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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La paga del 18 de julio

En verano, los columnistas han de aligerar la prosa para ponerse a tono con la estación. Y más todavía en un país que en las de tres cuartas de su territorio padece un clima africano, o semiafricano, como señalaba don Santiago Ramón y Cajal. “Nueve meses de invierno y tres de infierno”, resume el dicho popular. Nada más cierto. Especialmente, entre el 15 de julio y el 15 de agosto, o “entre virgen y virgen”, que es cuando rompe el cristal de los termómetros y empiezan a humear las cabezas.

Tengo grabada a fuego (nunca mejor dicho) una parada en Córdoba para almorzar. en el Caballo Rojo, un restaurante de referencia junto al soberbio edificio de la Mezquita. En el interior se disfrutaba de un frío artificial pero al salir a buscar el coche en un párking subterráneo la temperatura sobrepasaba los 40 grados. Fue hace muchos años, el coche no tenía climatización y cometimos la temeridad de coger la carretera a Extremadura por Pozoblanco, el pueblo donde tiempo después sufrió la cogida mortal el torero Paquirri.

Del exterior del automóvil, y con todas las ventanas abiertas, llegaba el sonido metálico de las cigarras y tocar la carrocería requeriría un traje especial de obrero siderúrgico, porque literalmente quemaba. Al llegar a Cabeza de Buey, no pudimos resistir más y nos tiramos al agua de un piscina municipal con la idea de continuar el viaje al anochecer con la fresca.

El otro recuerdo sobre el agobio del calor me lleva a la ciudad de Girona, donde la humedad multiplica la tortura y ni en la sombra se encuentra alivio. También fueron remarcables otras jornadas en Ourense, en Bilbao, y hasta en Oviedo, donde con menos grados, el empozamiento de la ciudad entre montañas recrea sensaciones de humeantes raciones de mejillones al vapor.

A mediados de julio en España lo más prudente, excepto (a veces) en el Norte, es quedarse en casa con las persianas echadas, en la cercanía de la nevera, y habiendo organizado sabiamente un sistema de corrientes de aire. Es tiempo de no hacer nada y defenderse de moscas y de mosquitos. Parece que el general Mola y el general Franco planificaron su golpe de Estado en la segunda quincena de julio en la seguridad de que los políticos republicanos estaban de vacaciones en la playa o en los balnearios y tardarían en reaccionar. Y así resultó la cosa. Los dos generales eran gente fría y maniobraron en consecuencia.

A los que vivimos una parte de nuestra existencia bajo la dictadura, el mes que corre nos trae inevitablemente la memoria de la paga extraordinaria del 18 de julio, una gratificación que creó Franco y era equivalente al salario de una semana. Para la España pobretona de la posguerra, aquella gratificación era un poco más que nada pero con el paso del tiempo y el desarrollismo económico se fue consolidando (y mejorando) el concepto hasta equivaler al salario mensual. Todo eran referencias al 18 de julio como fecha fundacional del nuevo Estado. Hasta la monarquía restaurada, que era la del 18 de julio y no la borbónica, como decían los falangistas.

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