castrismo ha pasado por pruebas muy duras, entre ellas la desaparición de la Unión Soviética, que era su máximo apoyo a nivel internacional. Y a nivel interno, la “crisis de los balseros”, con cientos de ciudadanos escapando del país en todo tipo de embarcaciones hacia las costas de Florida. Ahora, ha vuelto a manifestarse otra crisis con protestas callejeras y habrá que estar atentos a su evolución. En España, la derecha y la extrema derecha han tomado partido a favor de los manifestantes y aprovechan la ocasión para poner en apuros al Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, al que acusan de afinidad con la dictadura cubana. El argumento es infantil y descaradamente oportunista. Si el Gobierno español (este u otro que lo suceda) lo tuviesen en cuenta a la hora de definir las líneas maestras de su política exterior prácticamente no podrían relacionarse con nadie. El concepto de lo que debe de ser una democracia pura es vagaroso. Antes del señor Casado, otros dirigentes máximos de su partido (Aznar y Rajoy, por ejemplo) manifestaron su amistad hacia Cuba. Y ya no digamos el señor Fraga Iribarne, fundador del PP y antes ministro de la dictadura franquista, que mantuvo una relación cordial con Fidel Castro, por ser ambos hijos de gallegos emigrados a Cuba.

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