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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Por nosotras

No quería hablar de esto. Lo juro. Había decidido no darle más bombo a un «tontolaba» insignificante. Que no quisiera hacerlo no significa que no me revolviese las tripas y despertara en mí unas ganas incontrolables de darle una hostia. Sí, lo sé, quizá estoy siendo muy poco diplomática. Todos se han hecho eco estos días de las declaraciones de Naim Darrechi tras confesar en una entrevista, con una naturalidad pasmosa, que solía mentirles a las chicas con las que mantenía relaciones sexuales diciéndoles que era estéril y de esta forma eyacular dentro importándole una mierda si ellas quedaban embarazadas, ya que no hay ninguna prueba médica que reafirme su teoría de infecundo. Como este abuso sexual era poco, el mentecato grabó un vídeo en el que llamaba asesinas a las mujeres que decidían abortar. Claro, porque se supone que si quedamos embarazadas porque nos mienten, además tenemos que traer al mundo un hijo no deseado. Pues no. Las mujeres no tenemos que ser madres si no queremos, y poseemos todo el derecho a ponerle término al embarazo si, por las razones que sean, nos quedamos encinta, sin que por ello se nos juzgue de putas, de zorras, de guarras o de asesinas. Para más inri, y ya fue lo que me calentó la yema de los dedos y dio lugar a esta retahíla, el escritor Sánchez Drago (aquel que se jactaba de acostarse con menores de edad) se posicionó a favor del machango de Darrechi argumentando «que se ha acostado con muchas mujeres de las llamadas decentes y ninguna le ha pedido jamás que se pusiera un preservativo, solo que no eyaculara dentro». O sea, que somos nosotras las que tenemos que pedir que se pongan el condón, una vez más la responsabilidad recae sobre nuestros hombros y si no lo pedimos somos unas indecentes. Una vez más se maltrata y se castiga la sexualidad de la mujer. El derecho a disfrutar del sexo con la seguridad de que nuestro compañero de sábanas –ya sea estable o esporádico– respete nuestros límites. Porque en esta sociedad progresista (mentira cochina) disfrutar del sexo sigue siendo cosa de hombres mientras que nosotras quedamos relegadas al papel de muñeca hinchable dentro de la que correrse quiera o no y con la posterior lapidación social masculina si decide abortar. Lo sé, por suerte no todos los hombres son iguales, pero los sinvergüenzas siguen ahí, dando por saco, y quizá va siendo hora de que el resto de hombres, esos que no están de acuerdo con estas fechorías, empiecen a alzar la voz, porque de lo contrario, están siendo cómplices. A este ser humano le siguen setenta mil personas, probablemente todos menores de edad que por desgracia querrán imitarlo. Me niego a seguir callada ante comentarios como “Es que es ella la que debe cuidarse”. “Pero ¿a quién se le ocurre hacer la marcha atrás?” “Es que de esa forma se la juegan y después que se atengan a las consecuencias”. Culpa, culpa y más culpa es lo único que percibo en esos comentarios. Una gran culpa hacia todas nosotras por no ser capaces de controlarlo todo incluso ante algo tan natural como un calentón. ¿Cuántas mujeres se han visto en medio de una relación sexual pidiendo parar sin que se le haga caso y aguantando el tipo porque se nos ha silenciado durante muchísimos años haciéndonos creer que si denunciamos este hecho nos tildarán de frígidas, de locas, de busconas o de culpables? ¿Cuántos mensajes subliminales hemos recibido acerca de que somos un medio para un fin, el fin del orgasmo masculino? ¿Cuántas mujeres hemos pedido que no eyaculen dentro y ellos, por egoísmo y por priorizar su placer, han cruzado el límite dejándose estar más de la cuenta? Y encima, ahora que por fin se nos empieza a escuchar, que nos dan voz y que esos actos tan normalizados empiezan a ser penalizados, ahora que por fin llamamos a cada cosa por su nombre y lo que es abuso sexual lo es y lo que es violación lo es, ahora que se les pone límites a los hombres, que se les devuelve la pelota a su tejado, ahora, una vez más, se nos llama locas. Pues sigamos gritando, cada vez más alto, cada vez más locas, cada vez más unidas por nuestros derechos y libertades.

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